RSS

Archivo del Autor: juanfisherman

Consejos a Sancho Panza

De los consejos de Don Quijote a Sancho antes que fuese a gobernar la ínsula.

«Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies[pavo real] de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.»

«Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a avergonzarte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.»

«Nunca te guíes por la ley del encaje[arbitrariedad], que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.»

«Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.»

«Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.»

«Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.»

«No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.»

«Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.»

«Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.»

«Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala»

«Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.»

«También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.»

«Jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos comparándolos entre sí, pues por fuerza en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado.»

 
Deja un comentario

Publicado por en 27 agosto, 2025 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Gracias

Creo que hablo en voz de muchos, quizá de casi todos, cuando digo que la Banda de Música, nuestra Banda, es un orgullo para El Hoyo de Pinares. Nos regala momentos de melodía, alegría y solemnidad. La música es tan ancha que siempre hay una pieza acorde para articular cada ocasión. Acompaña tantos momentos… ¿Quién podría imaginar unas fiestas de San Miguel sin ella? ¡Qué importante es la música en nuestras vidas y en nuestro pueblo!

Alguna vez, Rubén y yo hemos comentado la importancia y la labor social que desempeña la música como aprendizaje, lugar de encuentro y eje de relaciones. El hecho de que las personas que tengamos ganas podamos contar con esta oportunidad es una suerte. Que a través del estudio podamos aprender algo como la música y terminar formando parte de la Banda es un privilegio que cuidar y valorar.

Aprender música (que como mi madre dice, son matemáticas para la cabeza) y compartir tiempo juntos en torno a un objetivo común es algo muy bueno, divertido y valioso para todos. Construir colectivamente nos hace mejores y más solidarios. La música es algo muy bonito… y un medio de expresión muy grande.

Gracias Rubén, por el tiempo, la dedicación y la paciencia que hay detrás de cada clase, ensayo o actuación. La Escuela y lo que se ve y escucha en los conciertos lleva detrás mucho trabajo y esfuerzo. Me consta además que llevado a cabo siempre con un cariño y una ilusión dignas de mención y reconocimiento, que se hacen permeables en esa forma de hacer las cosas poniendo cabeza y corazón: así es como eres tú. Con esas ganas de llevar la música y el nombre de El Hoyo de Pinares por bandera.

Quiero también aprovechar un párrafo de agradecimiento a Don Juan Antonio. Es una suerte de la vida tener buenos profesores y contigo la hemos tenido. En la parte musical y en la parte humana. Después de veinte años sin tocar, volver a dar clases de trombón antes de tu merecida jubilación como director, fue volver a recordar lo bien que me sentía en tus clases, lo que me gustaba este instrumento y por qué lo elegí. Gracias por sembrar la semilla y el gusto musical en tantas generaciones en nuestro pueblo, que ya es el tuyo.

En esta nueva etapa con Rubén de director, me gustaría mencionar la incorporación de los grupos nuevos a la Escuela. Hecho que ocurre de manera transversal: no solo es una apuesta por los chicos jóvenes, también lo es por grupos de gente más veterana que ha encontrado ahora su momento para unirse o retomarlo como es mi caso. La música es de todos y para todos.

En resumen, es esta una carta de agradecimiento a nuestra Banda y de manera distintiva a mi querido Rubén. Especialmente por el trabajo que menos se ve y es el más importante: el del día a día. Agradecimiento extensible y perenne a Juan Antonio, Vicente y Paco. A los profesores actuales y también, a la directiva y a toda la gente que apoya y ayuda en cualquier medida para que esta familia musical se mantenga viva.

Gracias Rubén por todo y por nuestra amistad.

¡Que la melodía, la alegría, la amistad y tantas cosas buenas que conjugan esto de manera armónica nos sigan uniendo mucho tiempo a todos!

Juan Pescador Sánchez. Publicación: Libro de las Fiestas de Hoyo de Pinares 2024.

