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Archivo de la categoría: Vivencias

Calle de La Fuente

Paró la bicicleta en medio de la carretera. A los cinco kilómetros, después de pasar el primer pueblo, dejaron de esperarlo. La calzada desprendía tanto calor que en las bajadas no sentía alivio: aire caliente que se le metía por el cuello de la camiseta y le salía por la espalda. Tengo que volver a casa, pensó. Los demás, que eran mayores, sabían qué cruce y a qué distancia quedaba, pero él no. Hasta allí iban para ver pasar a Jimenez corriendo la vuelta ciclista. Decidió dar la vuelta. Lo último en recuperar era un repecho de varios kilómetros. En el alto había una especie de urbanización. Parar le permitía escuchar sus latidos duros y nerviosos. Era difícil tragar saliva porque no tenía aliento. Sentía el calor del asfalto a través de las zapatillas. Estaba solo y tenía mucha sed. Se trata de volver por la misma carretera, se dijo para sí. El campo lucía amarillo árido. El único sonido era el de las chicharras. Si centraba su atención en ellas parecía que subían el volumen.

Empezó a pedalear. Su bicicleta no era para un chico de doce años aunque le valía. La suya ni siquiera tenía cambios. Miraba el cuadro de hierro. El soporte para el bidón estaba vacío: no había llevado ni botella de agua. Esa imagen le hacía flaquear mientras percibía su boca pastosa. Siguió un poco más y divisó un par de pinos a mitad de subida, algo más grandes que los demás pimpollos cercanos a la carretera. No tengo agua en el cuerpo ni para sudar, pensó. Pero se agarró a esa sombra para seguir pedaleando hasta conquistarla.

No pasaban ni coches bajo aquel sol que percutía. Tampoco asomaba vida animal. Todo el pasto estaba amarillo, marchito y seco y las chicharras cada vez cantaban más alto. Pero al menos estaba a la sombra. Debía seguir, no sabía cómo porque no tenía fuerzas. De repente se puso a llorar, pero apenas brotaban lágrimas de sus ojos y eso lo asustó. Tras calmarse, subió a la bici y siguió pedaleando.

Una vez arriba, asomaban veredas de tierra a ambos lados de la carretera. Se detuvo a la entrada de una que bajaba por la ladera. No había nadie… Del edificio de la izquierda colgaba un cartel: “Calle de la fuente”. Quizá habría una camino abajo, sólo hay que dejarse caer. Mientras bajaba, sentía las manos calientes puestas en los frenos, no era capaz de imaginar ninguna fuente en ese derrotero que daba entrada a fincas y chalets. Bajar era sencillo, pero subir ya era harina de otro costal… y en algún momento debería volver, con o sin fuente, aunque necesitaba beber agua. Le temblaba el cuerpo entero mientras descendía de pie en la bici para evitar el traqueteo de los socavones en el culo. Se percibía tan ligero que se asustó y paró. No venía ninguna fuente y debía regresar. Volvió el resuello con el pensamiento de regresar a la carretera sin haber encontrado un poco de agua.

Rompió a llorar desesperado sin ninguna humedad. Le aterraba llorar sin lágrimas. Era una especie de impotencia física que nunca había tenido. No sabía cómo iba a volver a casa y qué le diría a sus padres. Llevaba la bici de la mano de vuelta a la carretera. El polvo del suelo se le metía por la garganta y le cortaba. Polvo que él mismo había levantado al bajar. Le dolía respirar, pero aún así logro volver a la carretera deshaciendo el camino de tierra cuesta arriba.

Daba igual llorar, caerse, levantarse, estaba solo y nadie le iría a buscar. El mismo era el único que podía cambiar su situación, pensaba mientras barruntaba el temblor de sus cimientos sentándose a la sombra de una casa cercana a la carretera. Un poquito de sombra, sólo le faltaba un poquito de agua fresca. Pasaba el tiempo entre divagaciones sintiendo su cuerpo vano, donde se desvanecía todo, incluidos sus pensamientos. No estaba seguro de que hacer; no era un adulto. Quizá ser adulto era resolver los problemas fácilmente pensó casi delirante. Atisbó en aquella sombra menor malestar y una consciencia de soledad vital que se deslizaba entre una libertad intima y el miedo a la incertidumbre. ¿Y ahora qué?

Salido de entre las chicharras, empezó a distinguir el ruido de un coche. Era una Citroën C 15 y subía en la misma dirección que lo había hecho él. Era el momento de hacer auto stop por primera vez en su vida.

— ¿Qué haces solo aquí chaval? — El señor lo observó distante, como si fuera gente poco deseable, mientras bajaba la ventanilla a mano.

— Me he perdido… — Fue consciente de lo que le costaba hablar.

El hombre lo siguió analizando con una mirada tosca y lejana. El chico, que veía que se quedaba en tierra, no entendía como un mayor podía contemplarle con ese desdén que hubiera intimidado al más pintado.

