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Archivo de la categoría: Narrativo

Consejos a Sancho Panza

De los consejos de Don Quijote a Sancho antes que fuese a gobernar la ínsula.

«Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies[pavo real] de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.»

«Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a avergonzarte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.»

«Nunca te guíes por la ley del encaje[arbitrariedad], que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.»

«Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.»

«Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.»

«Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.»

«No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.»

«Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.»

«Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.»

«Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala»

«Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.»

«También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.»

«Jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos comparándolos entre sí, pues por fuerza en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado.»

 
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Publicado por en 27 agosto, 2025 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Gracias

Creo que hablo en voz de muchos, quizá de casi todos, cuando digo que la Banda de Música, nuestra Banda, es un orgullo para El Hoyo de Pinares. Nos regala momentos de melodía, alegría y solemnidad. La música es tan ancha que siempre hay una pieza acorde para articular cada ocasión. Acompaña tantos momentos… ¿Quién podría imaginar unas fiestas de San Miguel sin ella? ¡Qué importante es la música en nuestras vidas y en nuestro pueblo!

Alguna vez, Rubén y yo hemos comentado la importancia y la labor social que desempeña la música como aprendizaje, lugar de encuentro y eje de relaciones. El hecho de que las personas que tengamos ganas podamos contar con esta oportunidad es una suerte. Que a través del estudio podamos aprender algo como la música y terminar formando parte de la Banda es un privilegio que cuidar y valorar.

Aprender música (que como mi madre dice, son matemáticas para la cabeza) y compartir tiempo juntos en torno a un objetivo común es algo muy bueno, divertido y valioso para todos. Construir colectivamente nos hace mejores y más solidarios. La música es algo muy bonito… y un medio de expresión muy grande.

Gracias Rubén, por el tiempo, la dedicación y la paciencia que hay detrás de cada clase, ensayo o actuación. La Escuela y lo que se ve y escucha en los conciertos lleva detrás mucho trabajo y esfuerzo. Me consta además que llevado a cabo siempre con un cariño y una ilusión dignas de mención y reconocimiento, que se hacen permeables en esa forma de hacer las cosas poniendo cabeza y corazón: así es como eres tú. Con esas ganas de llevar la música y el nombre de El Hoyo de Pinares por bandera.

Quiero también aprovechar un párrafo de agradecimiento a Don Juan Antonio. Es una suerte de la vida tener buenos profesores y contigo la hemos tenido. En la parte musical y en la parte humana. Después de veinte años sin tocar, volver a dar clases de trombón antes de tu merecida jubilación como director, fue volver a recordar lo bien que me sentía en tus clases, lo que me gustaba este instrumento y por qué lo elegí. Gracias por sembrar la semilla y el gusto musical en tantas generaciones en nuestro pueblo, que ya es el tuyo.

En esta nueva etapa con Rubén de director, me gustaría mencionar la incorporación de los grupos nuevos a la Escuela. Hecho que ocurre de manera transversal: no solo es una apuesta por los chicos jóvenes, también lo es por grupos de gente más veterana que ha encontrado ahora su momento para unirse o retomarlo como es mi caso. La música es de todos y para todos.

En resumen, es esta una carta de agradecimiento a nuestra Banda y de manera distintiva a mi querido Rubén. Especialmente por el trabajo que menos se ve y es el más importante: el del día a día. Agradecimiento extensible y perenne a Juan Antonio, Vicente y Paco. A los profesores actuales y también, a la directiva y a toda la gente que apoya y ayuda en cualquier medida para que esta familia musical se mantenga viva.

Gracias Rubén por todo y por nuestra amistad.

¡Que la melodía, la alegría, la amistad y tantas cosas buenas que conjugan esto de manera armónica nos sigan uniendo mucho tiempo a todos!

Juan Pescador Sánchez. Publicación: Libro de las Fiestas de Hoyo de Pinares 2024.

 
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Publicado por en 23 septiembre, 2024 en Amor, Música, Narrativo, Vivencias

 

Huir de uno mismo…

Se podía escuchar el alegre murmullo saliente de la Plaza Mayor como telón de fondo. Estaba situada a un par de cuadras de donde ambos se encontraban. Sintiéndose más cercana, destacaba una guitarra española y la voz de un viejo entonando cantos de revolución. El viento suave y húmedo que desde el ático de la casa se advertía era agradable. Así son la mayoría de las noches en Trinidad.

Tras haber subido por las escaleras de madera que daban acceso a la parte alta de la casa, se encontraban ambos con una cerveza en la mano. Recostados en el muro que levantaba hasta la altura del pecho miraban al cielo limpio y estrellado. Ellos creerán rozarlo esa noche desde allí. Desde aquella casa vieja pintada de color salmón y combinada con blanco para jambas y bordes que configuraba el estilo colonial.

El día entero y ahora la noche, la tercera juntos desde que sus caminos solitarios se cruzaron, habían transcurrido con normalidad. Días alegres caminando por la playa o cualquier otro lugar… y noches de ron y miel en sus labios con algo de fuego encendido que propagar entre sí. 

Después de un largo silencio la conversación tornó por cauces algo más profundos que los que hasta ahora habían transitado…

—¿Qué te da viajar sólo? —dijo ella en tono sereno y la mirada clavada en la luna llena que tenían de frente.

—Bueno… digamos que yo… o todos, vamos por nuestro camino. Encontrar gente…— incorporándose del muro, comenzó a gesticular lentamente. —Me permite acercarme a otros lugares. Entonces sigo sus caminos… me voy un rato por ese camino y aprendo cosas que yo no conozco y vivo cosas nuevas. Me ayuda a entender… Bueno a veces es muy divertido…

—Es cierto. Eso sucede… 

Ella seguía petrificada, con la cerveza en la mano y sin perder la mirada con la luna.

—¿Y tú, por qué viajas sola? —preguntó él mientras volvía a recostarse en el muro apoyando un solo hombro, ahora un poco más alejado y mirándola. 

—No lo sé… después de un tiempo… después de este viaje sola creo… —ensimismada, sin girarse para devolverle la mirada, la cual mantenía fija, hablaba como si más que dirigirse a él estuviese pensando en voz baja— que no puedo huir de mi misma… y seguramente no deba. De lo que me he dado cuenta, es que por mucho que uno pueda hacer diferentes cosas… y sobre todo, por muy lejos que una persona pueda viajar, nunca se puede huir de uno mismo.