 
Deja un comentario

Publicado por en 23 septiembre, 2024 en Amor, Música, Narrativo, Vivencias

 

Cociendo en sus propios jugos

Fragmento de entrevista a Carlos Pauner. Alpinista profesional con los 14 ochomiles a la espalda.

— Tal vez una experiencia tan extrema, cambia tu manera de ver la vida…

— Hombre, cambia la manera de verlo. No por las montañas en sí, si no por desplazarte a esos lugares… Cuando te desplazas a Nepal, a China, a Pakistán y ves como viven nuestros porteadores que llevan treinta kilos con unas chancletas y no se quejan y no comen en todo el día, te das cuenta de que el ser humano es muy fuerte, pero que aquí en occidente nos hemos hecho demasiado blandos. Yo pongo la tele cuando llego aquí y veo a un hombre hecho y derecho llorando y me pregunto, ¿Se habrá caído de una grieta? ¿No habrá comido? No no, sigo indagando y veo que es porque lo han nominado en Gran Hermano… y digo, vete a la mierda. Vete a la mierda. ¿Dónde vamos así? Entonces el mundo de la montaña es un mundo de titanes, de gente valiente, de gente austera, de gente que no se queja de casi nada.

— Es que vivimos en una extra zona de confort.

— En una burbuja.

— Es que nadie en el mundo ha vivido mejor que nosotros en la historia.

— Pero a la vez peor. Nunca habéis sido menos libres de lo que sois ahora: yo he sido mucho más libre.

— Objetivamente somos los que más cómodos estamos.

— De hecho, la sociedad occidental está buscando y buscando continuamente la felicidad y no la encuentra. Y tiene el último modelo de coche, una ducha con agua caliente. Yo no hay dia en mi vida que no abra un grifo y solo de ver que sale agua, digo, joder que maravilla. Pero es que si lo giras sale agua caliente. Entonces tenemos todo y no tenemos nada. Te enseña mucho el estar en esos poblados con gente que no tiene nada como Nepal, que ves que cocinan y ves que felices son, como hablan, tienen tiempo, no tienen prisa para nada, todo les fluye ¿no?.  Entonces nosotros somos una sociedad que en ese aspecto estamos enferma. Porque no hay mayor grado de infelicidad que en occidente.

— Y es la mayor estabilidad del mundo con todas las posibilidades. 

— Con todas, incluso de imponer sus normas en otro sitio. Somos potencias no solo económicas, incluso militares. Podemos hacer lo que queramos y aún así dentro, solo tenemos problemas. El número de suicidios aumenta, depresiones, uso de fármacos… vamos un nepalí no conoce eso, no los hace falta. ¿Un fármaco para estar contento? Hombre no por Dios. Ellos están contentos cuando han hecho una buena cosecha, han llegado a su casa y tienen algo que traer para comer. Esa perspectiva creo que es importante porque al final te da la vara de medir de lo que es importante. 

— Te da el golpe de realidad de lo que realmente es la vida.

— Tú fíjate una niña de dieciséis años deprimida y teniendo que usar pastillas porque en internet la han bajado los seguidores o porque le han dicho que si es gorda o es fea. 

— Vivimos en un mundo cada vez más virtual, pero no de cara a la pantalla si no…

— No no, de cara a los demás. Cada vez nos importa más lo que los demás digan de nosotros. Por eso digo que somos menos libres ahora. Yo cuando era crío me importaban tres bledos lo que dijeran de mi. Yo me iba con mis amigos a escalar y nos importaba tres bledos el aspecto, el pelo, lo que llevábamos o no sé. No hacíamos mal a nadie además y hacíamos lo que nos gustaba. Esa libertad creo que era muy importante. Ahora está todo con más normas. Al final llegará un momento que vamos a tener que llevar una check list como en los aviones, para salir a la calle a ver si llevamos todo y todo correcto. Entonces occidente en ese aspecto está enfermo porque se está cociendo en sus propios jugos: idioteces. No puede salir un tío hecho y derecho lloriqueando porque le han nominado. No me jodas. Yo le pondría una semanita allí en Nepal con treinta o cuarenta kilos que llevan a la espalda con unas chancletas durante ocho horas, a ver que le parecía.

