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Archivos Mensuales: marzo 2017

En Avila… cómo en casa

Este lunes estuve en Ávila. Tuvimos la suerte de un día de sol para visitar la ciudad mi madre y yo. Es un sitio especial para mí, no solo porque estudié un año allí sino porque me retrotrae a mi infancia bastante. Es además es una ciudad muy agradable para la vista, con sus murallas, iglesias, conventos y catedral, que transmite tranquilidad. Creo que es un privilegio pasear por sus calles. El asunto es que íbamos a comprar algo para mi cumpleaños que fue a principios de mes, pero realmente no tenía muy claro que quería.

Andamos pues, desde el parque del recreo por la avenida de Portugal y rodeando la muralla entramos por la puerta de Alcázar. Continuamos por dentro hasta el Mercado Chico y volvimos dirección a la Catedral. Al dejar el edificio para salir de la fortaleza, hacia la Plaza de Santa Teresa, lo hicimos dejándola de costado por una de mis callejuelas favoritas. Perfecta para emboscadas o retos de honor a capa y espada en su día. Lugar estratégico donde aprovechar la cercanía de la catedral para acogerse a sagrado. Justo ahí se encuentra un bar con un patio interior perfecto para comer o tomar un vino, sobre todo en las noches de verano. Calle Cruz Vieja, para más seña.

En todo este recorrido, vimos tiendas pero nada me llamaba la atención especialmente. Así que continuamos andando por la pequeña calle de San Millán, que desemboca en una de las puertas del que fue mi colegio por un año: El Diocesano. Época donde mi ateísmo se consolidó. Justo en esa calle nos escapábamos a comprar las gominolas y demás, que comíamos de crío.

Se sucedieron más recuerdos en mi cabeza. Recordé cuando íbamos con mis padres, sobretodo a principio de cada curso, a comprarnos la ropa de deporte para ese año. Chándal, zapatillas… lo que nos hiciera falta. A unos metros de la puerta del dioce, en Deportes Sánchez. Recuerdo perfectamente los dependientes y la tienda. Entonces me di cuenta que necesitaba unas zapatillas para correr y al decírselo a mi madre, decidimos caminar unos metras hasta la allí.

Me alegraba la idea ya que hacía mucho tiempo que no íbamos. Continuamos y al doblar la esquina, sorprendido, vi la enorme cristalera de la tienda pero esta vez llena de muebles. Que rabia… le dije a mi madre que no sabía que habían cerrado. Ella me dijo que no, que solamente habían cambiado de local y estaba unos pocos metros más arriba en la acera de enfrente. Efectivamente era así. Era un poco más pequeña, pero ahí estaba.

Desde fuera observé que uno de los dependientes, el más joven, seguía allí trabajando. Atento a la puerta y a la gente que entraba para atenderla, con una mirada atenta y amable. Al pasar dentro me sonrió y le hable a cerca de mi regalo. Me aconsejó sobre las zapatillas, igual que lo hacía hace años con mis padres. La verdad que da gusto cuando te atienden y te aconsejan bien. Una vez elegidas, mientras las envolvía y me comentaba que me podía hacer un descuento, me dijo que nos conocía y se acordaba de nosotros. La verdad que me hizo mucha ilusión. Para mi es fácil recordarle, pero el habría tenido muchísimos clientes en tantos años… Cómo diría Manquiña… profesional, muy profesional.

Continuamos hablando de temas más banales y finalmente nos despedimos con un apretón de manos y una sonrisa. Al alejarnos de la tienda me daba cuenta de lo que realmente se pierde con los tristes y enormes centros comerciales. Que te conozcan y reconozcan, que te aconsejen o el hecho de conocer la persona de la tienda es mucho más cercano y mejor. Tiene su puntito el tener una conversación agradable con un conocido mientras compras. Además la pasta se la queda él y sus socios, cosa que me alegra. No van a una multinacional que mal paga a sus empleados, que encima les obliga a sonreír aunque tengan dos mil clientes al día los cuales además no han visto y seguramente no vuelvan a ver. Así que con esa buena sensación nos cogimos el coche para volver al pueblo. No sin antes parar a tomar un pincho en Rivilla, como mandan las buenas costumbres.