De repente, el hombre cambio a un gesto más amable — Venga, te llevo. — Un golpe de suerte puede cambiar la situación de uno en cuestión de segundos. Se bajo de la furgoneta, le ayudo a desmontar la rueda de la bici y lo metieron todo atrás. Ya no sentía tanta sed ni tanto calor, pese a estar metido en ese hierro sin ningún tipo de aire. La certeza de que estaba a salvo le devolvió el aliento y la cordura. Podía volver a ser un niño feliz.

Llegó a la puerta de casa, montó la rueda de la bici, que era de su padre y entró al garaje. Creía beberse el pantano entero con la goma del jardín, ¡Qué gusto!. Nunca habló de ello en casa. Aquello nunca había pasado. Eso si, la próxima vez iría a ver la vuelta ciclista en coche con sus padres igual que otras veces.

Yo crecí en los noventa.

 
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Publicado por en 2 marzo, 2023 en Narrativo, Vivencias

 

No era el agua

Estoy aquí, detrás del conductor del autobús. Observando el vaivén silla arriba y abajo me pregunto si los pedales acompañan también hacia arriba y abajo. Me gusta imaginar que si, pero el mecánico que va en quinta fila levantándose del asiento se dirige mí; ¡Pero cómo va a ser eso posible!, mientras se ríe burlón. El primer asiento es cómodo, nadie se puede tumbar para atrás y molestarme y las vistas son bonitas. Empieza a anochecer. El día fue como el clima: agradable. Aunque desde la segunda fila me está corrigiendo el hombre del tiempo… parcialmente soleado, sin precipitaciones: un anticiclón a nivel de superficie.

De las primeras paradas ha subido y bajado algún guiri antes de dejar Maspalomas. Perdón: algún extranjero. No quiero cabrear con mis pensamientos al académico de la RAE que viaja en la tercera fila de la derecha. No solo hay que leer y escribir bien, también hay que pensar en esos términos. Asiente a su vez el conductor: hay que cumplir unas normas, porque si yo empiezo a conducir por la izquierda nos matamos todos.

Parece que no puede uno rumiar tranquilo… ¿verdad? Me pregunta el psicoanalista que ha subido en la parada anterior entrando a su vez en discusión con el filósofo, sentado al final del autobús que ríe con sorna. Menudo mezquino, sin el pensamiento no seríamos nada, le contesta. En ese momento dos asientos más adelante la risa ancha y sin sorna de un profesor se eleva sobre la anterior. Cuando ha terminado de reír plácido, lee en alto una cita del libro que lleva en el regazo: “Frecuentemente hay más que aprender de las preguntas inesperadas de un niño que de los discursos de un hombre.” Entre unos y otros se sigue repartiendo la discusión. O la disquisición, vaya uno a saber, porque con tanta gente hablando, no es sencillo enterarse de algo…

Se abren las puertas en San Agustín y sube una señora llorando. De repente se hace el silencio. Es una mujer negra, de unos cuarenta y algo. Menos mal que nadie me corrige con “de color”, se nota la tensión del momento. Se sienta en primera fila, igual que yo, pero al otro lado del pasillo. Los demás nos miramos sin saber qué hacer. Se la ve agobiada, con un llanto desbordado… De estas veces que te estás llorando encima y no puedes parar y que te da igual la situación porque acaba de reventar la presa y todo el agua se desborda. Alrededor no sabemos ni qué decir. El autobús continúa su camino y ella después de un rato llora más bajito.

Creo que han pasado diez minutos desde que la señora que sigue llorando ha subido al autobús. El murmullo entre la gente a bordo ha vuelto, pero tan bajito que no se entienden apenas entre ellos. Prefieren no entender nada a escuchar a la mujer. La cual acaba de coger el teléfono y está hablando con alguien. Su llanto aumenta como al principio. Le está explicando a la persona que tiene al otro lado como se le había muerto alguien al que cuidaba. Cada vez lloraba más alto.

Entonces, como yo, el mecánico, el hombre del tiempo, el académico, el conductor, el psicoanalista, el filósofo ni el profesor decimos nada, buscamos en mi mochila. Y estamos sacado una botella de agua a la que apenas le queda la mitad. Un toque al hombro a la señora, que seguía llorando sirvió para que mirase. Miró. Esto es para usted, dice el gesto acercándole la botella de agua que ella recoge. 

Ahora han pasado unos veinte minutos más, y la señora va a bajar del autobús. Se levanta, y nos da las gracias con un gesto amable y cómplice. No ha bebido agua y quizá tire la botella sin probarla. Ninguno estamos hablando: solo yo pienso. Escucho el silencio que me deja comprender porque me daba las gracias. No era por el agua evidentemente, sino por el gesto. Lo que importa muchas veces es la intención… Por muy jodido que uno esté siempre tiene algo bueno que dar a los demás: por ejemplo, las gracias.

