Este fin de semana estuve en Sevilla de nuevo. Cuantas más veces estoy por la ciudad más me doy cuenta de lo que me gusta caminar y sentirla a cualquier hora del día. A parte del disfrute visual, de caminar, de beber y comer mucho y bien y visitar a la gente que tengo allí, es un lugar donde estoy a gusto y mi cuerpo me lo dice. Se me ocurren ideas e historias que escribir cuando la visito. Cuando en mi cabeza nace esa gana por escribir significa que ese lugar tiene algo especial para mí. No sé exactamente que será, pero algo hay por allí, que Sevilla me mueve por dentro y me toca. Por algo es mi ciudad favorita en España.
El sábado a primera hora de la mañana estuve en el Alcázar. Se agradece que fuera bien temprano para poder disfrutar esa fortaleza sin que esté lleno de guiris o japoneses haciendo fotos y uno, por no molestar tenga que moverse haciendo Tetris. El lugar es maravilloso y en ciertas estancias por su arquitectura mudéjar me recordó otro lugar igual o más impresionante: La Alhambra, especialmente cuando pasamos al patio de las doncellas.
Me acorde de la última de las tres veces que he visitado la Alhambra. Por las prisas tuve que comprar la entrada a última hora. Al comprar los tickets no puede hacerlo por la página web ya que estaban agotadas. Buscando por internet, encontré una web donde eran algo más caras y con visita guiada en grupo. La verdad que en un principio no era lo que más me apetecía ya que conocía el lugar, pero era la única alternativa que tenía.
Después de esperar un rato en la puerta nos repartieron los audífonos y dividieron los grupos para seguirlo en castellano e inglés. Para cada grupo se nos asignó un guía que se ponía un pequeño micrófono que como buenos corderitos debíamos seguir y escuchar. Por un lado, la idea no es mala, siempre viene bien que alguien que conozca aquello, y más en un lugar así, te explique el significado y te ubique temporalmente durante la visita, pero es cierto que, por otro, soy, a menudo, poco amigo de formar parte de rebaños.
No recuerdo su nombre, ya ha pasado un tiempo. Rondaría los cuarenta largos y aun podía adivinarse que había sido una mujer muy atractiva en su juventud, con seguro una horda hombres detrás de ella. Guapa y delgada, con mirada amable, aún conservaba su belleza, sobre todo en su forma de andar y hablar. También en su cara. Hay ciertos tipos de actitudes que hacen que una mujer envejezca bella. Al final, la cara es el puro espejo del alma. Pero todo esto y mucho más que podría decir sobre las tres horas que pudimos compartir, es ridículo comparado con los conocimientos que tenía de La Alhambra.
Desde que empezamos la visita hasta que terminamos descubrimos un montón de información gracias a ella. Pero lo mejor no era eso, tampoco. La manera y la emoción con las que entraba en cada palacio, jardín o estancia y contaba historias sobre aquel complejo enfrentado al Albaicín y al Sacromonte era increíble. Lo hacía además con una voz dulce y con ese acento embelesador granadino que era un placer para los oídos. Se movía ligera saludando por su nombre a todo el mundo, que parecían encantados de verla.
Nos explicó, entre otras muchas cosas, como, realmente la Alhambra habla a los que la recorren si saben interpretarla. Lo hacía con un tono amable y bromeando a cada rato, parecía divertirse ella sola y estaba encantada de estar allí. Los que intentábamos ir cerca de ella, cuando hubo ocasión le cosimos a preguntas, sobre todo curiosidades. Siempre sabia explicar perfecto cualquier duda y también contar una anécdota al respecto. Quizá es la mejor guía que haya tenido. Creo. Hubo un momento que alguien le pregunto, si no cansaba hacer el mismo recorrido cada día. En ese momento, ella esbozó una pequeña sonrisa, entre picara y seductora, como si le agradara contestar a eso. Después, sin alterarse lo más mínimo en la forma y en el tono, le contesto con otra pregunta. ¿Como me voy a cansar de estar aquí? Esto es un privilegio, poder caminar cada día entre estas paredes y entre estos palacios… Estoy enamorada de Granada y aún más de la Alhambra. Y realmente, lo que decía era totalmente cierto. Estaba orgullosa. Feliz, como muchacha enamorada que no camina, sino que levita por cada rincón cantando de felicidad y sonriéndole a cada esquina.
Justo ahí, uno se queda pensando mientras se le dibuja una sonrisa en la boca. Primero, reconozco que tuve envidia de ella. Después me di cuenta que tuve envidia del trabajo que tenía. Pero finalmente me di cuenta de que el secreto del éxito, en general, es estar enamorado de lo que uno hace, aunque lo haga cada uno de los días de su vida. Aunque hay que reconocer, que recorrer aquel lugar y morar en Granada, ayuda mucho a vivir enamorado.
eduardod82
12 febrero, 2018 at 23:14
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