Los dos eran jóvenes. Con aventuras por correr y con el sentimiento inagotable que apareja la mocedad. Pero las palabras que aquella noche pronunció ella no tenían tono ni fondo bisoño. Un momento de lucidez serena que él vió en ciertas mujeres a lo largo de su vida. Pero en ese momento era varón aún menguado para percibir la dimensión de lo profundo: la vida aún tenía que pasarle por delante para comprender. Las palabras que ella le había dicho aquella noche aparecieron en su cabeza alguna vez durante los siguientes años. Pero solo después de tiempo y vida comprendió contenido y continente. Aquella chica que empezaba a ser mujer le estaba dando una de las claves interpretativas más importantes de su vida.

 
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Publicado por en 1 mayo, 2024 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

¿Cómo he llegado hasta aquí?

¿Dónde está la cámara oculta? Me preguntaba dentro del portal mientras le decía al fisioterapeuta que venía otro día para que me tratara la espalda. No podía ayudarle a subir su nueva camilla por las escaleras al tercer piso. Efectivamente, ahí es donde vive y atiende a sus clientes. Cinco minutos antes y puntal a mi cita me lo había encontrado fuera del portal con un paquete tamaño camilla a sus pies. Qué bien me vienes, me dice. Entre los dos metimos el muerto dentro del portal pero no me alcanzaban las ganas para subir aquello tres pisos por unas escaleras estrechas. Los del transporte no me han avisado que venían ahora, reiteraba. Él entendió sin problemas que yo me fuera y buscó un reemplazo de ayudante mientras volvía a casa… Venir a consulta con dolor de espalda y… ¡Parece una broma! Lo que sucede conviene, pensé mientras se me iba dibujando una sonrisa socarrona al entrar al coche.

Conduciendo de manera inversa para regresar a casa, hice lo mismo con mis pensamientos. Un año atrás decidí el destino de mis vacaciones. Una vez allí y tras un paseo largo por Khaosan Road me senté a tomar una cerveza. Después de un viaje con escala en Riad y un día entero de retrasos había llegado a Bangkok. Eso me tenía el cuerpo roto, especialmente las piernas. Era desde luego el momento para descubrir los masajes de pie que estaba viendo frente al bar donde tomaba cerveza. Cuarenta minutos más tarde estaba volviendo al hotel con una sonrisa. ¡Vaya que funcionó! Más que andar, iba flotando.

Meses más tarde, metido en la cotidianidad y cansado de ella recordé la maravilla de los masajes podales. Busqué y encontré un centro de estética y tratamientos de todo tipo donde tenían la famosa reflexología: y no acaba aquí la cosa, sino que estaban de oferta. Pedí cita y me presenté en el local. Una señora mayor me invitó a pasar; era aquello una suerte de tributo a un templo budista mezclado con una secta de desarrollo personal tan común hoy en día aderezado todo ello con sus frases esotéricas. Me acomodé en una camilla callado y expectante. Me da igual su estado mental mientras que el masaje en los pies sea bueno, pensaba mientras entro un tipo alto, calvo y musculado de unos cincuenta años.

El tío lo hacía bien y empecé a darle cancha en lo verbal. De fondo, escuchaba a la señora ir y venir. Varias veces se acercó a mí, para preguntarme si estaba a gusto, porque eso era lo que ella quería. Yo, claro, le decía que sí. Cuando ella se acercaba, el hombre que atendía mis pies cerraba la boca. Hubo un momento en el que alguien fue a pagarla con un billete de cincuenta antes de marcharse y ella no tenía cambio y se acercó a nosotros a preguntar. No teníamos cambio. Salgo un momento a cambiar y ahora vengo, nos hizo saber. Instantes más tarde de salir la mujer por la puerta hacia la calle, el hombre que me atendía paró. Hizo un ademán de gesto secreto y mirándome se metió la mano en el bolsillo del pantalón vaquero para sacar una tarjeta de visita. En esa misma maniobra caía un billete de diez euros al suelo y le asomaba otro de cinco. La próxima vez que necesites un masaje me llamas a mí directamente y vienes a mi casa, me dijo.

 
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Publicado por en 16 noviembre, 2023 en Narrativo, Vivencias

 

Calle de La Fuente

Paró la bicicleta en medio de la carretera. A los cinco kilómetros, después de pasar el primer pueblo, dejaron de esperarlo. La calzada desprendía tanto calor que en las bajadas no sentía alivio: aire caliente que se le metía por el cuello de la camiseta y le salía por la espalda. Tengo que volver a casa, pensó. Los demás, que eran mayores, sabían qué cruce y a qué distancia quedaba, pero él no. Hasta allí iban para ver pasar a Jimenez corriendo la vuelta ciclista. Decidió dar la vuelta. Lo último en recuperar era un repecho de varios kilómetros. En el alto había una especie de urbanización. Parar le permitía escuchar sus latidos duros y nerviosos. Era difícil tragar saliva porque no tenía aliento. Sentía el calor del asfalto a través de las zapatillas. Estaba solo y tenía mucha sed. Se trata de volver por la misma carretera, se dijo para sí. El campo lucía amarillo árido. El único sonido era el de las chicharras. Si centraba su atención en ellas parecía que subían el volumen.

Empezó a pedalear. La bicicleta que llevaba le iba grande ya que era de su padre… aunque le valía. La suya ni siquiera tenía cambios. Miraba el cuadro de hierro. El soporte para el bidón estaba vacío: no había llevado ni botella de agua. Esa imagen le hacía flaquear mientras percibía su boca pastosa. Siguió un poco más y divisó un par de pinos a mitad de subida, algo más grandes que los demás pimpollos cercanos a la carretera. No tengo agua en el cuerpo ni para sudar, pensó. Pero se agarró a esa sombra para seguir pedaleando hasta conquistarla.

No pasaban ni coches bajo aquel sol que percutía. Tampoco asomaba vida animal. Todo el pasto estaba amarillo, marchito y seco y las chicharras cada vez cantaban más alto. Pero al menos estaba a la sombra. Debía seguir, no sabía cómo porque no tenía fuerzas. De repente se puso a llorar, pero apenas brotaban lágrimas de sus ojos y eso lo asustó. Tras calmarse, subió a la bici y siguió pedaleando.