 
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Publicado por en 8 febrero, 2023 en Abstracto, Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Paseando por la patria

Un pie detrás de otro, sin prisa pero sin parar. Al caminar se van aplastando las hojas que adornan parte de la vereda. También cruje al romperse alguna pequeña rama. El aire me acaricia los brazos en movimientos de tirabuzón. Parece que está jugando. Y yo, que no lo pienso, respiro. Y a veces cierro los ojos para sentir más el olor a pino y a recién llovido del campo de mi pueblo. Me relaja el cuerpo y me saca la sonrisa serena del que llega a su hogar. En realidad no camino por aquí. Soy un coso más de este aquí que me sostiene cuando lo albergo. ¡Qué suerte! ¡Qué lujo! ¡Qué riqueza! 

Percibirse un coso más es importante para quitarse importancia. Cada sujeto ocupa su lugar y le brinda una suerte de equilibrio al conjunto. Con atmósfera politeísta, dónde nadie es para tanto y tiene su dignidad en sí y en el conjunto. Suena a música a veces. Está todo aquí, me atrevo a descubrir entre pensamientos. No en este campo ni en esta naturaleza concreta, pero a través de esta pequeña porción lo sospecho. Siempre estuvo todo aquí, otra cosa es ser consciente de ello y darse el gusto de mirar. De pararse. De abajo a arriba: de lo mineral a las communis avis. Más tiempo del que uno pueda imaginar lleva hablando en silencio. Un grito telúrico que avanza como uno trata de hacer… sin detenerse, sin precipitarse. El flujo natural de la naturaleza. Dónde lo que es bueno para la abeja, es bueno para la colmena.

El más elevado murmullo es el síntoma de su andante quietud perenne. A través de un largo sigilo se interpreta mejor el recado. Todo cambia de aspecto pero todo sigue igual en esencia. Nieve, agua, sol, viento… fuego en los peores casos. Con cada evento y estación la naturaleza se adapta disfrazándose para todas las ocasiones. Sostiene su centro mientras se reverdece o asume su color otoñal e invernal. La lección a la que regreso una y cien veces cuando lo camino con calma: volver a mi centro. Respirar puro. En un mundo a toda velocidad, la lentitud es un acto necesario de presente y de vida. De volver a la raíz.

Los pájaros pían, una cigüeña parece estar meditando encima de una piedra, las ranas toman el sol, la lagartija se mueve deprisa, los grillos cantan, las hormigas recorren su hilera, las ardillas trepan, los bambis saltan despistados y las vacas que están. Están tranquilas, quiero decir… que es como están las vacas. Da gusto verlas. También lo vegetal aunque le tome otra cadencia fluye como el agua que desciende por el río. Va descubriendo a cada paso el dibujo que las piedras y la tierra han construido. Lo hace alegre sin saber muy bien a donde va. No se le nota al río que es la primera vez que ese agua pasa por allí.

Me hace gracia la gente que va a la naturaleza como quien va a un bar. A un lugar ajeno. Como si no fuera parte de ella… como si se pudiera salir de ella. Alejarse quizá, pero debe ser difícil salirse de uno mismo. Aunque a largo plazo es un mal negocio no escuchar y entender la naturaleza, ya sea la de dentro o la de fuera. Para eso hay que sentarse y pararse: tanto en medio de la vida como en medio de la naturaleza. Le ponen algunos nombres modernos, pero siempre se llamó ir al campo. Luego también hay gente que dice que tiene tierras. Pero la tierra siempre nos tuvo a nosotros, incluso antes de dejar de ser nómadas. Pero yo mejor no digo nada… yo camino, descanso un rato, miro y respiro… que a eso se viene al campo y a la vida.

 
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Publicado por en 13 octubre, 2022 en Abstracto, Amor, Vivencias

 

La linterna mental de la vida moderna

“El producto somos nosotros.” “Estamos pagando con nuestra atención” “¿Qué es la atención de una persona?” “Estamos pagando con nuestra puta vida, lo mejor que tenemos.” “Cuando tú tienes consciencia de algo, le prestas atención.” “Estamos pagando con lo mejor que tenemos.” “Ese es nuestro precio con el que estamos pagando la puta mierda esta.” “En el futuro se nos recordará como auténticos gilipollas.” “Creo que en veinte años se verá como los fumadores ahora, algo así.” “A no ser que la gente del futuro sea aún más gilipollas.” “No solo fisiologicamente, sino psicológicamente te destruye… espiritualmente incluso.” “La gente tenía en la cabeza que las tragaperras eran adictivas pero no se nos había pasado por la cabeza que los móviles podían tener ese riesgo.” “Bueno ya hay clínicas de desintoxicación que tratan esto.” “Tres putas fresas que podían crear adicción, ya nos enganchaban, como no nos va a enganchar esto que está el universo entero.” “Somos esa señora de mediana edad que empieza con las vueltas del café, pero al mes se esta jugando la pensión.” “Reconozcámoslo, tampoco sabemos muy bien que hacer con nuestro tiempo.” “Existe un modelo de negocio.” “Quieren que estamos delante de una pantalla.” “¿Cómo lo consiguen? Haciéndote sentir especial, único. Es como algo narcisista de verte reforzado.” “Es que tienes seguidores, te mesianiza.” “Eres especial, como todos.” “Solo el hecho de que la gente opine lo que pones… eso en la vida cotidiana no pasa.”  “Aunque sea para bien o para mal, es una caricia al ego.” “Cómo producto que somos, nos acaban definiendo.” “A fuerza de hacernos sentir especial nos hace sentirnos distintos respecto al otro.” “La trampa de la diversidad va de esto ¿no?, de Bernabé.” “Hay cosas ridículas como el FOMO” “No disfrutamos de lo que vivimos, sino tenemos ansiedad… de lo que no…” “Fijate la mariquita como se va al fondo a morir…” “Tenemos que encontrar socialmente una mariquita que nos una.” “Lo que mueve a la sociedad son ilusiones.” “Se está aburriendo la mariquita. Esta despistando al sistema.” “Hay que quedarse quieto.” “Quieto, el algoritmo no te estudia.” 