 
Deja un comentario

Publicado por en 6 agosto, 2024 en Entrevistas, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

Huir de uno mismo…

Se podía escuchar el alegre murmullo saliente de la Plaza Mayor como telón de fondo. Estaba situada a un par de cuadras de donde ambos se encontraban. Sintiéndose más cercana, destacaba una guitarra española y la voz de un viejo entonando cantos de revolución. El viento suave y húmedo que desde el ático de la casa se advertía era agradable. Así son la mayoría de las noches en Trinidad.

Tras haber subido por las escaleras de madera que daban acceso a la parte alta de la casa, se encontraban ambos con una cerveza en la mano. Recostados en el muro que levantaba hasta la altura del pecho miraban al cielo limpio y estrellado. Ellos creerán rozarlo esa noche desde allí. Desde aquella casa vieja pintada de color salmón y combinada con blanco para jambas y bordes que configuraba el estilo colonial.

El día entero y ahora la noche, la tercera juntos desde que sus caminos solitarios se cruzaron, habían transcurrido con normalidad. Días alegres caminando por la playa o cualquier otro lugar… y noches de ron y miel en sus labios con algo de fuego encendido que propagar entre sí. 

Después de un largo silencio la conversación tornó por cauces algo más profundos que los que hasta ahora habían transitado…

—¿Qué te da viajar sólo? —dijo ella en tono sereno y la mirada clavada en la luna llena que tenían de frente.

—Bueno… digamos que yo… o todos, vamos por nuestro camino. Encontrar gente…— incorporándose del muro, comenzó a gesticular lentamente. —Me permite acercarme a otros lugares. Entonces sigo sus caminos… me voy un rato por ese camino y aprendo cosas que yo no conozco y vivo cosas nuevas. Me ayuda a entender… Bueno a veces es muy divertido…

—Es cierto. Eso sucede… 

Ella seguía petrificada, con la cerveza en la mano y sin perder la mirada con la luna.

—¿Y tú, por qué viajas sola? —preguntó él mientras volvía a recostarse en el muro apoyando un solo hombro, ahora un poco más alejado y mirándola. 

—No lo sé… después de un tiempo… después de este viaje sola creo… —ensimismada, sin girarse para devolverle la mirada, la cual mantenía fija, hablaba como si más que dirigirse a él estuviese pensando en voz baja— que no puedo huir de mi misma… y seguramente no deba. De lo que me he dado cuenta, es que por mucho que uno pueda hacer diferentes cosas… y sobre todo, por muy lejos que una persona pueda viajar, nunca se puede huir de uno mismo.

Los dos eran jóvenes. Con aventuras por correr y con el sentimiento inagotable que apareja la mocedad. Pero las palabras que aquella noche pronunció ella no tenían tono ni fondo bisoño. Un momento de lucidez serena que él vió en ciertas mujeres a lo largo de su vida. Pero en ese momento era varón aún menguado para percibir la dimensión de lo profundo: la vida aún tenía que pasarle por delante para comprender. Las palabras que ella le había dicho aquella noche aparecieron en su cabeza alguna vez durante los siguientes años. Pero solo después de tiempo y vida comprendió contenido y continente. Aquella chica que empezaba a ser mujer le estaba dando una de las claves interpretativas más importantes de su vida.

 
Deja un comentario

Publicado por en 1 mayo, 2024 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

¿Cómo he llegado hasta aquí?

¿Dónde está la cámara oculta? Me preguntaba dentro del portal mientras le decía al fisioterapeuta que venía otro día para que me tratara la espalda. No podía ayudarle a subir su nueva camilla por las escaleras al tercer piso. Efectivamente, ahí es donde vive y atiende a sus clientes. Cinco minutos antes y puntal a mi cita me lo había encontrado fuera del portal con un paquete tamaño camilla a sus pies. Qué bien me vienes, me dice. Entre los dos metimos el muerto dentro del portal pero no me alcanzaban las ganas para subir aquello tres pisos por unas escaleras estrechas. Los del transporte no me han avisado que venían ahora, reiteraba. Él entendió sin problemas que yo me fuera y buscó un reemplazo de ayudante mientras volvía a casa… Venir a consulta con dolor de espalda y… ¡Parece una broma! Lo que sucede conviene, pensé mientras se me iba dibujando una sonrisa socarrona al entrar al coche.