Una vez arriba, asomaban veredas de tierra a ambos lados de la carretera. Se detuvo a la entrada de una que bajaba por la ladera. No había nadie… Del edificio de la izquierda colgaba un cartel: “Calle de la fuente”. Quizá habría una camino abajo, sólo hay que dejarse caer. Mientras bajaba, sentía las manos calientes puestas en los frenos, no era capaz de imaginar ninguna fuente en ese derrotero que daba entrada a fincas y chalets. Bajar era sencillo, pero subir ya era harina de otro costal… y en algún momento debería volver, con o sin fuente, aunque necesitaba beber agua. Le temblaba el cuerpo entero mientras descendía de pie en la bici para evitar el traqueteo de los socavones en el culo. Se percibía tan ligero que se asustó y paró. No venía ninguna fuente y debía regresar. Volvió el resuello con el pensamiento de regresar a la carretera sin haber encontrado un poco de agua.

Rompió a llorar desesperado sin ninguna humedad. Le aterraba llorar sin lágrimas. Era una especie de impotencia física que nunca había tenido. No sabía cómo iba a volver a casa y qué le diría a sus padres. Llevaba la bici de la mano de vuelta a la carretera. El polvo del suelo se le metía por la garganta y le cortaba. Polvo que él mismo había levantado al bajar. Le dolía respirar, pero aún así logro volver a la carretera deshaciendo el camino de tierra cuesta arriba.

Daba igual llorar, caerse, levantarse, estaba solo y nadie le iría a buscar. El mismo era el único que podía cambiar su situación, pensaba mientras barruntaba el temblor de sus cimientos sentándose a la sombra de una casa cercana a la carretera. Un poquito de sombra, sólo le faltaba un poquito de agua fresca. Pasaba el tiempo entre divagaciones sintiendo su cuerpo vano, donde se desvanecía todo, incluidos sus pensamientos. No estaba seguro de que hacer; no era un adulto. Quizá ser adulto era resolver los problemas fácilmente pensó casi delirante. Atisbó en aquella sombra menor malestar y una consciencia de soledad vital que se deslizaba entre una libertad intima y el miedo a la incertidumbre. ¿Y ahora qué?

Salido de entre las chicharras, empezó a distinguir el ruido de un coche. Era una Citroën C 15 y subía en la misma dirección que lo había hecho él. Era el momento de hacer auto stop por primera vez en su vida.

— ¿Qué haces solo aquí chaval? — El señor lo observó distante, como si fuera gente poco deseable, mientras bajaba la ventanilla a mano.

— Me he perdido… — Fue consciente de lo que le costaba hablar.

El hombre lo siguió analizando con una mirada tosca y lejana. El chico, que veía que se quedaba en tierra, no entendía como un mayor podía contemplarle con ese desdén que hubiera intimidado al más pintado.

De repente, el hombre cambio a un gesto más amable — Venga, te llevo. — Un golpe de suerte puede cambiar la situación de uno en cuestión de segundos. Se bajo de la furgoneta, le ayudo a desmontar la rueda de la bici y lo metieron todo atrás. Ya no sentía tanta sed ni tanto calor, pese a estar metido en ese hierro sin ningún tipo de aire. La certeza de que estaba a salvo le devolvió el aliento y la cordura. Podía volver a ser un niño feliz.

Llegó a la puerta de casa, montó la rueda de la bici y entró al garaje. Creía beberse el pantano entero con la goma del jardín, ¡Qué gusto!. Nunca habló de ello en casa. Aquello nunca había pasado. Eso si, la próxima vez iría a ver la vuelta ciclista en coche con sus padres igual que otras veces.

Yo crecí en los noventa.

 
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Publicado por en 2 marzo, 2023 en Narrativo, Vivencias

 

No era el agua

Estoy aquí, detrás del conductor del autobús. Observando el vaivén silla arriba y abajo me pregunto si los pedales acompañan también hacia arriba y abajo. Me gusta imaginar que si, pero el mecánico que va en quinta fila levantándose del asiento se dirige mí; ¡Pero cómo va a ser eso posible!, mientras se ríe burlón. El primer asiento es cómodo, nadie se puede tumbar para atrás y molestarme y las vistas son bonitas. Empieza a anochecer. El día fue como el clima: agradable. Aunque desde la segunda fila me está corrigiendo el hombre del tiempo… parcialmente soleado, sin precipitaciones: un anticiclón a nivel de superficie.

De las primeras paradas ha subido y bajado algún guiri antes de dejar Maspalomas. Perdón: algún extranjero. No quiero cabrear con mis pensamientos al académico de la RAE que viaja en la tercera fila de la derecha. No solo hay que leer y escribir bien, también hay que pensar en esos términos. Asiente a su vez el conductor: hay que cumplir unas normas, porque si yo empiezo a conducir por la izquierda nos matamos todos.

Parece que no puede uno rumiar tranquilo… ¿verdad? Me pregunta el psicoanalista que ha subido en la parada anterior entrando a su vez en discusión con el filósofo, sentado al final del autobús que ríe con sorna. Menudo mezquino, sin el pensamiento no seríamos nada, le contesta. En ese momento dos asientos más adelante la risa ancha y sin sorna de un profesor se eleva sobre la anterior. Cuando ha terminado de reír plácido, lee en alto una cita del libro que lleva en el regazo: “Frecuentemente hay más que aprender de las preguntas inesperadas de un niño que de los discursos de un hombre.” Entre unos y otros se sigue repartiendo la discusión. O la disquisición, vaya uno a saber, porque con tanta gente hablando, no es sencillo enterarse de algo…

Se abren las puertas en San Agustín y sube una señora llorando. De repente se hace el silencio. Es una mujer negra, de unos cuarenta y algo. Menos mal que nadie me corrige con “de color”, se nota la tensión del momento. Se sienta en primera fila, igual que yo, pero al otro lado del pasillo. Los demás nos miramos sin saber qué hacer. Se la ve agobiada, con un llanto desbordado… De estas veces que te estás llorando encima y no puedes parar y que te da igual la situación porque acaba de reventar la presa y todo el agua se desborda. Alrededor continuamos sin saber qué decir. El autobús continúa su camino y ella después de un rato llora más bajito.