 
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Publicado por en 5 septiembre, 2022 en Abstracto, Politica, Vivencias

 

Siempre es la misma guerra

Hace poco más de una semana vi un video de Alona. Ella hacía tours en Kiev. En el vídeo, decía que todo estaba bien y tranquilo, como podía verse… gente en la calle y un pequeño parque dónde los niños jugaban. Conozco a Alona y a varias personas más con las que tengo contacto de las veces que estuve en Ucrania. Incluido un hombre llamado Kir que conocí volando desde Madrid y me ofreció literalmente las puertas de su casa en una barbacoa con amigos. Las veces que estuve en Kiev me sentí bien tratado por buena gente. Un lugar quizá con algunas dificultades económicas, pero gente agradable y que en general te ayuda. Un lugar donde se intenta vivir y salir adelante, luchadores y orgullosos de su tierra y gente honrada, con ese tipo de personas camine, comí y compartí mi tiempo. Cuando a uno le tratan tan bien fuera de casa se coge cariño y se mantiene el contacto.

Mi primera vez en Kiev me sorprendió. Es una ciudad abierta al mundo, moderna y vieja a la vez, con el encanto que eso conlleva. Que tiene de todo, bonita y acogedora por la que apetece caminar entre su gente que vivía tranquila. Andar desde la Plaza Kontraktova al Museo de la Gran Guerra era un placer para la vista. Paseando por la plaza del Maidán desfilaban un numeroso grupo de soldados: era el aniversario de la revolución del 2014. Me llamó la atención porque todos eran muy críos. Dispuestos eso sí, sin hacer spoiler ya, a luchar por su país y morir, vendiendo cara la piel. Intenté hablar y ver los puntos de vista de la gente de allí, comprender el nacionalismo y ese orgullo patrio que realmente me pareció sano. Ese orgullo por su país y por que los extranjeros lo visitásemos me resultaba acogedor y para muestra de ello el regalo de este libro. Sentí estar rodeado siempre de buenas personas. Años después quizá les comprendo mejor y me duele pensar a donde van con esta invasión…

Guerras cruentas y estúpidas como esta van unas cuantas, y no hace falta irse a la Segunda Guerra Mundial, ahí están los Balcanes o Afganistán. Lo que pasa es que esta vez sí me toca personalmente y eso me hace de alguna manera sufrirlo, sentirme triste y también comprender un poco más que implica una guerra y qué factores la envuelven y observar cómo algo que está en aparente normalidad y calma puede volverse el infierno mismo en cuestión de días. La fragilidad de la vida, que siempre estuvo ahí.

La guerra es gente a uno y otro lado que se matan sin conocerse. Odios nacionalistas (no confundir con sano sentimiento de patria) metido en los pueblos por unos y otros jefes de la tribu que poco o nada les importa la vida de los “suyos”. Más bien hacer negocio maniqueo de ese sentimiento nacionalista que actualmente se vertebra en estados-nación. Leerlo desde una u otra óptica (occidental o rusochina) es siniestro por como adjetivan desde los medios y excusan unos y otros, cuando hace un mes podían besarse la boca. Y es que una vez que alguien empieza una matanza así, todo lo demás no importa. Es claro que el invasor es la Rusia dirigida por un psicópata llamado Putin. Que Zelenski se está portando y está dando la cara, como todo el pueblo Ucraniano, que son los que van a pagar los platos rotos en una batalla totalmente desigual de fuerzas.