Conduciendo de manera inversa para regresar a casa, hice lo mismo con mis pensamientos. Un año atrás decidí el destino de mis vacaciones. Una vez allí y tras un paseo largo por Khaosan Road me senté a tomar una cerveza. Después de un viaje con escala en Riad y un día entero de retrasos había llegado a Bangkok. Eso me tenía el cuerpo roto, especialmente las piernas. Era desde luego el momento para descubrir los masajes de pie que estaba viendo frente al bar donde tomaba cerveza. Cuarenta minutos más tarde estaba volviendo al hotel con una sonrisa. ¡Vaya que funcionó! Más que andar, iba flotando.

Meses más tarde, metido en la cotidianidad y cansado de ella recordé la maravilla de los masajes podales. Busqué y encontré un centro de estética y tratamientos de todo tipo donde tenían la famosa reflexología: y no acaba aquí la cosa, sino que estaban de oferta. Pedí cita y me presenté en el local. Una señora mayor me invitó a pasar; era aquello una suerte de tributo a un templo budista mezclado con una secta de desarrollo personal tan común hoy en día aderezado todo ello con sus frases esotéricas. Me acomodé en una camilla callado y expectante. Me da igual su estado mental mientras que el masaje en los pies sea bueno, pensaba mientras entro un tipo alto, calvo y musculado de unos cincuenta años.

El tío lo hacía bien y empecé a darle cancha en lo verbal. De fondo, escuchaba a la señora ir y venir. Varias veces se acercó a mí, para preguntarme si estaba a gusto, porque eso era lo que ella quería. Yo, claro, le decía que sí. Cuando ella se acercaba, el hombre que atendía mis pies cerraba la boca. Hubo un momento en el que alguien fue a pagarla con un billete de cincuenta antes de marcharse y ella no tenía cambio y se acercó a nosotros a preguntar. No teníamos cambio. Salgo un momento a cambiar y ahora vengo, nos hizo saber. Instantes más tarde de salir la mujer por la puerta hacia la calle, el hombre que me atendía paró. Hizo un ademán de gesto secreto y mirándome se metió la mano en el bolsillo del pantalón vaquero para sacar una tarjeta de visita. En esa misma maniobra caía un billete de diez euros al suelo y le asomaba otro de cinco. La próxima vez que necesites un masaje me llamas a mí directamente y vienes a mi casa, me dijo.

 
Deja un comentario

Publicado por en 16 noviembre, 2023 en Narrativo, Vivencias

 

Contrato

Letra «Contrato» – K1ZA

Yo era gris pero tú no eras pa tanto
Sigo oyendo aquellas voces en mi cuarto
Gritan Carmen, joder, da el salto
Madre si no he saltado es porque te amo
He buscado entre las luces y las sombras
He rezado a los dioses pa que te rompas
He contao hasta 10 para que te escondas
Mueres o te vas loca ya no hay otra
He buscado mis raíces
He olvidado mis matices
Tengo tanto en mi interior que si abro mi corazón es pa que te paralice
He tocado lo más hondo
Y recaído por inercia
Si buscas en mi trasfondo hay una niña llorando porque ha perdío su inocencia
Las balas no me silencian
La droga no me anestesia
Tengo una diosa en la cama que le da mil vueltas a todos los dioses de tu iglesia
La locura como esencia
La mirada de escopeta
De entre tos los corazones el tuyo fue el único capaz de cerrarme la grieta
Aprieta
Llevo vacía la maleta
No me fio de aquel que no cumpla lo que prometa
Busco a una persona que me quite la corteza pero soy de caja fuerte por pura naturaleza
No me hablan, me rezan
No te lloro, te canto
Solo hay una certeza el amor sin pureza termina en el llanto
Ya he llamado al diablo
Y he cerrado el contrato
Me ha dicho “yo te cuido si pones un trozo de tu alma en mi plato”
Ha cogío su cuchillo
Y ha cortao por lo sano
Me ha dicho “yo te cuido que un corazón negro pesa demasiado”
Ya he llamado al diablo
Y he cerrado el contrato
Me ha dicho “yo te cuido si pones un trozo de tu alma en mi plato”
He cogío su cuchillo
Y he cortao por lo sano
Le he dicho “aquí lo tienes”
Desde este momento ya somos hermanos