Creo que han pasado diez minutos desde que la señora que sigue llorando ha subido al autobús. El murmullo entre la gente a bordo ha vuelto, pero tan bajito que no se entienden apenas entre ellos. Prefieren el ruido a escuchar a la mujer. La cual acaba de coger el teléfono y está hablando con alguien. Su llanto aumenta como al principio. Le está explicando a la persona que tiene al otro lado como se le había muerto alguien al que cuidaba. Cada vez lloraba más alto.

Entonces, como yo, el mecánico, el hombre del tiempo, el académico, el conductor, el psicoanalista, el filósofo ni el profesor decimos nada, buscamos en mi mochila. Y ahora estamos sacado una botella de agua a la que apenas le queda la mitad. Un toque en el hombro de la señora, que seguía llorando, sirvió para que mirase. Miró. Esto es para usted, decía el gesto, acercándole la botella de agua que ella recoge. 

Ahora han pasado unos veinte minutos más, y la señora va a bajar del autobús. Se levanta, y me da las gracias con un gesto amable y cómplice. No ha bebido agua y quizá tire la botella sin probarla. Ninguno estamos hablando: solo yo pienso. Escucho el silencio que me deja comprender porque me daba las gracias. No era por el agua evidentemente, sino por el gesto. Lo que importa muchas veces es la intención… Por muy jodido que uno esté siempre tiene algo bueno que dar a los demás: por ejemplo, las gracias.

 
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Publicado por en 8 febrero, 2023 en Abstracto, Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Normalidad

— ¿Algo más señora?

— No, dime cuanto es anda.

— Son veintisiete con ochenta y cinco.

— Toma.

— Pero y el billete de diez.

— Con el de veinte tienes, ¿no? Son diecisiete y pico.

— Veintisiete.

— Anda coño.

— Ahí ahí suelte la pasta — Riendo.

— Es que estoy un poco sorda…

— A estas edades estamos ya todas medio sordas, que ni vemos y nos cuesta andar. — Dice otra señora que esperaba su turno.

— Ya será menos hombre… Aquí está la vuelta.

— No se yo eh, pero es normal. Yo visto lo visto… por el tema familiar… tengo familia que está sorda.

— Bueno… — Riendo de nuevo el tendero.

— Ya veremos cuando lleguéis vosotros a los ochenta y. Que yo ya voy por los ochenta.

— ¿Nosotros? Nosotros no llegaremos. — Mira el tendero a su hermano, en tono sereno, ahora sin broma pero con una mueca sonriente.

— Sí hombre… ¿Cómo no vais a llegar? Y mejor que yo… ¡y más años hombre!

— No se yo eh, nosotros visto lo visto… por el tema familiar… no llegamos.

— Bueno hijos que tengáis buen día.

— Buen día señora.

 
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Publicado por en 19 enero, 2022 en Abstracto, Narrativo

 

Viajar por los lugares más bonitos

¡Chaf! Adrían abrió la lata de cerveza mientras su amigo disfrutaba ya del primer sorbo. Como ellos decían, era el sonido de la felicidad. Enfrente, el sol se hundía en la medianía de dos laderas provocando un chorro de luz que recorría el valle de abajo a arriba. Estaban sentados en el suelo, observando en silencio.

— ¿Cuántas veces hemos estado aquí tomando cerveza? No me canso nunca de venir. ¿A ti te pasa lo mismo? Tú que viajas tanto por todos sitios…

— Bueno, llevo un tiempo sin viajar, igual que tú. Igual que todos — Sonreían y casi reían mientras cruzaban miradas de complicidad.

— Debes haber visto puestas de sol espectaculares… Venga dame envidia. 

— He visto puestas de sol y sitios de la ostia. Sería falsa humildad decir lo contrario. He tenido mucha suerte en poder viajar tanto. Y te digo una cosa, aún así, nunca me canso de este paisaje de nuestra tierra. Sobre todo si es con una cerveza y contigo tío.

— ¿Qué pasa, te me vas a declarar a estas alturas de la película o que? Mira que estoy muy sensible… No me quieras engañar sólo para un rato.

Empezaron a reír los dos mientras el sol seguía bajando y el chorro de luz apuntaba cada vez más arriba. El día se iba apagando. Después de un rato, las risas se fueron también apagando y volvió el silencio, acompañado de la solemnidad que acompaña el crepúsculo. 

— La verdad — Ya en tono reflexivo Es que he conocido lugares increíbles, que te dejan literalmente sin palabras. He viajado mucho… sitios que merece la pena ver al menos una vez en la vida. Pero después de años haciéndolo, te das cuenta de que lo más bonito de viajar son las personas. Eso es lo más bonito de la vida. Las personas con las que tienes el privilegio de cruzarte y compartes… Con las que compartes un lugar increíble pero también una cerveza en un bar humilde. Es ahí también donde está el viaje y el paisaje. Y eso sí está al alcance de todos. Los mejores lugares, los más bonitos… la mayor parte de las veces son las personas. Me encanta viajar y supongo que seguiré haciéndolo con la calma que los años me ponen encima. ¡Pero te lo juro tío! A veces nos volvemos locos en coger trenes y aviones para borrar sitios de una especie de lista…, y no nos damos cuenta de lo que tenemos en la puta cara.

 
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Publicado por en 17 marzo, 2021 en Amor, Narrativo, Viaje

 

No Love

El bar estaba lleno hasta la bandera. Un tropel de mujeres que estaban de despedida lo había acabado de abarrotar. Adrián salió a tomar el aire. No estaba tan borracho como la mayoría de la gente que había dentro y sentía demasiado agobio. En la calle en el mes de mayo se está muy bien, pensaba mientras se apoyaba en la pared del bar y miraba a la gente y respiraba tranquilo el aire fresco. Todavía estaban entrando chicas de la despedida al bar.

Con un falo no pequeño en la cabeza, concretamente en su gorro, salió la novia sola a fumar. Una pausa para separarse de todas las mujeres que ya estaban adentro, eso parecía requerir. Se acercó a Adrián y le ofreció un cigarrillo que el rechazo mientras se preguntaba la razón de ponerse pollas en la cabeza. Le parecía incluso obsceno. 