¿Los intereses de los países de la OTAN? ¿Y Europa? Al principio parecía que iban a dejar sola a Ucrania después de jugar con ella durante estos años. Que si ahora si, que si ahora no… ¿Acaso países colindantes con Rusia no son miembros y no pasa nada? ¿No son los países soberanos para decidir? Creo que a todos nos alegra saber que Europa tiene al menos capacidad de reacción contra un ganster cuyo único objetivo parece que es desestabilizar y ocupar un país soberano. Nadie aquí a estas alturas es inocente, aunque es evidente quien a comenzado la sangría

Hay mil ópticas geopolíticas, ópticas de ejes (izquierda-derecha, prorruso, étnica), estratégicas, por la cual entender el posicionamiento de todos los actores, desde la OTAN, Europa, Putin, los nacionalismos excluyentes, los grupos paramilitares, la asimilación de la historia en los diferentes pueblos, las expectativas de futuro que prometen las diferentes economías, los Yanukóvich, Timoshenko, Poroshenko… Podemos hacer análisis por horas y horas desde las diferentes ópticas y correlaciones de fuerzas entre estados y sus asociaciones. Ese tablero de ajedrez mundial de poder e interés económico transnacional que se dirime siempre casualmente lejos de los interesados y cerca de los lugares más desfavorecidos que poco o nada tienen que decidir. Porque ya no nos sirven las etiquetas de eje izquierda-derecha o comunista-capitalista, cada vez es más claro que se trata de correlación de fuerzas. De: «lo hago porque puedo», la ley de la jungla, sea o no ético o legal. Pero por lo que veo, todo siempre tiende a explicar y justificar a uno u otro actor o acto, nada más. Es lógico porque toda acción tiene una reacción: la ecuación que tiende a balancearse. Y así debe ser.

Pero conociendo todas las realidades mencionadas arriba y muchas otras, se me ocurre algo más sencillo. Mucho más sencillo: La narrativa de lo que está pasando con las personas. Quitando cada una de las etiquetas, capas u ópticas por las que mirar de las que arriba se mencionan. Hola Kapuscinski.

Siempre es la misma guerra. Lo que hace poco más de una semana era un país y una ciudad tranquila como Kiev donde la gente hacía su vida, se ha convertido en un escenario de guerra donde un ejército profesional arremete contra todo un pueblo para someterle y eliminarle. Para aniquilarlo sistemáticamente sin miramientos. Se derriban edificios residenciales y mueren civiles a miles ya en este momento. Se aplasta la vida. La gente pasa frío y comienza el desabastecimiento y se duerme bajo tierra, recién nacidos incluidos. El odio toma y tomará el control para permitirles seguir adelante en ambos bandos y las heridas calan en las entrañas de las personas delante de tanta destrucción, sangre, fuego y basura. Viva la muerte… muera la inteligencia: la barbarie. Vidas y proyectos de vida que tardaran mucho en volver a lo que eran, si es que lo hacen. Heridas que con el tiempo y dificultad sanarán. Todo esto… ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Otra región más del mundo desestabilizada por la decisión de un tirano? ¿Cuando se impongan con la fuerza que harán? ¿Cuanto tiempo durara ese conflicto post guerra? ¿Hasta que punto degradara la convivencia y por cuanto tiempo? ¿Para qué? (Otra vez). Todo esto en pleno siglo XXI, es evidente que es más que evitable. La vida de las personas es más importante que cualquier otra cosa. La vida esta en la paz. Y esa, y me temo que por un rato largo, se la han robado al pueblo Ucraniano. Aunque espero que antes o después salgan de este invierno al que se les esta subyugando. Y ahora que venga cualquier imbécil con su teoría del teorema a analizar o a justificar. Aquí cada uno tenemos nuestra cuota de responsabilidad y no se libra ni el que apunta. Este mundo lo hemos hecho y lo hacemos todos. Aunque no cabe duda que el primer y principal responsable es Putin y su psicopatía narcisista. Esperemos que le borren de la ecuación lo antes posible, porque su soberbia junto con su poder, puede ser muy dañina convirtiendo la vida de mucha gente en una pesadilla.

Dejo para terminar el post que Alona subió en su cuenta de Instagram hoy y mando mucha fuerza para ella, a la buena gente que conozco de allí y a todos los ucranianos que tanto están perdiendo y les están arrebatando en tan poco tiempo: 

“Hace una semana yo vivía alegremente, estaba segura de que esté conflicto bélico jamás iba a suceder pero me equivoqué. Es increíble cómo en pleno siglo XXI se continúen repitiendo errores del pasado… Mi vida ahora dió un giro, todos los ucranianos vivimos 24/7 escuchando las noticias, dormimos en fríos refugios y nuestro reloj despertador es el terrorífico sonido de la sirena de guerra. Toda mi vida se resume en mi mochila, perdí mis pertenencias más preciadas. Es por qué lo único que les puedo decir a todos ustedes… ¡Amigos, valoren cada momento de su vida, porque nunca se sabe cuándo puede cambiar por completo!”

