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¿Cómo he llegado hasta aquí?

16 Nov

¿Dónde está la cámara oculta? Me preguntaba dentro del portal mientras le decía al fisioterapeuta que venía otro día para que me tratara la espalda. No podía ayudarle a subir su nueva camilla por las escaleras al tercer piso. Efectivamente, ahí es donde vive y atiende a sus clientes. Cinco minutos antes y puntal a mi cita me lo había encontrado fuera del portal con un paquete tamaño camilla a sus pies. Qué bien me vienes, me dice. Entre los dos metimos el muerto dentro del portal pero no me alcanzaban las ganas para subir aquello tres pisos por unas escaleras estrechas. Los del transporte no me han avisado que venían ahora, reiteraba. Él entendió sin problemas que yo me fuera y buscó un reemplazo de ayudante mientras volvía a casa… Venir a consulta con dolor de espalda y… ¡Parece una broma! Lo que sucede conviene, pensé mientras se me iba dibujando una sonrisa socarrona al entrar al coche.

Conduciendo de manera inversa para regresar a casa, hice lo mismo con mis pensamientos. Un año atrás decidí el destino de mis vacaciones. Una vez allí y tras un paseo largo por Khaosan Road me senté a tomar una cerveza. Después de un viaje con escala en Riad y un día entero de retrasos había llegado a Bangkok. Eso me tenía el cuerpo roto, especialmente las piernas. Era desde luego el momento para descubrir los masajes de pie que estaba viendo frente al bar donde tomaba cerveza. Cuarenta minutos más tarde estaba volviendo al hotel con una sonrisa. ¡Vaya que funcionó! Más que andar, iba flotando.

Meses más tarde, metido en la cotidianidad y cansado de ella recordé la maravilla de los masajes podales. Busqué y encontré un centro de estética y tratamientos de todo tipo donde tenían la famosa reflexología: y no acaba aquí la cosa, sino que estaban de oferta. Pedí cita y me presenté en el local. Una señora mayor me invitó a pasar; era aquello una suerte de tributo a un templo budista mezclado con una secta de desarrollo personal tan común hoy en día aderezado todo ello con sus frases esotéricas. Me acomodé en una camilla callado y expectante. Me da igual su estado mental mientras que el masaje en los pies sea bueno, pensaba mientras entro un tipo alto, calvo y musculado de unos cincuenta años.

El tío lo hacía bien y empecé a darle cancha en lo verbal. De fondo, escuchaba a la señora ir y venir. Varias veces se acercó a mí, para preguntarme si estaba a gusto, porque eso era lo que ella quería. Yo, claro, le decía que sí. Cuando ella se acercaba, el hombre que atendía mis pies cerraba la boca. Hubo un momento en el que alguien fue a pagarla con un billete de cincuenta antes de marcharse y ella no tenía cambio y se acercó a nosotros a preguntar. No teníamos cambio. Salgo un momento a cambiar y ahora vengo, nos hizo saber. Instantes más tarde de salir la mujer por la puerta hacia la calle, el hombre que me atendía paró. Hizo un ademán de gesto secreto y mirándome se metió la mano en el bolsillo del pantalón vaquero para sacar una tarjeta de visita. En esa misma maniobra caía un billete de diez euros al suelo y le asomaba otro de cinco. La próxima vez que necesites un masaje me llamas a mí directamente y vienes a mi casa, me dijo.

 
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Publicado por en 16 noviembre, 2023 en Narrativo, Vivencias

 

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