Un pie detrás de otro, sin prisa pero sin parar. Al caminar se van aplastando las hojas que adornan parte de la vereda. También cruje al romperse alguna pequeña rama. El aire me acaricia los brazos en movimientos de tirabuzón. Parece que está jugando. Y yo, que no lo pienso, respiro. Y a veces cierro los ojos para sentir más el olor a pino y a recién llovido del campo de mi pueblo. Me relaja el cuerpo y me saca la sonrisa serena del que llega a su hogar. En realidad no camino por aquí. Soy un coso más de este aquí que me sostiene cuando lo albergo. ¡Qué suerte! ¡Qué lujo! ¡Qué riqueza!
Percibirse un coso más es importante para quitarse importancia. Cada sujeto ocupa su lugar y le brinda una suerte de equilibrio al conjunto. Con atmósfera politeísta, dónde nadie es para tanto y tiene su dignidad en sí y en el conjunto. Suena a música a veces. Está todo aquí, me atrevo a descubrir entre pensamientos. No en este campo ni en esta naturaleza concreta, pero a través de esta pequeña porción lo sospecho. Siempre estuvo todo aquí, otra cosa es ser consciente de ello y darse el gusto de mirar. De pararse. De abajo a arriba: de lo mineral a las communis avis. Más tiempo del que uno pueda imaginar lleva hablando en silencio. Un grito telúrico que avanza como uno trata de hacer… sin detenerse, sin precipitarse. El flujo natural de la naturaleza. Dónde lo que es bueno para la abeja, es bueno para la colmena.
El más elevado murmullo es el síntoma de su andante quietud perenne. A través de un largo sigilo se interpreta mejor el recado. Todo cambia de aspecto pero todo sigue igual en esencia. Nieve, agua, sol, viento… fuego en los peores casos. Con cada evento y estación la naturaleza se adapta disfrazándose para todas las ocasiones. Sostiene su centro mientras se reverdece o asume su color otoñal e invernal. La lección a la que regreso una y cien veces cuando lo camino con calma: volver a mi centro. Respirar puro. En un mundo a toda velocidad, la lentitud es un acto necesario de presente y de vida. De volver a la raíz.
Los pájaros pían, una cigüeña parece estar meditando encima de una piedra, las ranas toman el sol, la lagartija se mueve deprisa, los grillos cantan, las hormigas recorren su hilera, las ardillas trepan, los bambis saltan despistados y las vacas que están. Están tranquilas, quiero decir… que es como están las vacas. Da gusto verlas. También lo vegetal aunque le tome otra cadencia fluye como el agua que desciende por el río. Va descubriendo a cada paso el dibujo que las piedras y la tierra han construido. Lo hace alegre sin saber muy bien a donde va. No se le nota al río que es la primera vez que ese agua pasa por allí.
Me hace gracia la gente que va a la naturaleza como quien va a un bar. A un lugar ajeno. Como si no fuera parte de ella… como si se pudiera salir de ella. Alejarse quizá, pero debe ser difícil salirse de uno mismo. Aunque a largo plazo es un mal negocio no escuchar y entender la naturaleza, ya sea la de dentro o la de fuera. Para eso hay que sentarse y pararse: tanto en medio de la vida como en medio de la naturaleza. Le ponen algunos nombres modernos, pero siempre se llamó ir al campo. Luego también hay gente que dice que tiene tierras. Pero la tierra siempre nos tuvo a nosotros, incluso antes de dejar de ser nómadas. Pero yo mejor no digo nada… yo camino, descanso un rato, miro y respiro… que a eso se viene al campo y a la vida.