 
Deja un comentario

Publicado por en 2 agosto, 2023 en Abstracto, Canciones, Música

 

En éste momento de mi vida…

La dulce y sosegada compañía propia y la ajena, florida de risas y mimos. El sentir agradecido de los cráneos que me hicieron y me llevan.

La naturaleza verde y azul inmarcesible que copa los pulmones y la mente de paz, que me dice quien soy. La lectura que me llena la cabeza de rincones y nuevas aventuras por correr. ¡Y la música! La música alegre que me acompaña.

Consciencia distendida para vivir la naturalidad de la risa y del llanto. Si hay dudas… parar, mirar adentro y gradecer a la vida el propio respirar.

Lo autentico, la raíz, con los pies en el suelo, el corazón abierto y la cabeza despierta. El arte de vivir amando: el tierno sentido de la vida que me camina dentro del pecho desde el siempre de mis tiempos. Que no permite indiferencia o queja.

La aceptación alegre del centro y de la periferia. Del sol, la lluvia y el rio: el ancho sentido de los silencios.

Un sin prisa ni pausa del cultivo y riego del futuro: la esperanza en la siembra del devenir con algunos asuntos que mis ojos no verán ni mis manos podrán recolectar. Quizá de esto trate el sentido de la vida.

Mirada larga para el disfrute del regalo de la buena vida: elección, ilusión, paciencia y empatía. Y amor.

Volver siempre a empezar con el sol.

Todo a través de la serenidad. De la deliciosa serenidad.

Juan Pescador. Verano 2023.

 
Deja un comentario

Publicado por en 5 julio, 2023 en Amor, Vivencias

 

Calle de La Fuente

Paró la bicicleta en medio de la carretera. A los cinco kilómetros, después de pasar el primer pueblo, dejaron de esperarlo. La calzada desprendía tanto calor que en las bajadas no sentía alivio: aire caliente que se le metía por el cuello de la camiseta y le salía por la espalda. Tengo que volver a casa, pensó. Los demás, que eran mayores, sabían qué cruce y a qué distancia quedaba, pero él no. Hasta allí iban para ver pasar a Jimenez corriendo la vuelta ciclista. Decidió dar la vuelta. Lo último en recuperar era un repecho de varios kilómetros. En el alto había una especie de urbanización. Parar le permitía escuchar sus latidos duros y nerviosos. Era difícil tragar saliva porque no tenía aliento. Sentía el calor del asfalto a través de las zapatillas. Estaba solo y tenía mucha sed. Se trata de volver por la misma carretera, se dijo para sí. El campo lucía amarillo árido. El único sonido era el de las chicharras. Si centraba su atención en ellas parecía que subían el volumen.

Empezó a pedalear. La bicicleta que llevaba le iba grande ya que era de su padre… aunque le valía. La suya ni siquiera tenía cambios. Miraba el cuadro de hierro. El soporte para el bidón estaba vacío: no había llevado ni botella de agua. Esa imagen le hacía flaquear mientras percibía su boca pastosa. Siguió un poco más y divisó un par de pinos a mitad de subida, algo más grandes que los demás pimpollos cercanos a la carretera. No tengo agua en el cuerpo ni para sudar, pensó. Pero se agarró a esa sombra para seguir pedaleando hasta conquistarla.

