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Archivos Mensuales: mayo 2018

Cara al público

Al final de la calle más larga de Madrid esta una tienda de comida para llevar que visito al menos una vez a la semana. Los productos que utilizan son buenos y la comida es casera de verdad y normalmente hecha en el mismo día. Tienen una gran oferta y además menú diario a un precio muy competitivo. Buenos profesionales y gente agradable.

Hace un par de días a la hora de comer pasé por allí para llevarme lo mío. El sitio es bueno y aunque el servicio sea rápido te puede tocar esperar, pero no mucho más de cinco minutos. Pedí mi turno y me puse a esperar mientras observaba al personal. Se aprende mucho observando a la gente si se afina bien. El grueso de los clientes solemos ser gente que trabajamos cerca y también se ven muchos jubilados asiduos que por su condición de viejos, en el buen sentido del término, saben que la calidad precio es difícil de superar en otro lugar.

Hay gente que es demasiado puntillosa y pienso que está relativamente bien ser hasta cierto punto minucioso. Lo que es jodido es ser imbécil, aunque es más jodido aguantar a un imbécil. A menudo es violento el escuchar a uno. Pidiendo había un señor mayor que le podría calcular setenta años o quizá algo más. Era demasiado desagradable en el que y en el cómo hablaba. A medida que iba pidiendo le iba comentando a uno de los chicos que le atendía los fallos de los platos del día anterior etc. Mientras tanto el chico le despachaba con una sonrisa amabilísima.

Al final le pregunta sobre el postre y el señor le indica lo que quiere a la vez que le dice “el arroz con leche necesita mejorar”. Puedo asegurar que esta riquísimamente casero. Sobre lo que pensé en ese momento guardo silencio. Sobre todo, ya que no solo que por ese precio y ese producto es difícil encontrar algo mejor, sino que te permites el lujo de exigir, que lo hagan cien por cien a tu gusto, como si tú te lo cocinaras en tu casa. Y no solo esto, sino que, a todo esto, súmale malas formas y una manera especialmente despectiva de hablarle. Me hubiera costado mucho ser aquel dependiente en ese momento, pero me quito el sombrero después de lo que vi.

Sin retirar ni un segundo la sonrisa de su cara y hablando de manera cuidadosa, le pregunto por qué, he intentó y consiguió que toda esa mierda en cuanto a forma y a fondo que tenía el cliente, terminara siendo un alago para que ellos pudieran mejorar su comida. Así se lo presento al viejo al cual llego a darle las gracias antes de despedirse, tildándolo de cliente ejemplar. Esa dignidad y destreza para manejar la situación la he visto pocas veces. Ese tipo fue demasiado desagradable. En mi cabeza en ese momento ya habría aparecido cualquier fusil de asalto.

Puedo entender que hasta cierto punto el que paga manda. Puedo entender que cuides tu negocio, es decir, a la gente que se deja el dinero allí incluso cuando tienes un mal día. Pero es duro a veces, que aparte de puta te toque poner la cama de una manera tan descarada. He trabajado bastante tiempo de cara al público hace años y tiene muchas cosas muy buenas, pero otras que cuestan un poco más. A día de hoy me tocaría recuperar esa paciencia enorme que se necesita para batallar esas situaciones. Es de elogiar una actitud y una paciencia tal, ademas porque es la opción más inteligente.

Se dice que si quieres hacerte una idea de cómo es alguien de manera rápida, debes fijarte en cómo trata a un camarero. Creo que es cierto la gran mayoría de las veces. En una entrevista, Leo Harlem decía que todo el mundo debería trabajar cara al público mínimo durante un año de su vida. Creo que también tenía razón. Todos seriamos más respetuosos con la gente que se gana la vida atendiendo a un público que puede o no, ser maravilloso.

Por cierto, el sitio se llama “La casona selecta” en Canillejas.

 
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Publicado por en 24 mayo, 2018 en Vivencias

 

Ítaca

Sus ojos ya estaban húmedos. Aún quedaban cuatro líneas y tuvo que hacer un esfuerzo para continuar sin que ninguna lágrima cayera de sus ojos. Termino de leer el poema como pudo y le devolvió el libro mientras le revelaba lo bueno que le parecía. Le costaba trabajo hablar y busco su abrazo, que lo necesitaba y quería, antes que de que ella viese como rompía a llorar. Prefería hacerlo entre sus brazos, aunque en ese momento no pudiera interpretar exactamente qué ocurría.

Comprendía el significado y los matices que todas esas líneas representaban para ella y sentía también muy hondo el motivo que para él tenían. Un sentimiento de intimidad se despertó desde bien adentro. Venían de dos mundos diferentes, de dos vidas distintas. Dos miradas diferentes pero que se identificaban en un mismo poema. Diferentes sueños a concretar, reflexiones y asunciones que les permitían navegar en una misma frecuencia a través de un territorio tan bonito como la literatura. A través de un puñado de palabras que proyectaban una galaxia entera de significados comunes.

Y se fue. Se fue como ya había hecho otras veces antes. En busca de la aventura, para vivir, para reflexionar sobre la libertad, para sentirse, para encontrar nuevos compañeros y buscar nuevas batallas. También para estar en soledad. Y bebió de todo lo que pudo con la mayor sed del mundo intentando hacer a su vez con la calma y la visión de la madurez. Beberlo todo es inevitable y natural de alguien que quiere entender mejor el mundo. Inevitable para alguien que quiere entender mejor su mundo. Bebió de todas las fuentes y arroyos. Con los ojos atentos, las orejas alerta, con libros entre las manos y con la cabeza bien abierta donde poder meter cualquier cosa sin necesidad de etiquetar. Dispuesto a tener menos certezas del todo y más seguridades de sí mismo. Dispuesto, claro, a dudar, a caer y a seguir. Dispuesto a vivir.

Recorrió el sendero de los sentidos. Lloro y rió de alegría por todo su cuerpo. Sintiendo la tristeza inevitable de algunos momentos. Reflexionó, disfruto de la soledad y se perdonó sus errores. Porque evidentemente sin errar no se aprende tan rápido. O quizá no se aprende nunca. Se habló con sinceridad y se miró irreverente hacia las imposiciones de fuera como un episodio natural en su vida. Intento mejorar en el arte de quererse y de cuidar a la gente que encontraba en el camino. Sintió el aprecio de los desconocidos cuando se acercaba con humildad. Y se sintió el rey del mundo siendo cada vez más consciente de su minúsculo tamaño. Porque ya lo sabía, pero comprobó una vez más que en lo pequeño está lo elemental y lo sustancial.

Hizo el mundo un poquito más pequeño otra vez y aumento perspectiva gracias a la distancia. Y respiró. Respiro felicidad y al hacerlo llenaba sus pulmones de libertad. Busco a su amiga la plenitud y su amigo gobierno de vida y no siempre los encontró con certezas. Pero sintió paz y también contradicciones y dudas. Y miró la luna desde ese lugar. Donde, por más que se lo preguntase, no entendía porque sentía esa atracción. Ese lugar tan terapéutico como es el mar.

Aprendió a volver, algo importante, porque también en eso consistía irse. Y supo entonces que pese a la distancia, Ítaca no solamente se estaba en su cabeza. Cada vez que se iba y a medida que caminaba percibía con mayor claridad que se estaba apoderando de su corazón.

 
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Publicado por en 7 mayo, 2018 en Abstracto, Amor, Viaje