– ¿Qué tal? ¿Cómo va la despedida?

– Bien… – Respondió entre dientes mientras encendía el cigarro.

– Sois muchas… ¡Habéis llenado el bar!

Se conocían del barrio y Adrián había trabajado alguna vez con el chaval que se iba a casar con ella.

– Si, es una despedida de mucha gente…

– Oye no sabía que te casabas con el Gallego. ¡Enhorabuena!

– Si… Eso parece. – Dijo con un puto entre desdén e indiferencia.

– ¡Qué bien! ¡Me alegro mucho!

Después de las palabras de Adrián hubo un silencio incómodo. Ella dio una calada profunda y larga a su cigarro y expulsó el humo despacio.

– Me voy a casar, pero no estoy enamorada. – Sin pestañear. 

De nuevo el silencio. Adrián no sabía cómo mejorar el mutismo y siguió unos segundos más callado. Se había quedado perplejo ante esas palabras. Ella ni siquiera lo pronunció en tono melancólico, más bien, en un tono que sonaba a rutina. Parecía tener bastante claro lo que estaba diciendo. Aún así no podía dejar de mirar el gorro-polla que llevaba en la cabeza. Ahora le resultaba aún más sórdido.

– Pero… ¿Por qué te casas?

– Bueno, es así. La gente se casa, es lo que hay que hacer en la vida. – Respuesta automática, casi recitada de memoria. 

– Ya, pero… Si no estás enamorada, es fácil que no salga bien ¿No? – Hablaba Adrían reflexivo, casi para sí mismo.

– Bueno… Si tiene que acabar, pues acabará. – Seguía hablando de la misma manera. Tranquila y con todo aquello bien asumido.

De repente salieron dos chicas a buscar a la novia para que entrase al bar. Dos minutos más tarde, Adrián estaba caminando calle abajo dirección a su casa con una sensación extraña. Que dos reyes se casaran para mantener un imperio hace siglos, es un argumento de peso. Incluso que lo hagan familias de gente rica… por según qué intereses, podría tener cierto sentido. Es algo vacío, pero tiene explicación. Pero… ¿Dos pringaos? ¡Qué personas más tristes! Todo eso pensaba mientras llegaba al portal de su casa. De repente vino a su cabeza una imagen. Esos pobres animalitos, que ellos mismos se dirigen de manera ordenada y sumisa al matadero, convencidos de lo que están haciendo.

 
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Publicado por en 25 enero, 2021 en Amor, Narrativo, Vivencias

 

El amigo capitán Alatriste II: Limpieza de sangre.

Limpieza de sangre, segunda entrega de la colección de las aventuras del capitán Alatriste donde Íñigo y el Capitán caen en una trampa en la cual tendrán que vérselas con la Santa Inquisición. Con la Iglesia hemos topado.

«Los Estatutos de limpieza de sangre fueron el mecanismo de discriminación legal hacia las minorías españolas conversas bajo sospecha de practicar en secreto sus antiguas religiones – marranos en el caso de los ex-judíos y moriscos en el de los antiguos musulmanes- que se estableció en España durante el Antiguo Régimen. Consistían en exigir (al aspirante a ingresar en las instituciones que lo adoptaban) el requisito de descender de padres que pudieran asimismo probar descendencia de cristiano viejo.»

La Hoguera de las Necedades: Limpieza de Sangre, de Arturo Pérez ...

“En aquel año de mil seiscientos y veintitrés, segundo del reinado de nuestro joven Rey Don Felipe, la reanudación de la guerra en Flandes reclamaba más dinero, más tercios y más hombres. El general Don Ambrosio Spínola reclutaba soldados en toda Europa, y centenares de veteranos acudían a alistarse bajo las viejas banderas.”

“En cuanto a los toros, ésa continuaba siendo otra gran afición del pueblo español en aquel primer tercio del siglo. De los más de setenta mil habitantes de Madrid, las dos terceras partes acudían a la plaza Mayor cada vez que se lidiaban cornúpetas, celebrándose el valor y destreza de los caballeros que se enfrentaban a los animales. Porque en aquel tiempo, hidalgos, grandes de España y hasta personas de sangre real no tenían reparos en salir a la plaza, jinetes en sus mejores corceles, para quebrarle el rejón en la cruz a un jarameño o matarlo pie a tierra, con la espada, entre los aplausos del entusiasmado gentío, que igual se cobijaba bajo los arcos de la plaza, en caso del vulgo, que en balcones alquilados hasta a veinticinco y cincuenta escudos por cortesanos, nuncio y embajadores extranjeros. Aquellos lances eran celebrados luego en coplas y versos; tanto los gallardos, que los había numerosos, como los graciosos y grotescos, que tampoco escaseaban y eran materia a la que los ingenios de la Corte no tardaban en sacar punta. Como cuando un toro perseguía a un alguacil -la justicia no gozaba entonces, como tampoco ahora, de gran favor popular- y todo el público se ponía de parte del toro.”

“En aquella España turbulenta, arruinada y orgullosa -en verdad era el orgullo lo único que nos iba quedando en el bolsillo, nadie recogía una palabra lanzada a la ligera, e incluso amigos íntimos eran capaces de acuchillarse por una mala palabra o un mentís.[…] Esa retorcida ética era muy de la época entre la gente del bronce, y yo mismo, que frecuenté tales ambientes en mi juventud y el resto de mi vida, doy fe de que en los más desalmados malandrines, pícaros, soldados y chusma a sueldo, advertí más respeto a ciertos códigos y reglas no escritas que en gente de condición supuestamente honorable.”

“Si es cierto que cada cual arrastra sus fantasmas, los de Diego Alatriste y Tenorio no eran serviciales, ni amables, ni tampoco grata compañía. Pero, como le oí decir alguna vez encogiendo los hombros con aquel ademán singular, tan suyo, que parecía hecho a medias de resignación e indiferencia: cualquier hombre cabal puede escoger la forma y el lugar donde morir, pero nadie elige las cosas que recuerda.”