 
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Publicado por en 23 marzo, 2017 en Reseñas, Vivencias

 

Haciendo feminismo…

Feminismo, igual que todo lo que tenga que ver con transformación social y colectiva, es hacer política. De hecho, como sostenía Aristóteles, somos animales políticos y tenía razón. Por necesidad somos gregarios, con todas las interdependencias que ello supone. Claro que sí. La política no solo tiene que ver con lo que se hace en los parlamentos o en las campañas electorales. También tiene que ver con cómo nos comportamos, con cómo hacemos o dejamos de hacer todas y cada una de las cosas en nuestra vida. Tiene que ver con manifestarnos en que cosas estamos de acuerdo y en cuáles no y defenderlas. Tiene que ver con cómo hablamos. Porque cuando hablamos, construimos la realidad. Por cómo nos informamos y por como miramos o dejamos de mirar la injusticia, aunque no nos toque de cerca. La realidad existe, aunque no la mires. Tiene que ver con cómo socializamos.

No hablare más de unas líneas sobre esto. Durante el franquismo en España, existía una “guía de la esposa perfecta”, por ejemplo: “¡No te quejes!, cualquier problema tuyo es un pequeño detalle comparado con lo que él tuvo que pasar.” Si para alguien fue toxica y acida la dictadura, fue para las mujeres. Cuando se hace un relato social sobre algo, ese algo pasa a ser normal. Es decir, se está creando un sentido común donde los integrantes, sean bien o mal tratados, lo acoplan a su normalidad. A través de esa normalidad se vertebran las sociedades y las culturas que definen los comportamientos generales. Porque realmente… ¿Qué es normal? Depende de la sociedad en la que vivas. Y eso puede mandar más que las leyes vigentes. Son una especie de leyes no escritas.

Dicho lo anterior, es normal tener un país machista, aunque no tanto como tiempo atrás, por suerte. Y eso es porque venimos de una sociedad que normalizo el machismo y que aún muchas veces lo normaliza. La mujer a la casa y el hombre a trabajar, pertenece más al pasado, pero… el hombre es un machote y la mujer es una puta cuando hablamos de la sexualidad, y esto si está a la orden del día. Alguna vez hay comportamientos míos y de otros hombres, que realmente me avergüenzan si lo pienso un momento. La pregunta es ¿Cómo se cambia eso? La respuesta es la de siempre, cambiando nosotros primero que todo y después mandando cambiar a los poderes establecidos. Cambiando nuestro sentido común. Que fácil ¿verdad? Ojala.

Una mayoría de gente, defiende el feminismo sin haber leído a Simone de Beauvoir o a Judith Butler. Que no digo que no haya que leerlas. A ellas y a muchas más. Pero un padre fregando los platos o jugando con su hija, o un abuelo enseñando a sus nietos que los juguetes se comparten y que no hay juguetes de niños o de niñas… tiene más de agregador social y poder de transformación que todas las banderas que quieras llevar a una manifestación. Y tampoco estoy diciendo que haya que dejar las manifestaciones, ni mucho menos. Pero lo anterior está educando un sentido común. Creo que el poder está en la conciencia y en el inconsciente también. Pero no de uno, sino de la suma de cada uno.

Los derechos se ganan haciendo eso que quieres conquistar hasta que lo conquistas. Con palabra, obra y omisión, como decían en no sé cuál momento de la misa. El derecho de huelga se gana haciendo huelga y el derecho de manifestación se gana manifestándose. Mover el sentido común a una dirección de cambio a través de cualquier herramienta, claro, siendo inteligente. Cambio generador de cultura que se deslice hacia la igualdad de sexo en todos los aspectos, no solo en el laboral. La lucha feminista, creo, es algo más que un político de turno diga que una mujer está igual de preparada para el trabajo que el hombre el día 8 de marzo, o que utilice el desdoblamiento inclusivo, que a mí, en ciertos casos me suena ridículo aunque cierto es, como dije al principio, que construimos a través de la oralidad. Tiene que ver con la libertad mental y moral que implementan las mujeres para ellas, su cuerpo y su vida entera. En cómo se piensan y respetan y construyen su vida. Porque todo empieza por el pensamiento, y la libertad también. De nada vale la libertad de expresión sin libertad de pensamiento. No hay nada peor para el feminismo que una mujer machista, porque es cómplice de su propia cárcel. Como se decía en el 15M, ahora lo queremos todo. No es el día de la mujer trabajadora, es el día de la mujer. La mujer trabajadora lleva tantos años como la especie encima de la tierra y en la mayoría de todo ese tiempo, sin salario o con salario inferior.

Y para terminar, dos citas. Una de un hombre y otra de otra mujer. Los hombres también tenemos que aportar, claro que sí.

“Quien no se mueve no puede sentir las cadenas”. Rosa Luxemburgo.

“El machismo es el miedo de los hombres a las mujeres sin miedo”. Eduardo Galeano.

 
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Publicado por en 8 marzo, 2017 en Politica