 
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Publicado por en 2 marzo, 2022 en Politica, Viaje, Vivencias

 

Rikardo con K y Portugal

Hace poco estuve de visita en Lisboa. No conocía la capital lusa y durante unos días pude disfrutar de una ciudad bonita, viva y con una orografía que te dejará agujetas si no tienes las piernas en forma. Con ese toque decadente que le da un punto especial a sus avenidas y a sus callejones. ¡Una ciudad llena de luz! Poblada con un poquito de gente de a pie y otro poquito de gente más mundana. Las capitales tienen gente de todos los lugares y eso las hace culturalmente ricas y abiertas al mundo sobreto y como es el caso, si son puerto de mar. Pero ya fueran locales o extranjeros, gente amable en general fue lo que me encontré.

Lo mejor de la vida, como una vez me dijo una amiga, somos las personas y es verdad. Lo mejor y lo peor, ¡claro! Pero ahora viene un ejemplo de lo positivo. La cuestión es que de eso va la pequeña historia que quería contar. El segundo día fuimos a Belem e hicimos un Tour. Nuestro guía era nada más y nada menos que Rikardo con K. Fue fácil desenmascarar su origen por el acento, era Colombiano y sabía mucho de historia. Pero lo mejor de todo ¡Era filósofo!. No lo había pensado nunca, pero no se me ocurre un guía mejor para enseñar la historia de un país que un filósofo que sabe de historia.

Paseamos por el Palacio y el Monasterio que miran al río, por donde volvían los navegantes. Después estuvimos en el Monumento a los Descubridores y terminamos en la famosa Torre. Rikardo nos fue explicando acerca de la historia de Portugal y de lo que íbamos visitando. Aquellos días en Lisboa y durante el tour fui consciente de la gran riqueza cultural y la historia que tiene el país y de su orgullo por esa aventura de navegación durante nuestro llamado Siglo de Oro. Aquellas hazañas que alumbraron un nuevo mundo. Que fue quizá, la llegada a América, el acontecimiento más importante de la historia, al menos de occidente. 

Comentó Rikardo, como buen guía, las partes más y menos bondadosas de aquella conquista y su punto de vista como persona que ha leído historia y como latinoamericano. No hace falta estar de acuerdo, pero sí me pareció interesante y enriquecedora su opinión. El tour lo hizo muy divertido y a parte de contarnos los sucesos y las aventuras, siempre dejaba hueco para alguna reflexión después de terminar cada explicación. 

Mi sensación, no solamente durante el tour de Rikardo, es algo que comentó y que se le atribuye al maestro José Saramago: «España y Portugal son como dos hermanos siameses unidos por la espalda que no se han visto la cara». Y quizá es eso, o al menos haya parte de eso. Los designios de la historia, los nacionalismos, tanto lusos como hispanos, nos han hecho a los españoles ignorar Portugal de alguna manera. Que ambos nos miremos con cierto desdén. Realmente desconozco cómo nos miran a nosotros pero puede que sea similar. En cualquier caso el nacionalismo (como cualquier otro) portugués, se funda mediante épicas y enemigos externos y eso hace bastante referencia a la época de Felipe II. Seguramente ese imaginario no ayude allí. Tampoco nuestro escaso imaginario, más bien indiferencia ayuda aquí. Que dañinos son para todos siempre los nacionalismos, sean de donde sean y especialmente al mundo que alumbra, que requiere ya de soluciones transnacionales, del globo entero, para temas como el cambio climático, la pandemia o lo migración. No se pueden dar soluciones individuales a problemas que son colectivos. Pero este, es sin duda harina de otro costal.

Rikardo, que ha vivido en ambos países, es latino y sabe interpretar la historia nos invitó a algo que uno siempre debe hacer cuando viaja, si es que quiere viajar de verdad: mezclarnos con la gente, para ver y sentir que en realidad tenemos un maravilloso mundo común que compartir, algo que no pasa en el resto de Europa, especialmente de pirineos para arriba, y un maravilloso mundo por descubrir de la cultura, la cocina y la historia del nuestro querido país vecino Portugal. Y dicho sea de paso, que bonito suena el sueño de dejar de darnos la espalda para empezar a mirarnos a la cara, dándonos cuenta del gran potencial de convivencia que sospecho que tenemos, apartando nacionalismos y estupideces de índole similar.

Terminó el Tour y nuestro amigo nos dejó con una reflexión interesante que pego a continuación mientras las pequeñas olas chocaban contra la torre de Belem. Después nos dió las gracias uno por uno porque… ¡Se había aprendido todos nuestros nombres! Y no éramos pocos. Desde aquí saludarle y agradecerle por esa delicia de tour y sobre todo por ser buena persona y por su disposición y por llenarnos de presente con su reflexión, ‘Juan de Ávila’, como él me mencionó.

“Los seres humanos estamos atrapados entre dos tiempos sobrecogedores y metafísicos. El tiempo de la historia de la especie que como individuos nos hace diminutos. Siglos de avances de lo humano que podemos contar y revivir en unas pocas horas cómo hemos hecho hoy. El otro; el tiempo de la naturaleza y del universo ante el cual somos si acaso un leve parpadeo. Atrapados entre el pasado que se nos escapa y el universo que nos supera ¿qué nos queda? Lo único que tenemos para controlar es el instante presente, en donde caben aprendizajes, alegrías y emociones sin par.”