“Ya referí en otra ocasión a vuestras mercedes que, en aquel primer tercio del siglo, el pueblo de Madrid conservaba aún, pese a su picaresca natural y su malicia, una cierta ingenuidad para esa clase de gestos en las personas reales. Ingenuidad que el tiempo y los desastres se encargarían de sustituir por desilusión, rencor y vergüenza. Pero en los años de esta historia nuestro monarca era mozo; y España, aunque ya corrompida y con llagas de muerte en el corazón, conservaba la apariencia, el relumbre y las maneras. Todavía éramos algo, y aún lo seguimos siendo cierto tiempo, hasta quedar exangües del último soldado y el último maravedí. Holanda nos odiaba, Inglaterra nos temía, el turco se andaba con pies de plomo, la Francia de Richelieu rechinaba los dientes, el Santo Padre recibía con mucho tiento a nuestros graves embajadores vestidos de negro, y toda Europa temblaba al paso de los viejos tercios -que aún eran la mejor infantería del mundo, como si en las cajas de sus tambores redoblara el mismo diablo. Y yo, que viví tales años y los que vinieron después, juro a vuestras mercedes que en aquel siglo éramos todavía lo que nadie fue jamás. Y cuando por fin se puso el sol que había alumbrado Tenochtitlán, Pavía, San Quintín, Lepanto y Breda, el ocaso se tiñó de rojo con nuestra sangre, pero también con la de nuestros enemigos; como el día, en Rocroi, que dejé en un francés la daga del capitán Alatriste. Convendrán vuestras mercedes en que todo ese esfuerzo y ese coraje debíamos haberlo dedicado los españoles a construir un lugar decente, en vez de malgastarlo en guerras absurdas, picaresca, corrupción, quimeras y agua bendita. Y es muy cierto, Pero yo cuento lo que hubo. Y además, no todos los pueblos son igual de razonables para elegir su conveniencia o su destino, ni igual de cínicos para justificarse después ante la Historia o ante sí mismos. En cuanto a nosotros, fuimos hombres de nuestro siglo: no escogimos nacer y vivir en aquella España, a menudo miserable y a veces magnífica, que nos tocó en suerte; pero fue la nuestra. Y ésa es la infeliz patria -o cómo diablos la llamen ahora- que, me guste o no, llevo en la piel, en los ojos cansados y en la memoria.”

“En la vida lo malo no es conocer, sino mostrar que se conoce. Tan peligroso resulta ser poco discreto revelando que uno sabe de más, como caer en la simpleza de saber de menos. Siempre es bueno prevenir la música antes de que empiece el baile.”

“El resultado era que, junto a clérigos sin duda honrados y santos, se daban con la misma facilidad pícaros, codiciosos y delincuentes: sacerdotes amancebados y con hijos, confesores que solicitaban a las mujeres, galanes de monjas, conventos donde se ocultaban amoríos, lances y escándalos, eran el pan, y no precisamente bendito, de cada día.”

“Muchas veces después, en los años que aún habíamos de pasar juntos en aventuras particulares y en las guerras del Rey nuestro señor, reconocí aquel mismo tono y aquella mirada inexpresiva, vacía, que de modo tan singular endurecía los ojos claros del capitán cuando en campaña, tras la larga inmovilidad de la espera, resonaban los tambores y los tercios se ponían en marcha hacia el enemigo con aquel paso admirable, majestuoso y lento, bajo las viejas banderas que nos llevaban a la gloria o al desastre. Y aquella misma mirada y aquel tono de infinito cansancio fueron también los míos muchos años después: el día que entre los restos de un cuadro español, con la daga entre los dientes, la pistola en una mano y la espada desnuda en la otra, vi acercarse la caballería francesa en la última carga, mientras en Flandes se ponía, rojo de sangre, el sol que durante dos siglos había causado miedo y respeto al mundo.”

“Eso era lo desconcertante del capitán: podía mostrar respeto hacia un Dios que le era indiferente, batirse por una causa en la que no creía, emborracharse con un enemigo, o morir por un maestre de campo o un Rey a los que despreciaba.”

“Eso era nuestra España: mucho rigor y ceremonia, mucho clavo preventivo, mucha reja y mucha fachada, mientras los clérigos apicarados, las monjas sin vocación, los funcionarios, los jueces, los nobles y todo hijo de vecino cardaban la lana bajo cuerda, y la nación dueña de dos mundos no era sino patio de Monipodio, ocasión para el medro y la envidia, paraíso de alcahuetes y fariseos, zurcido de honras, dinero que compraba conciencias, mucha hambre y mucha bellaquería para remediarla.”

“No soy partidario de groseros alardes de taberna ni tampoco de nostalgias líricas; así que, pues el relato lo exige, zanjaré el asunto consignando que a cierto número amé, y que a algunas recuerdo con ternura, indiferencia o -las más veces- con una sonrisa divertida y cómplice: máximo laurel a que puede aspirar varón que sale ileso, con la bolsa poco menguada, la salud razonable y la estima intacta, de tan dulces abrazos.”

“Creo haber hablado antes a vuestras mercedes de la Inquisición. Lo cierto es que no fue aquí peor que en otros países de Europa; aunque holandeses, ingleses, franceses y luteranos, que eran entonces nuestros enemigos naturales, la incluyeran en esa infame Leyenda Negra con la que justificaron el saqueo del imperio español en la hora de su decadencia. Verdad es que el Santo Oficio, creado para velar por la ortodoxia de la fe, en España fue más riguroso que en Italia y Portugal, por ejemplo, y aún peor en las Indias Occidentales. Pero Inquisición hubo también en otros sitios. Y además, con su pretexto o sin él, tudescos, franceses e ingleses chamuscaron más heterodoxos, brujas y pobres desgraciados que los quemados en España; donde, merced a la puntosa burocracia de la monarquía austriaca, todos y cada uno de los chicharrones que hubo, muchos pero no tantos, figuran debidamente registrados con procesos, nombres y apellidos. Cosa de la que no pueden presumir, por cierto, los gabachos del Rey cristianísimo de Francia, los malditos herejes de más arriba o la Inglaterra siempre falsa, miserable y pirata; que cuando quemaban ellos lo hacían alegremente y a montón, sin orden ni concierto y según les venía en ganas o en intereses, condenado hatajo de hipócritas.”

