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Archivos Mensuales: mayo 2017

La abuela y los ojos brillantes

Adrián pasaba entre la multitud ligeramente agolpada, lo hacía cabizbajo saludando a la gente con cierta timidez ya que le era muy difícil reconocer a las diferentes personas con las que se encontraba. Había venido para reencontrarse con su amigo. El era la razón por la que estaba allí. Hacia algo más de dos años que no visitaba aquel lugar. Era el pueblo en el que había vivido hasta los quince años. Y aquella sala donde se encontraba estaba llena, sobre todo de gente mayor. Es lógico que a los tanatorios de los pueblos suela concurrir mucha gente… todo el mundo se conoce.

Finalmente, en una esquina de la sala pudo observar al hermano mayor de su amigo junto a otras personas, tomando un vaso de agua. Poco a poco se acerco hasta llegar a él observando su pelo cano por completo y su degradado aspecto en general. Es increíble cómo envejecen ciertas personas, pensó. Era un tipo elegante y guapo pero parecía mucho mayor que los cuarenta y pocos años que tenía. Adrián siempre se había llevado bien con el. Lo saludó y hablaron unos minutos. Le comentó que su hermano había salido fuera y que en un rato estaría de vuelta.

Solamente estaría unas horas en el pueblo, ya que debía volver por la noche a su casa, así que decidió esperar a su amigo. Salió a fumar a la puerta, para hacer tiempo. Sentia que aquello estaba distinto, que la gente e incluso los lugares habían cambiado. O quizá él los veía diferentes, como más pequeños aún. Quizá con cierta distancia. Aun así le transmitía una bonita sensación cuando pensaba en su infancia allí. Desde la calle que fumaba podía ver el colegio y el monte donde había corrido y jugado cuando era un niño. Recordó de forma apelotonada las fiestas de cumpleaños, los veranos y las aventuras adolescentes y mil cosas más en aquel viejo lugar.

Un viento frío que sacudió fuerte en la calle donde fumaba, le produjo un escalofrío recorriendole todo el cuerpo y le trajo de nuevo al presente de un golpe. Aquella tarde gélida de Enero en su pequeño pueblo le empujó a entrar de nuevo. Al hacerlo se sintió un poco observado y pensó que seria bueno esperar sentado al final de la sala.

Se sentó en una silla libre, entre algunas señoras mayores. Al hacerlo miró a su izquierda y de repente se acordó de aquella señora mayor. Era su antigua vecina, la abuela de un chico con el que iba al colegio… Justo en ese momento ella le reconoció.

– ¡Hola hijo! – Le dijo la viejita mientras una sonrisa cómplice iluminó su cara arrugada.

– Hola… ¿Qué tal está?

– Bien hijo, aquí estamos ya ves… Hace mucho que no venís por aquí ¿Y que tal? ¿Tienes trabajo hijo? Está la cosa muy mal.

– Hace mucho tiempo… si. Y si, la verdad que tengo suerte, estoy trabajando. – Dijo Adrián mientras observaba a la mujer. Estaba igual que hace diez años. Con su ropa oscura, luto que vestía de manera perenne. Misma espalda encorvada y misma sonrisa agradable.

– ¡Que bien hijo! – Celebro ella acompañando una sonrisa aún más amplia. Pese a la edad, tenía fuerza para enterarse de todo y explicarse. – ¿Y qué tal están tu padres?.

– Bien…

De repente la anciana le interrumpió a la vez que sus ojos se iluminaban.

– ¡Pues mi nieto también está trabajando, como tu! Y se ha sacado el carnet… y claro, luego se compró un coche. Es pequeño, pero es nuevo. ¿Hace cuanto tiempo que no os veis?

En ese momento Adrián se fijó en sus ojos, estaban húmedos y totalmente brillantes. Algo raro en una persona tan mayor. Su mirada transmitía ilusión, esperanza y orgullo. Se notaba desde lejos que no estaba contando cualquier cosa. Desde el momento que empezó a hablar de su nieto, a la viejita le había cambiado la cara por completo.

A Adrián le conmovió un poco y siguieron hablando un rato más sobre él. Mientras lo hacían, se daba cuenta de que esa era una de las caras del amor. Uno de los amores más grandes que existen: el de una abuela a su nieto. Era grande apreciarlo, incluso en un lugar tan oscuro como un tanatorio.

 
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Publicado por en 24 mayo, 2017 en Amor

 

Aquellos lugares

Todo el mundo tiene ese o esos lugares. Lugares que son solo tuyos, o vuestros. Solo entre comillas claro. Algunos se pueden visitar con cierta frecuencia, otros están un poco más lejos… Sentarte y mirar el horizonte en ese sitio donde parece que todo es más fácil de pensar y repensar. Para mi normalmente están relacionados con vistas que te elevan y te dejan ver la ciudad, o mejor, el campo desde un ángulo privilegiado. Como mirar un problema con perspectiva, que te permite tomar distancia. A veces puedes estar durante horas, en silencio, disfrutando de donde estas. Solamente contigo mismo o con otras personas.

El agua corriendo del río con una montaña al fondo, una noche de playa con la luna arriba, sentado en las dunas de un desierto viendo el sol que llega o que se va, mirar la inmensidad de la ciudad o del mar… Te sientas y miras, no hace falta nada más. Se termina el ruido y todo se vuelve silencio en tu cabeza. Un silencio que cae en forma de losa sobre tu cabeza, que va enervando relajación por todo tu cuerpo. Es paz mental y física.

Hay lugares donde se ven unas escenas buenísimas como en las estaciones de trenes y sobre todo en los aeropuertos. Muchas veces cuando estoy en uno, me detengo un rato a observar a la gente. Despedidas para un fin de semana, para un mes y para un hasta la próxima, que no se sabe cuándo será. Reencuentros de todo tipo, tan emocionantes y curiosos como el de un perro esperando a su dueño. Besos. Muchos besos y abrazos. Unas veces de observador y otras veces vividos en primera persona. Realmente un aeropuerto no es solo donde parten y llegan aviones. Es la puerta que te permite cambiar de mundo en unas pocas horas. Cada aeropuerto es un pequeño micro mundo donde miles de vidas se entremezclan. Es ese lugar que te lleva a casi todos los demás lugares.

Muchas veces me pregunto, porque ante esos lugares nos entra esa paz. Hay algunos que es como si estuvieran fabricados para nosotros. Nunca he sabido exactamente porque es. Donde ya no es lo que ves, sino quien eres tú en ese lugar. Cómo te sientes, con que ojos miras la vida, con qué cuerpo sientes la vida. No tienen, al menos para mi, nada que ver con lujos, ni sitios espectacularmente grandes o rimbombantes. Es donde me sentí y me siento muy vivo, libre, tan… bien. Es donde observar la belleza con suma facilidad. La belleza de la vida.

A medida que voy viajando, descubro algunos rincones que esconde una magia especial para mi. Por lo que allí sucedió y cómo yo lo viví. Y me pasa algo con estos sitios… y es que aún no se si volveré. No por la lejanía, claro, ni tampoco por que no pueda. Es simplemente porque la manera que me abrazo allí la vida, o mejor, como yo lo sentí, fue tan grande que a veces pienso que si vuelvo y no es igual se me estropeará aquel sitio que tanto salvaguardo en mi memoria y en mi corazón. Pero supongo que finalmente me podrá la curiosidad de comprobarlo y acabaré estropeándolos… o no, y como dice Sabina, volveré a aquellos viejos sitios en lo que con tanta energía amé la vida.

 
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Publicado por en 14 mayo, 2017 en Amor, Vivencias