La web de tours para la que trabaja:

https://es.takefreetours.com/lisbon-free-walking-tours

 
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Publicado por en 12 diciembre, 2021 en Historia, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

Llorar

«Llorar es el momento en que te das cuenta de que las emociones que sientes son demasiado grandes para estar contenidas en tu cuerpo y te das cuenta de que lo necesitas para salir físicamente de tus límites.
Llorar es darse cuenta del límite físico de nuestro cuerpo que no nos permite abrazar el mundo, las personas lejanas o las que ya no están entre nosotros.
El llanto es darse cuenta de que somos desastrosamente y maravillosamente humanos y que lo mejor que podemos hacer es VIVIR cada momento al máximo, sin perjuicio de nosotros mismos y de los demás.
Es vivir tratando de dejar que nazcan flores por donde dejamos nuestras huellas.»

Silvia Bartoli, Agosto de 2018.

 
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Publicado por en 30 noviembre, 2021 en Abstracto, Viaje, Vivencias

 

Familia

Familia es tierra firme. Es paz, solidaridad y tranquilidad. Es calor, es abrazo, es piel y es mirar con ternura. Es lealtad entre iguales. Es estar rodeado de personas con las que uno está tal cual es. Dónde la mayor parte del tiempo hay alegría serena y humor que juega a favor de lo importante: el equipo. Por eso es trabajo en equipo y es descanso a la vez. Es un ambiente dónde no cabe la mentira ni lo hostil. Es sentirse seguro, en una paz que parece infinita dentro de una intimidad compartida. Es la vieja y dulce costumbre de personas que se quieren. Quererse en el sentido de Fromm: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Es algo que flota en el ambiente y se respira con el corazón. Sentirse parte de pero sin obligación a. Algo que no se toca, pero que es suave. Que funciona en consonancia y sin tensión. Que discurre armonioso y suena alegre, igual que un riachuelo rodeado de animales. Allí donde no hace falta demostrar ni que te demuestren. Ser y estar, nada más. Es una manera conjunta de caminar la vida, ampararse y atrincherarse frente al frío que esta inflige a veces. La familia de uno, de sangre o no, no es más que la parte base de nuestra eterna condición gregaria y humana. Es la riqueza del ser. Tan importante y necesaria, creo, para poder desarrollar nuestra otra cara con equilibrio: la condición de seres individuales. Quizá entender que es la familia es entender e interpretar la vida propia y ajena.

 
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Publicado por en 27 octubre, 2021 en Amor, Vivencias

 

En defensa de la alegría

Le quedan dos días para estar llena pero luce increíble. Después de la ligera tormenta, las nubes se han apartado delicadamente para descubrir la luna. Aunque nada cambie aparentemente, después de que llueva, la atmósfera no es la misma. La luna sigue estando en su sitio, las montañas o edificios no se han movido y los pájaros siguen revoloteando de una manera muy similar. Así parece ser la vida a veces, la apariencia niega en ocasiones la realidad de lo profundo. La esencia está en las raíces, bien abajo. 

No vale cráneo cartesiano para entender la atmósfera, te tiene que calar en los huesos su vibración sutil y llena de verdad: no se entiende, se siente. Esa verdad etérea percibo dentro de mí ahora que miro la luna que aguanta el significado de los dos polos emocionales básicos: el amor y el miedo, novilunio y plenilunio. El amor es la luz de la vida, el amor como fuente de movimiento, crecimiento y creatividad arrolladora mas allá de lo vivo. El amor como algo que trasciende al paisanaje que alcanzan unos ojos. El miedo como estatua que nos separa y nos encierra en nuestras sienes y mata el color. Que nos niega.

Llueva mucho o poco, hay algo que al sentirlo duele menos la vida y tararea bajito centiloquios de armonía. Es la inteligencia llevada a la práctica de la vida y solo hay que mirar un poquito por las calles: hay gente haciendo el humor por cada rincón. Que tira piedras al estanque o que lanza botellas al mar en un acto de convicción para si y los demás. Quizá consciente de tanto que ha recibido de la vida y así lo agradecen. Por muy jodido que uno esté, saber que siempre tienes algo que darle a los demás te salva, porque la vida es juntos. Un cálido gesto que dibuja una sonrisa. Por eso el amor es y sucede ahí donde uno se ríe, se distiende y se libera. Donde no hay miedo de ningún tipo aparece la conexión autentica con los demás. Ahí esta el encuentro. Porque la risa igual que el amor, que abraza sin necesidad de tocar es exactamente lo contrario del miedo. Querer intelectualizar el amor es quitarle el verso a la vida y lo mineral a la tierra. Cuando dos personas se ríen juntas generan un vínculo prácticamente indestructible en un plano de categoría superior. Reírse de sí mismo es romper el hechizo que ejercen nuestros pensamientos: es un paso a la libertad. Uno más del eterno camino. Por eso el amor en todos sus ámbitos sólo germina si es en libertad.

