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Archivos Mensuales: julio 2018

El cerebro es muy puta

Hace unos días estaba escuchando la vida moderna, el programa de la cadena SER y hubo un momento en el que Ignatius contaba que había utilizado unas gafas de realidad virtual. Por lo que dice, estuvo como diez minutos con ellas y «empezó a perder el sentido de la realidad», de modo que pudo observar que el cerebro se adaptaba rápido a lo que se le estaba poniendo delante. Desde esa reflexión el plantea como erróneo el hecho de que el cerebro tiende a tener unas posturas cuadriculadas e inamovibles, sino todo lo contrario.

Es un tema interesante y puede explicar muchas cosas, pero profundizar es difícil por la cantidad de elementos que le rodean. Si lo que propone Ignatius es cierto, quiere decir que somos realmente personas con cerebros muy plásticos y flexibles. Esto nos debería permitir admitir errores rápido y sin coste, cambiar de opinión si estamos equivocados, no sufrir en exceso ante determinadas situaciones y continuar adelante, evitar conflictos por diferentes ideas etcétera. Hay mucha gente capaz de esto, pero mucha otra por defender una idea es capaz de matar. Incluso a menudo, más que defender una idea, defender el tener razón.

Como apunta Fromm en El miedo a la libertad, «El hombre moderno se halla en una posición en la que mucho de lo que él piensa y dice no es otra cosa que lo que todo el mundo igualmente piensa y dice; olvidamos que no ha adquirido la capacidad de pensar de una manera original». Esto ocurre porque en parte, para socializar, por un lado y para obtener el sentimiento de pertenencia debemos construir o se nos es construida una realidad común. Un lugar desde donde entendernos de manera efectiva basada en una misma subjetividad. Es decir, una manera de mirar el mundo y nuestras realidades. Eso simplifica la realidad para su utilización colectiva y en masa. Cuando es dirigido por las élites es lo que Gramsci entiende como hegemonía.

Al ocurrir esto, el pensamiento y la terminología tiende a unificarse en un mismo sentido común. Aquí llega una de las posibles explicaciones por las que la ideología o la cultura no nos permite o nos dificulta ser más flexibles: el miedo a cambiar de opinión. Pensamos que si estamos equivocados somos más tontos y creo que no es así. Es justo lo contrario. El que, entre comillas, pierde una pelea verbal o argumental, realmente es el que ha ganado: porque aprende. La persona que tenía razón se queda como estaba y en esa ocasión no pudo aprender nada, mientras que el que estaba equivocado gana un conocimiento o aprendizaje, siempre que esté dispuesto a cambiar la manera de pensar. Además, como afirmaba el maestro, Galeano, «No vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia», y yo añadiría: para aprender. La capacidad de aprendizaje es lo que nos permite vivir con las comodidades que disfrutamos y la que nos diferencia en mayor medida de los demás seres vivos. El miedo al sentimiento de no tener razón o estar equivocados nos impide ver una realidad desde otro punto de vista diferente, empobreciendo nuestra manera de pensar, entender y analizar la realidad.

Es también importante mencionar que no somos nuestras ideas ni somos nuestros pensamientos. Es decir, nuestras ideas solamente son creencias que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, especialmente en la niñez a través la educación en los entornos más próximos: en casa y en el colegio, y todo lo que se nos ha sido inculcado y se nos es inculcado durante nuestra vida. Algo que para nosotros es una especie de certeza. Con la que operamos e interiorizamos como verdad absoluta. Es más, pensamos que nos aporta seguridad el tener razón o no cambiar de ideas, pero realmente es una falsa seguridad porque finalmente no son realidades categóricas y verdaderas, solo son barreras que, otra vez, nos dificultan tener una mentalidad más flexible y adaptativa.

Por otro lado, tener una opinión o visión que no comulga con el sentir general o hegemónico nos produce otro miedo: el perder el sentimiento de pertenencia y de socialización. Esto tiene que ver con esa batalla entre la propia personalidad y la relación con los demás. A la hora de comunicarse y tener relaciones sociales siempre es más fácil desde una forma de pensar y cosmovisión compartida, aunque en parte ceda mi pensamiento propio. Es más sencillo y más rápido porque no hay que exponer ni profundizar en nada, pero nos vuelve a impedir flexibilidad y ejercicio mental. Este miedo puede hacer que se defiendan causas comunes no por el hecho de creer firmemente en ellas, sino por sentirse y ser parte del grupo y participar de él. Varios gobiernos a lo largo de la historia, entre ellos el del tercer Reich, aprovecharon y aprovechan esto para gobernar. Gente defendiendo causas en contra de sus propios intereses o de los intereses generales.

La barrera individual del temor a no tener razón y a la falsa seguridad junto con la barrera del temor a encontrarse solos; son los obstáculos que de alguna manera nosotros le colocamos al cerebro. A un órgano que físicamente está preparado, como dice Ignatius, para adaptarse de una manera sistemática y rápida. Parece entonces tener razón cuando, entre bromas, afirma que «El cerebro es muy puta» y creo que somos nosotros a través del mayor grado de consciencia los que debemos ayudar a que eso sea así en la mayor medida posible. Intentar no ponernos barreras a nuestro órgano más preciado y potente, algo que es sencillo de entender pero un poco más difícil de llevar a cabo. Quizá sea porque, aunque entendamos la parte racional, poco podemos conseguir si emocionalmente no sabemos manejar los miedos que nos impiden dejar al cerebro trabajar. Volvió a acertar Galeano sosteniendo que somos seres sentipensantes y que cualquier pensamiento es antes un sentimiento. Somos razón y corazón de una.

 
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Publicado por en 12 julio, 2018 en Abstracto