“Y la decadencia que sufrimos los españoles en el siglo -polvos que trajeron y traerán todavía muchos lodos- puede explicarse, ante todo y sobre todo, por la supresión de la libertad, el aislamiento cultural, la desconfianza y el oscurantismo religioso creados por el Santo Oficio.”

“Decir familiar del Santo Oficio equivalía a decir espía o delator, y de ellos se censaban 20.000 en la España del católico Felipe. Con ese panorama, hagan cuentas vuestras mercedes de lo que la Inquisición significó en un país como el hispano, donde a la justicia la movía menos un toro que un doblón de a ocho, donde se compraba y se vendía hasta el Santísimo Sacramento, y donde, además, cada hijo de vecino tenía cuentas que ajustar con otro […] La cuestión ya no era ser buen católico y cristiano viejo, sino parecerlo. Y nada lo parecía más que delatar a quienes no lo eran; o a quienes uno sospechaba, por viejos rencores, celos, envidias o querellas, que bien pudieran no serlo. Y entre el paisanaje, como era de esperar, llovían las denuncias, y el sé de buena tinta, y el cuentan que, igual que si cayese granizo. Así, cuando el dedo implacable del Santo Oficio apuntaba a algún infeliz, éste se veía abandonado en el acto de valedores, amigos y parientes.”

“Desde la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, la Inquisición perseguía con rigor los residuos de la fe mosaica, en especial a aquellos conversos que en secreto permanecían fieles a la religión de sus abuelos. En una España de tan hipócritas apariencias, donde hasta el más bajo villano alardeaba de hidalgo y cristiano viejo, el odio al judío era general, y los expedientes de limpieza de sangre probada, auténticos o comprados con dinero, eran imprescindibles para acceder a cualquier dignidad o cargo de importancia. Y mientras los poderosos se enriquecían en negocios de escándalo, abroquelados en misas y limosnas públicas, el pueblo, de espíritu violento y vengativo, mataba el hambre y el aburrimiento besando reliquias, usando indulgencias y persiguiendo con entusiasmo a brujas, herejes y judaizantes. Y como ya dije en alguna ocasión al referirme al señor de Quevedo y a otros, ni siquiera los más altos ingenios españoles eran ajenos a aquel clima de odio y rechazo a la heterodoxia.”

“Y encima, ya más adelante y mediado el siglo, con la caída en desgracia del conde-duque, el Santo Oficio pasó factura, desencadenando una de las más crueles persecuciones de judeoconversos conocidas en España. Eso terminó de arruinar el proyecto de Olivares, de modo que muchos importantes banqueros y asentistas hispano-portugueses lleváronse a otros países, como Holanda, sus riquezas y su comercio en beneficio de los enemigos de nuestra corona; con lo que terminaron por jodernos del todo. Y digo terminaron, porque entre los nobles y los frailes de aquí, y los herejes de allá, y la puta que los parió a todos, remataron el desangrarnos bien.”

“Entonces oí el grito. Fue un grito de mujer desesperado y terrible, amortiguado por la distancia; pero tan violento que se abrió camino por pasillos y corredores, atravesando la puerta cerrada. Como si no lo hubieran oído, mis inquisidores siguieron mirándome, imperturbables. Y yo me estremecí de espanto cuando el fraile flaco dirigió sus ojos febriles hacia el potro y luego volvió a mirarme con fijeza.”

“También te ofrece la iglesia de la Compañía, por si quieres llamarte a sagrado… Dice que de allí no te sacan los dominicos ni aunque juren que has matado al nuncio -miró a través de la celosía, hacia la sala de juego, y luego volvió la vista al capitán… Y por cierto, Diego, andes en lo que andes, espero que no hayas matado de verdad al nuncio.”

“Como saben vuestras mercedes, las iglesias de la época eran lugares de asilo, donde no alcanzaba la justicia ordinaria. Por eso, quien robaba, hería o mataba -a eso llamaban andar en trabajos- podía acogerse a sagrado refugiándose en una iglesia o convento, donde los clérigos, celosísimos de sus privilegios, lo defendían frente a la autoridad real con uñas y dientes. Tan solicitado era el llamarse a antana, o a sagrado, que algunas iglesias famosas estaban hasta arriba de clientes que gozaban lo impune de su refugio. En tan apretada comunidad solía encontrarse lo mejor de cada casa, y faltarían sogas para honrar tanto gentil gaznate.”

“El caso es que lugares como el patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla, por ejemplo, o buena docena de sitios en Madrid, y entre ellos San Ginés, contaban con el dudoso privilegio de acoger a la flor de la valentía, el sacabuche, el afanar y la jacaranda. Y toda esta ilustre cofradía, que al fin tenía que comer, beber, satisfacer necesidades y solventar negocios particulares, aprovechaba la noche para salir a dar una vuelta, realizar nuevas fechorías, ajustar cuentas o lo que se terciara. También recibían allí a sus amistades, e incluso a sus coimas y cómplices, con lo que los alrededores de las iglesias citadas, e incluso dependencias de las iglesias mismas, tornábanse por las noches taberna de malhechores e incluso burdel, donde se contaban hazañas reales o fingidas, se concertaban sentencias de muerte tarifando cuchilladas, y donde, en suma, latía, pintoresco y feroz, el pulsode aquella España bajuna, peligrosa y atrevida; la de los pícaros, buscones y otros caballeros del milagro, que nunca colgó en lienzos en las paredes de los palacios, pero quedó registrada en páginas inmortales”

“En las reglas del juego peligroso donde a menudo iba en prenda la propia piel, aquello formaba parte del negocio. Lo mismo que en cada combate se producían bajas, los lances de la vida deparaban ese tipo de cosas. Y él las asumía desde el principio con su impasibilidad habitual; un talante que, si a veces parecía rozar la indiferencia, no era otra cosa que estoica resignación de viejo soldado.”

“Estaba sentada -pronto supe que era incapaz de sostenerse sin ayuda- y tenía en los ojos la mirada más vacía y perdida que nunca vi: una ausencia absoluta hecha con todo el dolor, y el cansancio, y la amargura de quien conoce el fondo del más oscuro pozo que imaginarse pueda. Debía de andar por los dieciocho o diecinueve años, más parecía una anciana decrépita; cada vez que se movía un poco en la silla era lenta y dolorosamente, como si enfermedad o vejez prematura hubiesen descoyuntado cada uno de sus huesos y articulaciones. Y a fe que se trataba exactamente de eso.”