No pasaban ni coches bajo aquel sol que percutía. Tampoco asomaba vida animal. Todo el pasto estaba amarillo, marchito y seco y las chicharras cada vez cantaban más alto. Pero al menos estaba a la sombra. Debía seguir, no sabía cómo porque no tenía fuerzas. De repente se puso a llorar, pero apenas brotaban lágrimas de sus ojos y eso lo asustó. Tras calmarse, subió a la bici y siguió pedaleando.

Una vez arriba, asomaban veredas de tierra a ambos lados de la carretera. Se detuvo a la entrada de una que bajaba por la ladera. No había nadie… Del edificio de la izquierda colgaba un cartel: “Calle de la fuente”. Quizá habría una camino abajo, sólo hay que dejarse caer. Mientras bajaba, sentía las manos calientes puestas en los frenos, no era capaz de imaginar ninguna fuente en ese derrotero que daba entrada a fincas y chalets. Bajar era sencillo, pero subir ya era harina de otro costal… y en algún momento debería volver, con o sin fuente, aunque necesitaba beber agua. Le temblaba el cuerpo entero mientras descendía de pie en la bici para evitar el traqueteo de los socavones en el culo. Se percibía tan ligero que se asustó y paró. No venía ninguna fuente y debía regresar. Volvió el resuello con el pensamiento de regresar a la carretera sin haber encontrado un poco de agua.

Rompió a llorar desesperado sin ninguna humedad. Le aterraba llorar sin lágrimas. Era una especie de impotencia física que nunca había tenido. No sabía cómo iba a volver a casa y qué le diría a sus padres. Llevaba la bici de la mano de vuelta a la carretera. El polvo del suelo se le metía por la garganta y le cortaba. Polvo que él mismo había levantado al bajar. Le dolía respirar, pero aún así logro volver a la carretera deshaciendo el camino de tierra cuesta arriba.

Daba igual llorar, caerse, levantarse, estaba solo y nadie le iría a buscar. El mismo era el único que podía cambiar su situación, pensaba mientras barruntaba el temblor de sus cimientos sentándose a la sombra de una casa cercana a la carretera. Un poquito de sombra, sólo le faltaba un poquito de agua fresca. Pasaba el tiempo entre divagaciones sintiendo su cuerpo vano, donde se desvanecía todo, incluidos sus pensamientos. No estaba seguro de que hacer; no era un adulto. Quizá ser adulto era resolver los problemas fácilmente pensó casi delirante. Atisbó en aquella sombra menor malestar y una consciencia de soledad vital que se deslizaba entre una libertad intima y el miedo a la incertidumbre. ¿Y ahora qué?

Salido de entre las chicharras, empezó a distinguir el ruido de un coche. Era una Citroën C 15 y subía en la misma dirección que lo había hecho él. Era el momento de hacer auto stop por primera vez en su vida.

— ¿Qué haces solo aquí chaval? — El señor lo observó distante, como si fuera gente poco deseable, mientras bajaba la ventanilla a mano.

— Me he perdido… — Fue consciente de lo que le costaba hablar.

El hombre lo siguió analizando con una mirada tosca y lejana. El chico, que veía que se quedaba en tierra, no entendía como un mayor podía contemplarle con ese desdén que hubiera intimidado al más pintado.

De repente, el hombre cambio a un gesto más amable — Venga, te llevo. — Un golpe de suerte puede cambiar la situación de uno en cuestión de segundos. Se bajo de la furgoneta, le ayudo a desmontar la rueda de la bici y lo metieron todo atrás. Ya no sentía tanta sed ni tanto calor, pese a estar metido en ese hierro sin ningún tipo de aire. La certeza de que estaba a salvo le devolvió el aliento y la cordura. Podía volver a ser un niño feliz.

Llegó a la puerta de casa, montó la rueda de la bici y entró al garaje. Creía beberse el pantano entero con la goma del jardín, ¡Qué gusto!. Nunca habló de ello en casa. Aquello nunca había pasado. Eso si, la próxima vez iría a ver la vuelta ciclista en coche con sus padres igual que otras veces.

