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La abuela y los ojos brillantes

24 May

Adrián pasaba entre la multitud ligeramente agolpada, lo hacía cabizbajo saludando a la gente con cierta timidez ya que le era muy difícil reconocer a las diferentes personas con las que se encontraba. Había venido para reencontrarse con su amigo. El era la razón por la que estaba allí. Hacia algo más de dos años que no visitaba aquel lugar. Era el pueblo en el que había vivido hasta los quince años. Y aquella sala donde se encontraba estaba llena, sobre todo de gente mayor. Es lógico que a los tanatorios de los pueblos suela concurrir mucha gente… todo el mundo se conoce.

Finalmente, en una esquina de la sala pudo observar al hermano mayor de su amigo junto a otras personas, tomando un vaso de agua. Poco a poco se acerco hasta llegar a él observando su pelo cano por completo y su degradado aspecto en general. Es increíble cómo envejecen ciertas personas, pensó. Era un tipo elegante y guapo pero parecía mucho mayor que los cuarenta y pocos años que tenía. Adrián siempre se había llevado bien con el. Lo saludó y hablaron unos minutos. Le comentó que su hermano había salido fuera y que en un rato estaría de vuelta.

Solamente estaría unas horas en el pueblo, ya que debía volver por la noche a su casa, así que decidió esperar a su amigo. Salió a fumar a la puerta, para hacer tiempo. Sentia que aquello estaba distinto, que la gente e incluso los lugares habían cambiado. O quizá él los veía diferentes, como más pequeños aún. Quizá con cierta distancia. Aun así le transmitía una bonita sensación cuando pensaba en su infancia allí. Desde la calle que fumaba podía ver el colegio y el monte donde había corrido y jugado cuando era un niño. Recordó de forma apelotonada las fiestas de cumpleaños, los veranos y las aventuras adolescentes y mil cosas más en aquel viejo lugar.

Un viento frío que sacudió fuerte en la calle donde fumaba, le produjo un escalofrío recorriendole todo el cuerpo y le trajo de nuevo al presente de un golpe. Aquella tarde gélida de Enero en su pequeño pueblo le empujó a entrar de nuevo. Al hacerlo se sintió un poco observado y pensó que seria bueno esperar sentado al final de la sala.

Se sentó en una silla libre, entre algunas señoras mayores. Al hacerlo miró a su izquierda y de repente se acordó de aquella señora mayor. Era su antigua vecina, la abuela de un chico con el que iba al colegio… Justo en ese momento ella le reconoció.

– ¡Hola hijo! – Le dijo la viejita mientras una sonrisa cómplice iluminó su cara arrugada.

– Hola… ¿Qué tal está?

– Bien hijo, aquí estamos ya ves… Hace mucho que no venís por aquí ¿Y que tal? ¿Tienes trabajo hijo? Está la cosa muy mal.

– Hace mucho tiempo… si. Y si, la verdad que tengo suerte, estoy trabajando. – Dijo Adrián mientras observaba a la mujer. Estaba igual que hace diez años. Con su ropa oscura, luto que vestía de manera perenne. Misma espalda encorvada y misma sonrisa agradable.

– ¡Que bien hijo! – Celebro ella acompañando una sonrisa aún más amplia. Pese a la edad, tenía fuerza para enterarse de todo y explicarse. – ¿Y qué tal están tu padres?.

– Bien…

De repente la anciana le interrumpió a la vez que sus ojos se iluminaban.

– ¡Pues mi nieto también está trabajando, como tu! Y se ha sacado el carnet… y claro, luego se compró un coche. Es pequeño, pero es nuevo. ¿Hace cuanto tiempo que no os veis?

En ese momento Adrián se fijó en sus ojos, estaban húmedos y totalmente brillantes. Algo raro en una persona tan mayor. Su mirada transmitía ilusión, esperanza y orgullo. Se notaba desde lejos que no estaba contando cualquier cosa. Desde el momento que empezó a hablar de su nieto, a la viejita le había cambiado la cara por completo.

A Adrián le conmovió un poco y siguieron hablando un rato más sobre él. Mientras lo hacían, se daba cuenta de que esa era una de las caras del amor. Uno de los amores más grandes que existen: el de una abuela a su nieto. Era grande apreciarlo, incluso en un lugar tan oscuro como un tanatorio.

 
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Publicado por en 24 mayo, 2017 en Amor

 

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