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Mi patria digna

19 Feb

Mi patria comienza con los que viene a la vida. Los que me abrazaron y recibieron hace ya treinta años. O quizá, comience nueve meses antes. Varios estudios muestran que la personalidad comienza a gestarse en la tripa. A algunos de ellos ya he tenido que decirles adiós, pero siguen siendo mi patria. Viven en mí y siempre lo harán. Todo ese tiempo de infancia y de niñez con mis padres intentando y consiguiendo que mi hermana y yo fuéramos felices y fuertes en valores. Todo ese rato con mis abuelos jugando, aprendiendo y riendo… pasando días enteros en una atmósfera de amor y paz. De tierra firme. Todos esos momentos con mis primos. Aquel tiempo recorriendo mi pueblo, el campo y todos aquellos rincones hasta donde alcanzáramos en bici, corriendo o como se nos ocurriera, en aquel mundo de niños, que sólo era nuestro. Allí donde los adultos no entraban, ni deberían entrar nunca. Aquel mundo divertido de imaginación y aventura. A veces pienso, que quien no tiene pueblo, le falta algo. Perdíamos la cuenta de los días al vivir con intensidad cada momento y sin que hubiera otra realidad aparte de la presente. Suerte que esto, aún intento practicar con regularidad. Es importante hacer cosas de niños y sentirse como tal.

Esa es sin duda mi patria más pura, de ahí es de donde más profundamente vengo y pertenezco. No hay nada más cierto que la afirmación de que la patria es la infancia. De ahí me siento y ahí me reconozco. Quizá es estúpido decirse orgulloso de algo que ha sucedido sin que uno haga esfuerzo. Pero estoy orgulloso, pero sobre todo agradecido de mi infancia y mi familia; es una de las razones por las que soy como soy. Son dos términos que siento como si de un único elemento se tratara. Ese tiempo nos marca a fuego para siempre. Aunque también, mi patria está compuesta por otras muchas pequeñas cosas. Lo es el puñado de amigos que en cada etapa de mi vida han estado compartiéndola conmigo y yo he tenido la fortuna de acompañar. Unos entraron y se quedaron por más tiempo, mientras otros se fueron o me fui yo. Especialmente es un privilegio hacerlo con ciertos camaradas nobles, que entienden la vida, el tiempo que nos toca caminar juntos. Compartir barricada, conversaciones, reflexiones, dignidades.

La música tiene mucho más sentido si es compartida por un momento, un lugar, una persona, un afecto, con un beso y mil sonrisas. Hay canciones que uno no puede escuchar sin trasladarse a ese momento, a esa persona. Ahí también se encuentra un poquito de mi patria. Sentir la acción de esa música que te mueve por dentro, en lo más hondo. Que cae por tu cabeza como el agua caliente de la ducha en invierno. Que te cubre y rodea por completo el cuerpo y te hace vibrar y viajar. También en ocasiones me pasa con los olores.

Y por supuesto, los lugares. No estoy hablando de ningún país. Ni siquiera de una ciudad. Como mucho podría hablar de un pueblo. Mi pueblo y esa naturaleza que lo rodea. Algunas calles, esos pinos y montañas… Al fin y al cabo, de ahí soy y ahí me siento en casa como en ningún otro sitio. En pocos lugares descanso y duermo tan bien. Y muchos rincones… aquellos donde, por la compañía conmigo mismo a veces, o con otra persona, el tiempo se para. Dan perspectiva y eso te ayudan a comprometerte con la vida. Con lo central de la vida: lo que Pepe define como “La rueda humana”: Las relaciones afectivas, el amor, la amistad, las relaciones familiares y lo que da calidad a lo anterior: la relación con uno mismo. Conocerse a uno mismo y buscar tiempo para hacer y descubrir cosas que te hacen feliz. No hay que saberlo solamente, hay que sentirlo. Es por eso que aquellos rincones, son patria profunda también, por lo que para mí representan. Son cicatrices de vida ubicadas en diferentes lugares. Obvio, lo son los viajes. Especialmente los que uno emprende en sabia soledad, de los que nunca vuelve la misma persona. Todo aprendizaje vital es patria.

Obvio. Son los besos que nos dimos y las noches que dormimos. También las que no dormimos. Las que descansamos y las que no, porque el descanso está en la armonía, no en las horas de sueño. Cuando nuestra cama era Berlín y nosotros dos soviéticos. Lo que nos dijimos y lo que nos dijo el silencio y los abrazos de nuestras miradas. Los momentos que el idioma no tiene que ver con las palabras porque, además, a veces no es suficiente. También el paso del tiempo. Unas manos recorriendo una espalda. Una boca recorriendo un cuerpo. Arder, vivir y disfrutar. Una sonrisa, luego una risa, y otra… hasta el dolor de tripa. Y llorar…, de alegría y de tristeza. Descubrirse en el otro mientras nos descubrimos a nosotros, igual que un niño juega, sin saber que juega. Ese calor con el que a veces olvidas que fuera hace frío. Saberse de alguna patria personal, ayuda contra el frío de la vida.

La patria por construir es la vida que voy pisando al caminar. Los caminos que me quedan por recorrer. Lo vital que voy haciendo al vivir. Lo que aprendo al tropezar. Y cuando echo de menos mi patria, tiene que ver con el recuerdo de la mirada cómplice y las manos arrugadas y moteadas de mi abuela o de aquel abrazo con mi padre aquella mañana de invierno. También con el sentimiento de aventura continua de la niñez y del descubrir donde el miedo no cabía en el plan. De la seguridad y el calor familiar que no solo llevo dentro, sino que forma parte de mí. Tiene que ver con los silencios, con las miradas en una cama desnuda y la complicidad de dos cuerpos en armonía ávidos de la otra piel.

Creo que mi patria, no tiene bandera. No me importa demasiado. La mayoría de las veces sirven para separar personas y dividir. Por la estúpida razón, tan relegada a la suerte y al azar, de haber nacido en uno u otro lugar. Personas iguales que sienten igual, se emociona igual, y en definitiva son lo mismo. Pensar distinto esto último, me parece bastante peligroso. Puedo portar alguna bandera, pero jamás sería tan estúpido de matar por ella o de sentirme superior. Ninguna patria de banderas es tan importante como para ni siquiera discutir. Las personas de noble corazón y solidarias de verdad no miran banderas o nacionalidades: miran personas, porque saben que lo otro no es más que un invento, una mala fábula en el mejor de los casos. Me temo que hay demasiados personajes aprovechando ese sentimiento y sacándole rentabilidad desde bien antiguo. La mía no está fabricada en tela, está hecha más bien de sentimiento, de recuerdos, de piel y de miradas. De infancia. Por eso, si hay que construir patrias o banderas, se me ocurre hacerlo con mis mejores materiales, que nada tienen que ver con un trapo de colores. Porque las banderas sean de donde sean y representen a lo que representen, son todas “made in china”.

 
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Publicado por en 19 febrero, 2018 en Amor, Vivencias

 

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