Si uno lo quiere de verdad, la primavera siempre nos llega al cuerpo y a la mente, incluso cuando el invierno se alarga más de la cuenta. Lo importante es buscarla y caminar aun cuando no se la ve. Es tan hermosa que necesita un acto de fe y espiritualidad; un creer para crear. Por muy negra, fuerte y dura que sea la tormenta, la belleza del sol abriéndose paso siempre alumbra un nuevo florecer. Un desbordar de colores, alegría y vida. Eso me hace sentir esta canción, que la estimada primavera esta dentro de nosotros.
Letra «Macetas de colores – El Desván Del Duende y Los Delincuentes» (Reproducción de la canción al final de la publicación)
«La noche esta manchando las paredes Con pompas de jabón y chocolate Por Cáceres revientan los claveles Para gritar que no, que ya es bastante ( ¡Extremadura!)
La noche está manchando las paredes Con pompas de jabón y chocolate Debajo de la piedras los claveles Gritan que no, que ya es bastante
Las faldas de mi niña están colgadas De la copa de un pino piñonero Le sobra la mañana una cigarra Y dos cencerros, y el sol de enero
Siento que la vida es diferente aquí Y busco el color de su mirada La luz que invento, la luz que salta cada día Al sueño que se avalanza (canijo, vente pa Cáceres)
El chaparrón regando tagarninas Una vieja que baila por las esquinas Debajo de macetas de colores Para gritar que no, que ya es bastante
Se trata de vivir enamorado, Te doy un puñaito de palabras Se trata de la lluvia en los tejados Y una guitarra, esta guitarra…
Siento que la vida es diferente aquí Y busco el color de su mirada La luz que invento, la luz que salta cada día Al sueño que se avalanza
Garrapatero, en el desván del abuelo Aquí te espero En el desván del duende…
Ey, primo, la vida es bella Tú verás cómo, (cómo que no?) Cómo debajo del invierno sube La primavera. Ey, primo, la gente en cánovas Canta, canta pa que debajo Del invierno suba, Suba la primavera, La primaveraa…»
Iba paseando por la playa, mirando la inmensidad del mar y despidiendo el día. Así me vino a la cabeza el final del poema de Invictus: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Con esa voz casi ronca y el tono pausado de Morgan Freeman de la película de Mandela.
Alcanzar ese punto de autoconsciencia requiere franquear eventos fuertes en la vida. Superar cosas feas de verdad. Circunstancias que te obligan a hablar y enfrentar a la persona que llevamos adentro sin escapar ni tapar un poquito. A entender nuestros pensamientos, sentir todo y ahondar en ese ser complejo que somos, desde la curiosidad. Creo que se trata de un ejercicio de honestidad con uno mismo siendo condición de posibilidad para llegar a la humildad.
Por otro lado, la escalada de técnica, médica y de confort alcanzados en este último siglo ha sido notable y ha contribuido a que vivamos mejor materialmente y duremos más años. El ser humano ha creado este mundo de manera prodigiosa pero la misma ecuación ha traído de la mano debilidad, estupidez y desvirtuación. Vaciando el respeto a nuestra propia naturaleza y alzándonos como dioses y prostituyendo palabras como libertad o amor. Otro ejemplo que se me ocurre es la idea de considerarse únicamente individualista dada nuestra esencia humana. Me parece de sujetos poco observadores de su persona y de las que les rodean. No estamos fabricados para eso; la ciencia y la evolución así lo demuestran. No el sistema imperante, que de manera cada vez menos subliminal nos indica lo contrario y nos va despojando de conceptos colectivos. Afortunadamente la vida y la naturaleza siempre imponen sus reglas y nos dan lecciones de humildad. Lecciones que a mi a veces me hacen falta.
Esto no implica que le podamos dar un cierto rumbo y contenido determinado a nuestra vida, siendo elegida conscientemente por nosotros. Quizá bajar al infierno y volver a subir a la tierra es necesario para emprender este viaje de comprensión profunda. Madiba estuvo casi treinta años en la cárcel. Parece que le dio tiempo a pensar y a entender las claves de la propia libertad frente a todos los eventos indeseables que la vida le fue poniendo. Ahí está el margen de dignidad, no está en otro lugar. La libertad parece estar en el cultivo de lo de dentro.
Parece razonable ganarse ese margen desde la soledad y la reflexión profunda, de manera sosegada. Sin recorrer ese camino, uno difícilmente estará en disposición de otorgar a los demás limpiamente esa honestidad. Elegir con autonomía y de manera consciente las personas, valores y conceptos que pueblan la vida de uno y cómo relacionarse con ellos. Desde la ternura hacia uno mismo sin quitar un gramo de realidad. Sin añadir un gramo de sobreactuación ni soberbia. Desde el equilibrio y la virtud, que ya manejaron los griegos, dónde el centro de la vida era el hombre. En un diálogo constante con nuestras fortalezas y debilidades. Mirando los caminos posibles pero también la finitudes.
Por eso, cuando paseaba por la playa, pensaba que posiblemente para ser deshonesto con alguien, no hace falta mentirle o engañarle con otra persona. El hecho de permanecer en contacto y próximo a alguien sin hacerlo desde la propia autonomía y honestidad ya nos posiciona de manera indecorosa. Ya sean parejas, amigos o familiares. Y lo que das a los demás te lo acabas dando a ti mismo. ¿O quizá suceda al revés? Quién sabe.
Pienso que también es deshonesto querer ver, saber y poseer todo, incluida la verdad. Es etero e imposible. Intentarlo es una jodida desventura. Así que espero que quede claro que esto es simplemente mi opinión y aún convencido de lo que escribo, estaré seguramente equivocado en algunas cosas.
Pero en cualquier caso, sentir y pisar despacio la arena de la playa y ver el sol ponerse en silencio me ayuda a ser honesto. Porque la naturaleza, que es nuestra casa y de la cual formamos parte desde el principio de los tiempos, nos pone en escucha directa con nosotros mismos. No se trata de desconectar, la palabra es conectar.