“Frailes, juez, escribano y verdugos se comportaban con una frialdad y un distanciamiento tan rigurosos que era precisamente lo que más pavor producía; más, incluso, que el sufrimiento que eran capaces de infligir: la helada determinación de quien se sabe respaldado por leyes divinas y humanas, y en ningún momento pone en duda la licitud de lo que hace. Después, con el tiempo, aprendí que, aunque todos los hombres somos capaces de lo bueno y de lo malo, los peores siempre son aquellos que, cuando administran el mal, lo hacen amparándose en la autoridad de otros, en la subordinación o en el pretexto de las órdenes recibidas. Y si terribles son quienes dicen actuar en nombre de una autoridad, una jerarquía o una patria, mucho peores son quienes se estiman justificados por cualquier dios.”

“Y aún resulta peor cuando se actúa como exegeta de una sola palabra, sea del Talmud, la Biblia, el Alcorán o cualquier otro escrito o por escribir. No soy amigo de dar consejos -a nadie lo acuchillan en cabeza ajena, más ahí va uno de barato: desconfíen siempre vuestras mercedes de quien es lector de un solo libro.”

“-Sobre el particular que nos ocupa -dijo, sabed que no hay nada que hacer. Agradezco vuestras informaciones, más nada puedo ofreceros a cambio. En materia de Santo Oficio, ni siquiera el Rey nuestro señor interviene -hizo un gesto con la mano fuerte y ancha, anudada con poderosas venas… Aunque, por supuesto, ése no sea negocio con el que podamos molestar a Su Majestad. Álvaro de la Marca miró a Alatriste, que permanecía impasible, y volvióse luego hacia Olivares. -¿Ninguna salida, entonces? -Ninguna.”

“-Ya os pasaré la factura, Don Álvaro. Mi Grandeza nunca hace las cosas gratis -el valido se volvió a Don Francisco, que oficiaba de convidado de piedra… En cuanto a vos, señor de Quevedo, espero que esto mejore nuestras relaciones. No me irían nada mal un par de sonetos alabando mi política en Flandes, de esos anónimos pero que todo el mundo sabe son escritos por vuestra merced.”

“Odiado y temido por su acerba pluma y su extraordinario ingenio, en los últimos tiempos Quevedo procuraba no mostrarse hostil al poder; y eso lo llevaba a compaginar el elogio con su acostumbrada visión pesimista y los accesos de malhumor.”

“-Pero tal vez este siglo -apuntó al terminar- ya no merezca hombres como nosotros… Me refiero a quienes en otro tiempo fuimos. Volvióse a mirar a Alatriste. Este asentía lentamente. La estrecha luna arrojaba a sus pies una vaga sombra sin contornos, difusa. -Quizá -murmuró el capitán- nosotros no los merezcamos tampoco.”

“A la España del cuarto Felipe, como a la de sus antecesores, le encantaba quemar herejes y judaizantes. El auto de fe atraía a miles de personas, desde la aristocracia al pueblo más villano; Y cuando se celebraba en Madrid era presenciado, en palcos de honor, por sus majestades los reyes. Incluso la reina doña Isabel, nuestra señora, que por joven y gabacha hizo al principio de su matrimonio ciertos ascos a ese género de cosas, terminó aficionándose como todo el mundo.”

“Merced a quienes, para bien o para mal, a despecho del turco, el francés, el holandés, el inglés y la puta que los parió, España tuvo, durante un siglo y medio, bien agarrados a Europa y al mundo por las pelotas.”

“En tal jornada, que pretendía memorable, el Santo Oficio quiso matar varias perdices de un solo escopetazo. Resueltos a minar la política de acercamiento del conde de Olivares a los banqueros judíos portugueses, los más radicales inquisidores de la Suprema habían planeado un auto de fe espectacular, que metiera el miedo en el cuerpo a quienes no andaban ciertos en limpieza de sangre. Y el mensaje era nítido: por mucho dinero y favor del valido que tuvieran, los portugueses de origen hebreo nunca estarían seguros en España. La Inquisición, apelando siempre en último extremo a la conciencia religiosa del Rey nuestro señor -tan irresoluto e influenciable de joven como de viejo, de buena naturaleza y ningún carácter, prefería un país arruinado pero con la fe intacta. Y esa, que a la larga tuvo efecto, y muy desastroso por cierto, en los planes económicos de Olivares, fue razón principal de que el proceso de la Adoración Benita, así como otras causas similares, se acelerase para eficaz y público escarmiento.”

“Dos mil personas habían velado para asegurarse un sitio. Y a las siete de la mañana en la plaza Mayor no cabía un alma. Disimulado entre la multitud, con el chapeo de ala ancha bien puesto sobre la cara y un herreruelo vuelto sobre el hombro a modo de discreto embozo, Diego Alatriste abrióse paso hasta asomarse al portal de la Carne.”

“Las hogueras ardieron durante toda la noche. La gente se quedó hasta muy tarde en el quemadero de la puerta de Alcalá, incluso cuando los penitenciados no eran más que huesos calcinados entre pavesas y cenizas. Del resplandor de los fuegos subían columnas de humo con tonalidades rojas y grises, que a veces una racha de aire arremolinaba, trayendo hasta la muchedumbre un olor denso, acre, de madera y carne quemadas. Todo Madrid trasnochaba allí: desde honestas casadas, graves hidalgos y gente de respeto, al vulgo más soez.”

“Aquella España desdichada, dispuesta siempre a olvidar el mal gobierno, la pérdida de una flota de Indias o una derrota en Europa con el jolgorio de un festejo, un Te Deum o unas buenas hogueras, oficiaba una vez más de fiel a sí misma. -Es repugnante -dijo Don Francisco de Quevedo. Era el gran satírico, como referí ya a vuestras mercedes, extremado católico al modo de su siglo y de su patria; pero templaba todo ello con su profunda cultura y su limpia humanidad. -Pobre España -añadió en voz baja. ”

 
 
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