«Si estamos lejos como un horizonte
Si allá quedaron árboles y cielo
Si cada noche es siempre alguna ausencia
Y cada despertar un desencuentro

Usted preguntará por qué cantamos

Cantamos porque el grito no es bastante
Y no es bastante el llanto ni la bronca
Cantamos porque creemos en la gente
Y porque venceremos la derrota

Cantamos porque llueve sobre el surco
Y somos militantes de la vida
Y porque no podemos ni queremos
Dejar que la canción se haga ceniza»

 
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Publicado por en 22 junio, 2021 en Abstracto, Amor, Canciones, Vivencias

 

La honestidad y el mar

Iba paseando por la playa, mirando la inmensidad del mar y despidiendo el día. Así me vino a la cabeza el final del poema de Invictus: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Con esa voz casi ronca y el tono pausado de Morgan Freeman de la película de Mandela.

Alcanzar ese punto de autoconsciencia requiere franquear eventos fuertes en la vida. Superar cosas feas de verdad. Circunstancias que te obligan a hablar y enfrentar a la persona que llevamos adentro sin escapar ni tapar un poquito. A entender nuestros pensamientos, sentir todo y ahondar en ese ser complejo que somos, desde la curiosidad. Creo que se trata de un ejercicio de honestidad con uno mismo siendo condición de posibilidad para llegar a la humildad.

Por otro lado, la escalada de técnica, médica y de confort alcanzados en este último siglo ha sido notable y ha contribuido a que vivamos mejor materialmente y duremos más años. El ser humano ha creado este mundo de manera prodigiosa pero la misma ecuación ha traído de la mano debilidad, estupidez y desvirtuación. Vaciando el respeto a nuestra propia naturaleza y alzándonos como dioses y prostituyendo palabras como libertad o amor. Otro ejemplo que se me ocurre es la idea de considerarse únicamente individualista dada nuestra esencia humana. Me parece de sujetos poco observadores de su persona y de las que les rodean. No estamos fabricados para eso; la ciencia y la evolución así lo demuestran. No el sistema imperante, que de manera cada vez menos subliminal nos indica lo contrario y nos va despojando de conceptos colectivos. Afortunadamente la vida y la naturaleza siempre imponen sus reglas y nos dan lecciones de humildad. Lecciones que a mi a veces me hacen falta.

Esto no implica que le podamos dar un cierto rumbo y contenido determinado a nuestra vida, siendo elegida conscientemente por nosotros. Quizá bajar al infierno y volver a subir a la tierra es necesario para emprender este viaje de comprensión profunda. Madiba estuvo casi treinta años en la cárcel. Parece que le dio tiempo a pensar y a entender las claves de la propia libertad frente a todos los eventos indeseables que la vida le fue poniendo. Ahí está el margen de dignidad, no está en otro lugar. La libertad parece estar en el cultivo de lo de dentro.

Parece razonable ganarse ese margen desde la soledad y la reflexión profunda, de manera sosegada. Sin recorrer ese camino, uno difícilmente estará en disposición de otorgar a los demás limpiamente esa honestidad. Elegir con autonomía y de manera consciente las personas, valores y conceptos que pueblan la vida de uno y cómo relacionarse con ellos. Desde la ternura hacia uno mismo sin quitar un gramo de realidad. Sin añadir un gramo de sobreactuación ni soberbia. Desde el equilibrio y la virtud, que ya manejaron los griegos, dónde el centro de la vida era el hombre. En un diálogo constante con nuestras fortalezas y debilidades. Mirando los caminos posibles pero también la finitudes.

Por eso, cuando paseaba por la playa, pensaba que posiblemente para ser deshonesto con alguien, no hace falta mentirle o engañarle con otra persona. El hecho de permanecer en contacto y próximo a alguien sin hacerlo desde la propia autonomía y honestidad ya nos posiciona de manera indecorosa. Ya sean parejas, amigos o familiares. Y lo que das a los demás te lo acabas dando a ti mismo. ¿O quizá suceda al revés? Quién sabe.

Pienso que también es deshonesto querer ver, saber y poseer todo, incluida la verdad. Es etero e imposible. Intentarlo es una jodida desventura. Así que espero que quede claro que esto es simplemente mi opinión y aún convencido de lo que escribo, estaré seguramente equivocado en algunas cosas. 

Pero en cualquier caso, sentir y pisar despacio la arena de la playa y ver el sol ponerse en silencio me ayuda a ser honesto. Porque la naturaleza, que es nuestra casa y de la cual formamos parte desde el principio de los tiempos, nos pone en escucha directa con nosotros mismos. No se trata de desconectar, la palabra es conectar.

Fuerteventura, Mayo de 2021.

 
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Publicado por en 11 mayo, 2021 en Amor, Viaje, Vivencias