Yo crecí en los noventa.

 
Deja un comentario

Publicado por en 2 marzo, 2023 en Narrativo, Vivencias

 

No era el agua

Estoy aquí, detrás del conductor del autobús. Observando el vaivén silla arriba y abajo me pregunto si los pedales acompañan también hacia arriba y abajo. Me gusta imaginar que si, pero el mecánico que va en quinta fila levantándose del asiento se dirige mí; ¡Pero cómo va a ser eso posible!, mientras se ríe burlón. El primer asiento es cómodo, nadie se puede tumbar para atrás y molestarme y las vistas son bonitas. Empieza a anochecer. El día fue como el clima: agradable. Aunque desde la segunda fila me está corrigiendo el hombre del tiempo… parcialmente soleado, sin precipitaciones: un anticiclón a nivel de superficie.

De las primeras paradas ha subido y bajado algún guiri antes de dejar Maspalomas. Perdón: algún extranjero. No quiero cabrear con mis pensamientos al académico de la RAE que viaja en la tercera fila de la derecha. No solo hay que leer y escribir bien, también hay que pensar en esos términos. Asiente a su vez el conductor: hay que cumplir unas normas, porque si yo empiezo a conducir por la izquierda nos matamos todos.

Parece que no puede uno rumiar tranquilo… ¿verdad? Me pregunta el psicoanalista que ha subido en la parada anterior entrando a su vez en discusión con el filósofo, sentado al final del autobús que ríe con sorna. Menudo mezquino, sin el pensamiento no seríamos nada, le contesta. En ese momento dos asientos más adelante la risa ancha y sin sorna de un profesor se eleva sobre la anterior. Cuando ha terminado de reír plácido, lee en alto una cita del libro que lleva en el regazo: “Frecuentemente hay más que aprender de las preguntas inesperadas de un niño que de los discursos de un hombre.” Entre unos y otros se sigue repartiendo la discusión. O la disquisición, vaya uno a saber, porque con tanta gente hablando, no es sencillo enterarse de algo…

Se abren las puertas en San Agustín y sube una señora llorando. De repente se hace el silencio. Es una mujer negra, de unos cuarenta y algo. Menos mal que nadie me corrige con “de color”, se nota la tensión del momento. Se sienta en primera fila, igual que yo, pero al otro lado del pasillo. Los demás nos miramos sin saber qué hacer. Se la ve agobiada, con un llanto desbordado… De estas veces que te estás llorando encima y no puedes parar y que te da igual la situación porque acaba de reventar la presa y todo el agua se desborda. Alrededor continuamos sin saber qué decir. El autobús continúa su camino y ella después de un rato llora más bajito.

Creo que han pasado diez minutos desde que la señora que sigue llorando ha subido al autobús. El murmullo entre la gente a bordo ha vuelto, pero tan bajito que no se entienden apenas entre ellos. Prefieren el ruido a escuchar a la mujer. La cual acaba de coger el teléfono y está hablando con alguien. Su llanto aumenta como al principio. Le está explicando a la persona que tiene al otro lado como se le había muerto alguien al que cuidaba. Cada vez lloraba más alto.

Entonces, como yo, el mecánico, el hombre del tiempo, el académico, el conductor, el psicoanalista, el filósofo ni el profesor decimos nada, buscamos en mi mochila. Y ahora estamos sacado una botella de agua a la que apenas le queda la mitad. Un toque en el hombro de la señora, que seguía llorando, sirvió para que mirase. Miró. Esto es para usted, decía el gesto, acercándole la botella de agua que ella recoge. 

Ahora han pasado unos veinte minutos más, y la señora va a bajar del autobús. Se levanta, y me da las gracias con un gesto amable y cómplice. No ha bebido agua y quizá tire la botella sin probarla. Ninguno estamos hablando: solo yo pienso. Escucho el silencio que me deja comprender porque me daba las gracias. No era por el agua evidentemente, sino por el gesto. Lo que importa muchas veces es la intención… Por muy jodido que uno esté siempre tiene algo bueno que dar a los demás: por ejemplo, las gracias.

