Al final de la calle más larga de Madrid esta una tienda de comida para llevar que visito al menos una vez a la semana. Los productos que utilizan son buenos y la comida es casera de verdad y normalmente hecha en el mismo día. Tienen una gran oferta y además menú diario a un precio muy competitivo. Buenos profesionales y gente agradable.
Hace un par de días a la hora de comer pasé por allí para llevarme lo mío. El sitio es bueno y aunque el servicio sea rápido te puede tocar esperar, pero no mucho más de cinco minutos. Pedí mi turno y me puse a esperar mientras observaba al personal. Se aprende mucho observando a la gente si se afina bien. El grueso de los clientes solemos ser gente que trabajamos cerca y también se ven muchos jubilados asiduos que por su condición de viejos, en el buen sentido del término, saben que la calidad precio es difícil de superar en otro lugar.
Hay gente que es demasiado puntillosa y pienso que está relativamente bien ser hasta cierto punto minucioso. Lo que es jodido es ser imbécil, aunque es más jodido aguantar a un imbécil. A menudo es violento el escuchar a uno. Pidiendo había un señor mayor que le podría calcular setenta años o quizá algo más. Era demasiado desagradable en el que y en el cómo hablaba. A medida que iba pidiendo le iba comentando a uno de los chicos que le atendía los fallos de los platos del día anterior etc. Mientras tanto el chico le despachaba con una sonrisa amabilísima.
Al final le pregunta sobre el postre y el señor le indica lo que quiere a la vez que le dice “el arroz con leche necesita mejorar”. Puedo asegurar que esta riquísimamente casero. Sobre lo que pensé en ese momento guardo silencio. Sobre todo, ya que no solo que por ese precio y ese producto es difícil encontrar algo mejor, sino que te permites el lujo de exigir, que lo hagan cien por cien a tu gusto, como si tú te lo cocinaras en tu casa. Y no solo esto, sino que, a todo esto, súmale malas formas y una manera especialmente despectiva de hablarle. Me hubiera costado mucho ser aquel dependiente en ese momento, pero me quito el sombrero después de lo que vi.
Sin retirar ni un segundo la sonrisa de su cara y hablando de manera cuidadosa, le pregunto por qué, he intentó y consiguió que toda esa mierda en cuanto a forma y a fondo que tenía el cliente, terminara siendo un alago para que ellos pudieran mejorar su comida. Así se lo presento al viejo al cual llego a darle las gracias antes de despedirse, tildándolo de cliente ejemplar. Esa dignidad y destreza para manejar la situación la he visto pocas veces. Ese tipo fue demasiado desagradable. En mi cabeza en ese momento ya habría aparecido cualquier fusil de asalto.
Puedo entender que hasta cierto punto el que paga manda. Puedo entender que cuides tu negocio, es decir, a la gente que se deja el dinero allí incluso cuando tienes un mal día. Pero es duro a veces, que aparte de puta te toque poner la cama de una manera tan descarada. He trabajado bastante tiempo de cara al público hace años y tiene muchas cosas muy buenas, pero otras que cuestan un poco más. A día de hoy me tocaría recuperar esa paciencia enorme que se necesita para batallar esas situaciones. Es de elogiar una actitud y una paciencia tal, ademas porque es la opción más inteligente.
Se dice que si quieres hacerte una idea de cómo es alguien de manera rápida, debes fijarte en cómo trata a un camarero. Creo que es cierto la gran mayoría de las veces. En una entrevista, Leo Harlem decía que todo el mundo debería trabajar cara al público mínimo durante un año de su vida. Creo que también tenía razón. Todos seriamos más respetuosos con la gente que se gana la vida atendiendo a un público que puede o no, ser maravilloso.
Por cierto, el sitio se llama “La casona selecta” en Canillejas.