 
Deja un comentario

Publicado por en 8 febrero, 2023 en Abstracto, Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Paseando por la patria

Un pie detrás de otro, sin prisa pero sin parar. Al caminar se van aplastando las hojas que adornan parte de la vereda. También cruje al romperse alguna pequeña rama. El aire me acaricia los brazos en movimientos de tirabuzón. Parece que está jugando. Y yo, que no lo pienso, respiro. Y a veces cierro los ojos para sentir más el olor a pino y a recién llovido del campo de mi pueblo. Me relaja el cuerpo y me saca la sonrisa serena del que llega a su hogar. En realidad no camino por aquí. Soy un coso más de este aquí que me sostiene cuando lo albergo. ¡Qué suerte! ¡Qué lujo! ¡Qué riqueza! 

Percibirse un coso más es importante para quitarse importancia. Cada sujeto ocupa su lugar y le brinda una suerte de equilibrio al conjunto. Con atmósfera politeísta, dónde nadie es para tanto y tiene su dignidad en sí y en el conjunto. Suena a música a veces. Está todo aquí, me atrevo a descubrir entre pensamientos. No en este campo ni en esta naturaleza concreta, pero a través de esta pequeña porción lo sospecho. Siempre estuvo todo aquí, otra cosa es ser consciente de ello y darse el gusto de mirar. De pararse. De abajo a arriba: de lo mineral a las communis avis. Más tiempo del que uno pueda imaginar lleva hablando en silencio. Un grito telúrico que avanza como uno trata de hacer… sin detenerse, sin precipitarse. El flujo natural de la naturaleza. Dónde lo que es bueno para la abeja, es bueno para la colmena.

El más elevado murmullo es el síntoma de su andante quietud perenne. A través de un largo sigilo se interpreta mejor el recado. Todo cambia de aspecto pero todo sigue igual en esencia. Nieve, agua, sol, viento… fuego en los peores casos. Con cada evento y estación la naturaleza se adapta disfrazándose para todas las ocasiones. Sostiene su centro mientras se reverdece o asume su color otoñal e invernal. La lección a la que regreso una y cien veces cuando lo camino con calma: volver a mi centro. Respirar puro. En un mundo a toda velocidad, la lentitud es un acto necesario de presente y de vida. De volver a la raíz.

Los pájaros pían, una cigüeña parece estar meditando encima de una piedra, las ranas toman el sol, la lagartija se mueve deprisa, los grillos cantan, las hormigas recorren su hilera, las ardillas trepan, los bambis saltan despistados y las vacas que están. Están tranquilas, quiero decir… que es como están las vacas. Da gusto verlas. También lo vegetal aunque le tome otra cadencia fluye como el agua que desciende por el río. Va descubriendo a cada paso el dibujo que las piedras y la tierra han construido. Lo hace alegre sin saber muy bien a donde va. No se le nota al río que es la primera vez que ese agua pasa por allí.

Me hace gracia la gente que va a la naturaleza como quien va a un bar. A un lugar ajeno. Como si no fuera parte de ella… como si se pudiera salir de ella. Alejarse quizá, pero debe ser difícil salirse de uno mismo. Aunque a largo plazo es un mal negocio no escuchar y entender la naturaleza, ya sea la de dentro o la de fuera. Para eso hay que sentarse y pararse: tanto en medio de la vida como en medio de la naturaleza. Le ponen algunos nombres modernos, pero siempre se llamó ir al campo. Luego también hay gente que dice que tiene tierras. Pero la tierra siempre nos tuvo a nosotros, incluso antes de dejar de ser nómadas. Pero yo mejor no digo nada… yo camino, descanso un rato, miro y respiro… que a eso se viene al campo y a la vida.

 
Deja un comentario

Publicado por en 13 octubre, 2022 en Abstracto, Amor, Vivencias

 
 
Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar