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Merlí y los peripatéticos

¡Me llamo Merlí y quiero que os empalméis con la filosofía!. Así se presenta el nuevo profesor de filosofía a su clase y así comienza la serie que le debe su nombre. Los peripatéticos, es decir, sus alumnos, toman el apelativo de la corriente filosófica de Aristóteles. Esta es sólo una de las muchas menciones a diferentes filósofos que podremos disfrutar. Sólo por esto, hoy en día merece la pena ver la serie, pero es una pequeña parte del montón de elementos que la adornan.

Transcurre en Instituto Àngel Guimerà, en la ciudad condal. Merlí se incorpora para dar clase a bachillerato y desde el principio con su estilo de ver la vida y de dar clase se apodera de la atención de sus alumnos. Su amor por la enseñanza y por plantear abiertamente las cuestiones pero sobre todo provocar a sus alumnos le hace especial. Esa provocación inteligentemente dirigida que les conduce a lugares de reflexión a veces de manera gamberra y contestataria muy interesantes. Es capaz, de manera gradual, de inculcar ese espíritu crítico, ese grito de “amor a la sabiduría” que es la definición etimológica de la Filosofía. Cuando la serie va avanzando ya en su segunda y tercera temporada su evolución personal y como maestro cambia. En ocasiones su cercana relación con los alumnos no siempre corre a su favor. Esto es un ejemplo de que la serie no es plana o naif y se ve envuelta en contradicciones que debe manejar. Contradicciones tan reales como la vida misma que de una u otra manera logra solventar ya que al enseñar, uno aprende, una de las máximas de la educación. Se agradece esa humanización de Merí a lo largo de la serie, dando no sólo inteligencia sino dignidad al personaje.

Para mi también es una gran serie porque toca los temas centrales de la vida, acompañándolos siempre por un autor o corriente filosófica a veces de manera contrapuesta y muy bien tratados. Por el Guimerà se deslizaran asuntos como la depresión, el suicidio, la homosexualidad, el consumo de drogas y alcohol, el sexo, la privacidad en redes sociales, la transexualidad, el bullying, los embarazos, la amistad adolescente, conflictos entre los chicos, fiestas desenfrenadas, la política, injusticias sociales, amor, desamor… incluso la muerte. Tema este último muy bien llevado. Algo que me parece importante y pedagógico. La misma serie hace denuncia sobre el tabú que a veces representa en nuestra sociedad y el error que yo creo que eso implica.

Conseguir que los chicos se empalmen con la asignatura, pasa por presentar las corrientes con problemas del día a día. Es decir, ir de lo concreto a lo abstracto, algo que todo profesor debería hacer. Es la manera por la cual Merí capta la atención y convierte filosofía en una herramienta de vida. Una herramienta útil para los alumnos. Esta es otra de las principales razones por la que merece la pena verla, porque despierta ganas de leer y aprender filosofía. Es capaz de transmitir la idea general de los pensamientos filosóficos más relevantes acompañados de humor. Así, no sólo hace valorar la importancia de la asignatura, a veces y desafortunadamente denostada en el sistema educativo o social, sino que alienta al espectador a plantearse cuestiones filosóficas. Las referencias y corrientes son muchas, desde Platón hasta Judith Butler, ya se pueden imaginar el amplio espectro. 

Sus personajes, alumnos, profesores, padres… tienen personalidad propia y están construidos con profundidad. Los hay de todo tipo, como la vida misma, reflejando una evolución interesante, a nivel personal y profesional así como su dinámica entre todos ellos que forman el microcosmos de Merlí. No hay personajes malos al cien por cien y excelsos al cien por cien. Esa escala de grises que los configura va cambiando y a veces es difícil cogerles el punto, algo que para mi da calidad a la serie: no utilizar o hacerlo poco los personajes tópicos o superficiales llevándolos al extremo.

Me encantan las críticas al sistema educativo, político y social, casi diría que es una serie contestataria y revolucionaria en ese sentido ya que lo hace de manera directa y fresca. No intenta decirte que tienes que pensar o inducir a un lugar determinado, más bien trata de hacerte pensar y repensar todo desde diferentes ángulos. Esta frase textual en una de las clase es un buen ejemplo: “El sistema educativo os quiere a todos aquí, presos, en el aula, para que mañana podáis ser productivos. Algunos tendréis la suerte de trabajar en algo que os agrade, pero la mayoría solamente contara los días que le quedan para irse de vacaciones”.

Por otro lado a uno no se le escapa el sentimiento de nostalgia que despierta pensar en aquellos años de instituto, de adolescencia, de descubrimientos: de primavera eterna. Esos amores y desamores que con tanta pasión se dan entre los chicos. La serie muestra también el amor en las diferentes etapas de la vida. Nos deja ver el significado del mismo en los diferentes momentos de las vidas de los personajes y su manera de encararlo. El amor propio, el calor familiar y la amistad que para mí representan diferentes formas de amar y la serie así nos lo enseña. El amor, como decía arriba por la enseñanza también está presente durante toda la serie. Como la implicada y digna labor de un buen profesor puede inferir en la vida de algunos chicos y chicas. Dignifica la labor de esos maestros de buen corazón que intentan preparar y hacer mejor a sus alumnos y para mi representa una especie de homenaje merecido a todos ellos.

Por último me ha gustado y no quería pasar por alto un tema: me parece muy higiénica la manera de tratar uno de los elementos centrales de la vida: la muerte. No solo por la explicación filosófica del asunto, sino por cómo aparece la misma durante la trama y lo bien tratada que está. En uno caso de manera inesperada y en el otro de manera gradual donde los personajes pueden hacer un cierre digno a ese episodio de la vida y aprender sobre ello.

Por todo esto y mucho más merece la pena ver una de las mejores series sobre educación y filosofía que, al menos yo, he visto. Engancha y es muy divertida. Acabarás amando a personajes como la Calduch: la anciana madre de Merlí recitando poesía, a Pol Rubio o al mismísimo Eugeni. Pero sobre todo harás algo que se resume en una frase: “Aprender, transformar y divertirte”.

 
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Publicado por en 12 enero, 2020 en Amor, Narrativo, Reseñas

 

Nos miramos

Quedan apenas unos minutos para que empiece a anochecer en el Parque del Cerro. A mi alrededor, grupos de amigos y parejas. El susurro de la gente suena agradable. Una guitarra en la lejanía me acaricia los oídos. Pocas veces vengo solo a este lugar. Fijo mi vista en la distancia y el sol empieza a ocultarse detrás del mosaico de edificios. Al verlo, acabo de recordar otra puesta de sol. Eso me hace dejar Madrid por un momento…

Cuba no es cualquier lugar, ni sus gentes, allí todo es un poco más. El sol se iba en Playa Ancón en nuestra última noche juntos en la isla. Nosotros no queríamos que se fuera. La tarde antes de que anocheciera tomamos helado, jugamos a que aquellos días no se iban a terminar nunca y probablemente nos enamoramos. Días eléctricos, sin miedo y sin dormir. Entonces no pensábamos en ello sin que eso quitarse verso a nuestra historia. Lo de pensar, lo hacíamos en lenguas distintas. Su inglés no era malo y el mío apenas era inglés.

Aquel viejo bar en Playa Larga, cinco días antes de nuestra última puesta de sol, nos hizo encontrarnos por casualidad una noche, solamente por unas horas, antes de que yo me marchase de allí. Entre medias nuestra, en la barra, un libro traductor del veterano camarero nos ayudaba. Luego nos ayudó la música y el ron. Al día siguiente me fui a Trinidad, ella vendría después. 

Y llegó, claro. Recuerdo su sonrisa limpia, su piel clara y sus ojos verdes. También su pelo rubio y ondulado hacia todos lados, que a veces me rozaba la piel. Recuerdo el efecto embriagador que Cuba tenía en nosotros y nos recuerdo a nosotros. Fuimos todo lo libres que quisimos, llenos de presente mientras nuestra melodía sonaba inocente y en clave exploradora. La isla nos lo puso  fácil. 

Sin mayor expectativa que vivir intensamente igual que lo hacen los críos, caminamos al ritmo de nuestros acordes por cada lugar, “subiendo y bajando”. Bailando. Nuestras pieles se querían y nuestros cuerpos se hablaban. Las manos se entrelazaban, como nuestras figuras, y parecían encajar como un puzle, cuando nos abrazábamos. Nosotros nos besamos mucho para no contradecir la manera en que los dos cuerpos se reconocían. Así pasaron los días hasta que ella se marchó.

Cuba no podía ser el final, pensamos. Demasiado fuego dentro nos empujaba. Demasiado como para negarnos el volver a mirarnos como nos miramos nuestra última noche en aquella isla con forma de caimán en el mar del Caribe. Después de aquello queríamos y podiamos abrevar demasiado. Cambiamos el sol cubano por la nieve de Praga primero y después la de Kiev. Mi inglés mejoraba por momentos y no corría el invierno por nosotros. Después Madrid nos dio la bienvenida a la primavera…

Y de repente se ha terminado, ya es de noche en el Parque del Cerro. Creo que voy a abrir los ojos, no sé en qué momento los cerré. Puedo recordar su olor fresco y su sonrisa sabor a vida y ahora la siento cerca, como si estuviera sentada conmigo mirando las luces de los edificios. Qué bonito es Madrid en la noche desde este parque, nuestro último lugar juntos.

Es posible que después de Cuba nunca nos mirásemos igual. Mirarse como nos miramos aquella noche en Playa Ancón, fue algo tan hermosamente auténtico que únicamente sucede cuando Cuba y ciertas almas destinadas a ello se alinean.

 
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Publicado por en 5 julio, 2019 en Amor, Narrativo

 

Una historia real del ISIS

La vejiga llena le hizo levantarse. El sol comenzaba a iluminar un día más en Lesbos. Al salir de la habitación para ir al barracón donde estaban los baños lo vio. Sentado, con mirada ausente. En aquel campo de refugiados había visto de todo: seres queridos perdidos por el camino, niños con cuerpos quemados, jóvenes y esposas objeto de trueque sexual para atravesar pasos o fronteras… la historia de aquel músico iraquí la tenía especialmente reciente.

La ideología de ISIS va en contra de cualquier expresión artística. Cada vez era más peligroso permanecer en su país, donde había triunfado como músico y acumulado algunos coches en su mansión. Nadie le había regalado nada. Las amenazas eran cada vez mayores y varios conocidos habían tenido serios problemas. No tenía ninguna pinta de mejorar, más bien lo contrario y decidió así emprender su huida. Visto el clima, se podría decir que no tenía otra opción.

Logró zafarse de los controles que el grupo terrorista tenía dispuestos en el territorio bajo su influencia. Lo hizo comprando un coche funerario. Él, dentro del ataúd, tapiado con clavos. Su hermano, conduciendo. Cuarenta y ocho horas en la caja. Fue así cómo cruzó la frontera de Siria.

Dejando toda su familia en Irak, el viaje en barca fue dirigido por una mafia cualquiera. De las que proliferan donde hay necesidad y gente sin escrúpulos. No fue, como nada de aquella empresa, especialmente económico. Tenía la suerte de poder pagarlo y la desgracia de tener que hacerlo. Logró así atravesar el mar para llegar al campo de refugiados de Kara Tepe tras un largo trayecto .

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Por dudosa fortuna no había tenido que entregar su teléfono móvil como pago durante el largo y penoso viaje lleno de trampas y caminos falsos. La mayor parte de sus compañeros lo tuvieron que hacer en algún momento. Algunos ni así lograron finalizar el camino. Fue con su teléfono cómo descubrió el destino de su familia. ISIS les había matado, pero no fue eso lo peor. Habían tenido un gesto con él al enterarse de su huida. Le grabaron un vídeo degollando a su mujer y se lo habían enviado.

Seguía observando al músico desde la puerta del barracón del baño. La tarde anterior, se enteró de que había intentado suicidarse en varias ocasiones y se acercó a él. Le contó entonces esta historia. Otra más. Él no quiso, porque no quería ni podía ver aquel vídeo pero el joven iraquí lo había visto dos veces. Cuando le contó todo esto, no lo hizo con dolor. Quizá no le dolía porque ya estaba destruido. Aún vivo, estaba muerto.

Intentó entonces hacer algunos ejercicios de relajación para ayudarle. El músico los hizo dejándose llevar por una inercia que daba miedo. Después se lo agradeció desde su ausencia vital. Tal vez había retrasado un poco otro intento de suicidio. ¿En el fondo era lo mejor? Cuando tu suerte se determina así y ya no tienes más cartas que jugar, poner final es el único descanso. Hay ciertos peones en el ajedrez de la vida que ya se saben aniquilados antes de poder hacer nada.

El no lo vería, ya que ese medio día volvía a España. Necesitaba desaparecer al menos unos meses de aquella realidad para poder volver como voluntario. La arcada llegaba esta vez muy honda. La implicación estaba teniendo un coste que empezaba a inhabilitarle para seguir ayudando en unas condiciones razonables.

Mientras entraba al baño, el cual había sido el suyo durante meses, se preguntaba cuáles eran los azares de la vida que hacían que mientras algunos seres despreciables viviesen entre lujos, muriendo de viejos en la cama y con una estatua en la plaza de su ciudad, otros muchos morían pronto, mal y en silencio. Posiblemente no eran azares pensó para sí. Por eso debía marcharse durante un tiempo. Para poder volver a creer en algo y poder continuar más adelante. A esas alturas aquel lugar le había despojado de cualquier fe en el ser humano.

 
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Publicado por en 17 mayo, 2019 en Narrativo, Politica, Vivencias

 

No era ella

¡Vaya susto! Ya estaba casi sudando. Vista desde atrás es igual, tiene el mismo cuerpo y lleva el pelo casi idéntico. Cómo me gustaba, supongo que no habrá cambiado demasiado desde hace dos años. Estúpida discusión, que ni siquiera fue discusión. Aunque hubo más de un día así: estúpido. Casi nunca sabía qué decir, parecía que estaba vacía, como si nada la importase. Menos mal que no es ella porque no se cómo reaccionaría si me viera sentarme a su lado en el autobús. Seguramente tardaría en procesarlo y lanzaría alguna patada verbal para ganar tiempo y espacio, algo para defenderse. Hasta lo más banal la venía grande. A todos nos puede pasar, pero luego uno debe digerir las cosas, ¿si no qué? Puede que haya pecado en exceso al sobreanalizar, pero no se puede evitar. O quizá sea yo el que no lo pueda evitar. En cualquier caso, era difícil hablar nada con algo de claridad, sin caer en lugares comunes y nadeces. Ni siquiera logramos una mínima intersubjetividad y aún así me decía ‘No es necesario hablarlo todo’. Nuestros conceptos eran tan distintos… ¿Cómo se puede entender la palabra amor únicamente aplicada a estar con alguien? Sus territorios eran simples y pobres. Tristes. Así era su mirada también. Hubo unos días en los que eso cambió. Su gesto y sus ojos dibujaban esperanza, pero duró poco. El miedo la llamaba y ella se aliaba demasiado a menudo con él. Yo no tenía la culpa de su pasado, ni de querer ayudarla. Aunque siendo honesto es prepotente y paternalista querer ayudar a nadie y menos sin que te lo pidan. No logro escapar de mi propia estupidez en algunas ocasiones. No sé ni que siento, me hubiera gustado que fuese ella la que va sentada en el autobús. ¿Cómo se niega la gente lo que está por venir? Qué curioso, quieren vivir si vivir. Sería injusto para los que intentan jugar a vivir de verdad y pagar la cuenta que eso acarrea. Además, si uno anticipa tanto, es imposible hacer nada. Todo está predeterminado… El amor se inventó para eso, es la fuerza que puede arrastrarte para superar y crear todo lo que uno sea capaz de imaginar. Pero ese no es mi asunto ya. Nunca lo fue, aunque me cansara de intentarlo. Y en el fondo yo lo sabía pero no quería mirar. Es muy difícil ponerle punto final a algo así. Nuestras cabezas y nuestros mundos en frecuencias opuestas, nuestros cuerpos exactamente en el mismo dial, en el mismo punto, se entendían solos. Esa droga que nos dábamos o que se daban nuestros cuerpos era demasiado buena. Imposible de ignorar. ¿Qué se podía esperar? Una efímera esperanza que se desvanecía y se renovaba cada día. Tan fugaz que no alcanzaba más allá de la duración de nuestros incondicionales e íntimos momentos cuando se obviaba todo lo demás. El solo recuerdo me sofocaba, menos mal que no era ella. 

 

 
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Publicado por en 25 abril, 2019 en Abstracto, Amor, Narrativo

 

No hay mejor espejo que el amigo viejo

Se asomó de nuevo para mirar el tumulto de gente que se agolpaba frente al control de seguridad. Esta vez le vio, con su abrigo rojo. Se notaba nerviosa, más de tres meses sin verse no era poco tiempo. Los latidos se aceleraban. Volvió a asomarse y sus miradas se cruzaron por primera vez. Aún había bastante gente por delante de él y aquella espera se estaba haciendo eterna. Quería tenerlo cerca de ella ya. No podía esperar más, pero el tiempo avanzaba despacio. Decidió caminar unos metros por la terminal y volver al a puerta de salida para rebajar su acelerado corazón. Lo repitió tres veces. Volvió a asomarse y ahí estaba, a punto de salir. Un par de minutos más tarde se estaban abrazando fuerte mientras sonreían. Aquello la trasportó a sus mil recuerdos juntos. Aquel abrazo, aquel olor, la llevaban directa al centro de su ser. Al terminar el largo abrazo se miraron y ella le confesó exactamente lo que le acababa de venir a la cabeza. «Tengo la sensación increíble de que no ha pasado ni un minuto desde que nos vimos por última vez. Como si no nos hubiéramos separado, siempre estas en mi porque eres una parte de mi».

 
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Publicado por en 9 marzo, 2019 en Narrativo, Vivencias

 

Camino a la estación

El semáforo se cerró para los peatones en el momento que llegaba al paso de cebra. Después de caminar toda la avenida, dejando a su espalda el centro de la capital, notaba las piernas cansadas. En un rato comenzaría a anochecer en la ciudad, pero para cuando la luz del sol desapareciese totalmente estaría alejándose de allí a toda velocidad. Al otro lado de la carretera la Estación Belorussky. Una pareja se paró a su izquierda, después un señor de mediana edad y otras dos chicas jóvenes. Todos absortos y absorbidos de cuerpo y alma por el móvil, a excepción del señor que estaba con unos cascos puestos escuchando música o la radio, quién sabe. Solventando las exigencias de esos aparatos que a menudo nos piden más que nos dan, era perfectamente factible observarlo sin que se diesen cuenta. Parecían no estar ahí. Entonces llegó andando despacio y con mucho trabajo una señora mayor. Totalmente vestida de negro desde los pies, incluido el pañuelo que le cubría la cabeza, portaba una especie de bulto andrajoso de tela hecho a mano y lleno de remiendos con lo que parecían ser sus pertenencias. Era muy mayor, pero pese a su cuerpo curvado y su cara arrugada era capaz de sostenerse y sostener su equipaje. La mirada parecía perdida en la nada. Como los demás, paró en el paso de peatones a esperar. El no podía dejar de mirarla.

De repente pasaron dos coches de alta gama acelerando de forma ruidosa que lo despistaron de su observación. Dos críos de mierda, concluyó con desprecio en su autodiálogo. Volvió la cara hacia la señora, que parecía no haberse inmutado. Invisible a todo cuanto estaba a su alrededor. Igual que los que estaban con los móviles, pero evidentemente por motivos muy diferentes. Sintiendo desesperanza y tristeza por aquella mujer, preguntarle si necesitaba ayuda con sus posesiones parecía ser una buena idea. En cuanto se abriera el semáforo lo haría. Empezaron entonces a abalanzarse decenas de preguntas sobre aquella persona anciana a la que no podía quitar el ojo de encima. Las preguntas se podrían resumir quizá en una o dos. ¿Qué pensaría ella de este mundo donde entre otras estupideces y excentricidades estaban esos chicos que ni siquiera la miraban o la ofrecían su ayuda, o de los que se paseaban la ciudad arriba y abajo con su coche millonario haciendo ruido y su sonrisa prepotentemente estúpida, después de una vida de lucha por sobrevivir, por el pan y la ropa, las guerras y el colapso de lo que fue su país durante setenta años? ¿Cuánto había cambiado ya no el país, sino el significado de la vida? El semáforo se abrió y en ese momento entendió lo evidente. La realidad de la vida siempre se impone: siempre hay unas reglas. No podía. No podía dirigirse a ella porque seguramente aquella viejecita solo hablaría ruso y él apenas sabía decir hola y dar las gracias en aquella lengua. Y porque toda cobertura que pudiera hacerle con la bolsa para cruzar la carretera sería costosa y demasiado rara para ella sin un idioma común. Empezaron cruzando casi a la misma velocidad, pero al encarar el último y no corto tramo que quedaba hasta entrar a la estación, ella fue quedando atrás. Jamás pensó que con esa sensación de abandono se marcharía de Moscú en aquella visita que duró un largo pero intenso día.

 
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Publicado por en 18 febrero, 2019 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Esa mirada

Tiró el cigarro por la ventanilla sin echar cuentas de lo que podía pasar. Un segundo después reflexionó sobre lo que acababa de hacer. Pensó que podría haber sido un error ya que aunque lo había dejado caer en una pequeña explanada de tierra donde estaban aparcados, les rodeaban los árboles y la vegetación del campo. El final de la primavera había sido seca y esa semana que llevaban de verano aún más. Pero se convenció de que si después de cinco minutos no veía rastro de fuego, no ocurriría nada. A fin de cuentas era de noche y si eso pasaba sería demasiado claro como para no verlo. Aunque se quería ir lo más pronto posible, no tenía ganas de vestirse y salir del coche para apagarlo. El silencio entre ellos era absoluto. Estaban en la parte de atrás del coche sentados. Ella se recostó encima de él en posición fetal y de medio lado mientras lo abrazaba. Aún no habían pasado cinco minutos desde que habían tirado el cigarro.

– Venga vámonos – Dijo mientras intentaba levantarse de la posición semitumbada en la que estaba.

– Espera un poco más. – Replicó ella.

El se quedo callado por unos momentos. Estaba demasiado cansado. No tenía ganas ni casi fuerzas para meter prisa aunque no le apetecía demasiado continuar allí tras el cigarro de después. La idea de anticipar un incendio le ayudó a procrastinar unos pocos minutos más.

– ¿No tienes prisa… no te espera tu novio? – Preguntó jocoso, sin estar interesado en la respuesta, por matar un poco el tiempo.

– Ya sabes que no. Ni siquiera es de aquí. – Tranquila pero sobria.

– ¿Y qué pasa, no te gusta estar con él? – Volvió de nuevo, sin demasiado interés.

– Claro. Me gusta estar con él… Y me trata mejor que tu. Tu no me dices nada bonito… él me regala cosas… y me dice cosas bonitas. Es muy mono.

– Claro…

Ella estaba en lo cierto y él también era muy consciente. Su relación tenía un límite muy claro donde los dos estaban de acuerdo y les hacía no abandonar la empresa. Tenían una diferencia de edad de algo más de diez años y él no estaba dispuesto a aguantar más de lo imprescindible las atenciones inmaduras de una niña que apenas había empezado a vivir. Sentía pereza mental al pensarlo.

– Tienes razón. – Dijo convencido para a continuación fruncir el ceño – De todas maneras… hay algo que no entiendo… ¿No lo haces con él?

– Claro, claro que lo hago. No le gusta tanto, ni a mi a veces tampoco. Pero bueno… no sé, me gusta con él.

– ¿Pero porque conmigo si…? Como hemos hablado alguna vez, es casi lo único que podemos hacer, en lo demás, no tenemos nada en común..

Ella se quedó por unos momentos pensativa. Como si hubiera visto una luz. De repente le cambio la entonación. Su actitud y tono infantil desapareció por un momento. Por esa única vez desapareció. No parecía ella; primero habló su silencio reflexivo, después verbalizó.

– Es por cómo me miras. Por cómo me tocas. – No era ella la que estaba hablando, estaba hablando una mujer a través del cuerpo de una chica que apenas tenía la mayoría de edad.

Un par de minutos más tarde estaban vistiéndose y arrancando el coche. Finalmente parecía que, al menos por su culpa, el monte no iba a arder aquella noche. No podía parar de pensar como una cría, que lo era por edad y por vivencias, de conceptos tan simples como ella era, podía tener esa información. No le había dado tiempo a vivir ni experimentar tanto como para entender lo que acababa de decir, era imposible. Pero sin embargo no había duda de que sabía que estaba diciendo. Pensó en el tiempo y las experiencias que él necesitó para aprender e interpretar ese tipo de claves y miradas. Claves que muchos tardan años en aprender y reconocer. Entonces recordó algo que había escuchado hace tiempo. Algo que tenía que ver con una especie de inteligencia genética de la mujer. Que pese a haber mujeres muy estúpidas o infantiles, tienen esa sabiduría hereditaria que se da en la mujer de manera innata, a veces, sin saber que la tienen, de la cual los hombres carecen. Y aquel momento de lucidez y sabiduría de ella, pensó, se explicaba quizá por aquellos motivos.

 
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Publicado por en 29 agosto, 2018 en Narrativo

 

Última llamada

Comenzó su marcha muy despacio, como si el conductor no tuviera prisa en marcharse de la estación. Él iba sentado en la dirección opuesta a la marcha del tren, pudiendo ver lo que iba dejando atrás. Miraba por la ventana y pocos metros después de arrancar, se dio cuenta de que ella aún estaba ahí fuera en el andén y no se había movido. En ese momento una suave sonrisa relajada empezó a dibujarse en la comisura derecha de su boca. Levantó la mano para despedirse y ella le devolvió el saludo. Tras unos segundos su figura se fue entrecortando entre las ventanas del tren y poco a poco ella fue desapareciendo en la lejanía.

Momentos después ya había cogido velocidad. Mientras seguía con su tranquila sonrisa en la cara, una sensación de relajación entremezclada con euforia se había apoderado de él. Sentía al respirar una energía que le cogía desde el estómago pasando por el pecho y le subía hasta la cabeza. Una sensación casi febril con la cual le parecía levitar. Pensó en ella… le sorprendió y agradó mucho que hubiera esperado unos pocos minutos para ver su partida. Estoica, elegantemente recta y guapísima. Por la posición de su cuerpo y la dulce expresión de su cara se veía a una mujer consciente de sí misma y de lo que le rodeaba.

Se preguntaba si la volvería a ver pronto, aunque en ese momento no era una pregunta, era un deseo. Que estúpido… pronto. La pregunta era si la volvería a ver, ni siquiera pronto o tarde. Si la volvería a ver y sentir como ese sucedáneo de fin de semana de menos de veinticuatro horas que habían compartido. Le costaba hacerse consciente de su estado mental a la vez que le invadía esa sensación cada vez que pensaba en ella. ¿Querría volver a verle? Por momentos estaba seguro de ello, pero realmente no sabía si eran pájaros únicamente de su cabeza.


No quería rehuir todo aquel laberinto de ideas, pensamientos y recuerdos que se agolpaban en su mente pero no era fácil colocarlo en ese momento. Es difícil a veces transformar los sentimientos en pensamientos. Es difícil a veces controlar los pensamientos que circulan locos por la cabeza, pensó, sobre todo si son tan atractivamente intensos. A menudo no era normal que eso le pasara a él, pero lo que había vivido durante unas horas le había descolocado demasiado, mejor dicho: colocado. Pensar esa palabra le hacía sonreír, incluso casi reír, mientras viajaba solo en aquel tren.

De repente se dio cuenta de que quería disfrutar de ese estado y decidió no hacerse más preguntas. Al menos no más preguntas que no tenían sentido en ese momento y que además no podía responder. Sacó el teléfono del bolsillo y se puso unos auriculares. Miro a través de la ventana; ya no estaba en aquella ciudad, aunque a ella aún podía sentirla muy cerca. Veía árboles y campo mientras el sol lentamente se disponía en el horizonte para iniciar el crepúsculo. El color naranja rojizo que lo bañaba hacía todavía más bonito aquel paisaje. Cogió el teléfono y busco una canción que tenía en la cabeza. Si, sonaba muy bien. Respiro hondo y tranquilo y regresó a aquella cama, a aquella piel y a aquellos ojos.

Aquella cama donde habían dormido algún rato esa noche. Donde sus cuerpos parecían conocerse y anhelar al otro. Sus manos recorrían su suave piel de manera automática como si tuvieran la ruta grabada… quién sabe dónde. Una piel clara que cubría su estilizada silueta. Lo hacía primero delicadamente y despacio para terminar haciéndolo fuerte y a modo de presa. Ahí donde sus alientos se aceleraban. Su boca estaba sedienta de sus labios, de su cuello y de todo su torso. Las pulsaciones subían. De repente le volvió el calor y aquella sensación y quiso regresar su pensamiento a la calma. A la calma de las miradas que hablan, de las sonrisas cómplices y las caricias lentas. A los besos tranquilos. A su gesto a veces cauto, callado con la mirada seria de mujer. De mujer lúcida en sus reflexiones interiores y silencios con algún rincón oscuro. Pero también a aquella sonrisa inocente y hermosa de una niña que él disfrutaba observando. Una sonrisa tan bonita, pensó, que parecía dar más luz que el sol de la mismísima ciudad de Sevilla.

 
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Publicado por en 25 marzo, 2018 en Amor, Narrativo, Viaje

 

Colombia, el peligro es no querer marcharse

Aunque mi vuelo era directo a Bogotá los amigos de Iberia me hicieron cambiar de avión por overbooking. Al menos no me quedé en tierra, que era la último que quería ese sábado. Tras hacer una larga escala en Lima, llegue a mi destino ya pasada la medianoche, y con mi mochila aún en Madrid por si lo de llegar 8 horas después no fuera suficiente. Iberia siempre se supera. Suerte que a la noche siguiente llegó mi equipaje a Colombia. No me gustaba la idea de llegar tan tarde a Bogotá, pero no había más opciones. Después de hacer el papeleo de la maleta perdida cogí un taxi y fui directo al hostel.

La primera mañana en la ciudad hice un tour y recorrimos el barrio de la Candelaria. Es el centro histórico de Bogotá, donde está el Museo del Oro, el Museo de Botero, varias catedrales, edificios gubernamentales, Monserrate etc. La zona es muy bonita sobre todo si te gusta el estilo colonial con aspecto desgastado. Con precaución uno puede andar solo en la Candelaria por el día, incluso por la noche, siempre y cuando no de papaya y mire bien porque calles se mete. En el tour con la gente de Beyond Colombia pudimos recorrer no solo las calles, sino la historia del país. Los chicos del tour tenían muchísimo conocimiento y nos ayudaron con todas nuestras preguntas. La de Colombia es una historia de una violencia fundacional increíble, sobre todo en los años 80 y principios de los 90. Por suerte hoy en día ya no es así. En la plaza de Bolívar terminamos el tour, junto al famoso Palacio de Justicia y demás edificios públicos e iglesias. El mismo que Pablo Escobar mandó quemar con ayuda del M-19, donde fueron asesinados varios magistrados en 1985. Realmente la historia del país es… sencillamente salvaje. Bien verraca, como dicen allí. Ni siquiera los historiadores y la gente autóctona saben algunas cuestiones a ciencia cierta a día de hoy. Por la tarde fui a comprar algo de ropa, ya que no tenía mi mochila y antes de anochecer me subí a Monserrate para ver la puesta del sol. Es un lugar espectacular para ver la ciudad desde bien arriba. A la noche unas cervezas en la plazoleta Chorro de Quevedo escuchando a algún tertuliano callejero entre el olor a marihuana y a dormir al Hostel… era guapo y cutre, que es como debe ser un buen hostel, aparte de acogedor. Quizá tenía más días de visita, pero para mí era suficiente, me iba con buena impresión de la capital. Es una ciudad desordenada y caótica y su clima es bastante más fresquito que el resto del país debido a su altitud, pero merece la pena ser visitada al menos un par de días.

El siguiente destino era San Andrés y Providencia. Dos pequeñas islas enfrentadas a Nicaragua, pero que pertenecen a Colombia. Hablan en criollo, aparte del castellano y se sienten un poco menos colombianos. A nivel de playas para hacer snorkel y paisajísticamente es brutal, especialmente Providencia. Es muy tranquila y la zona interior de la isla tiene una montaña y es muy selvática. Días de relajación con gente acogedora. Una moto es perfecta para recorrer las Islas. Con decir que sabes manejar, no te piden ni el carnet. Conocí a un par de parejas españolas y una de las chicas era colombiana. Nos cruzamos varias veces en la isla, ya que no era muy grande…

Una de las noches estuvimos bebiendo birra y hablando sobre el país… fue interesante y divertido. La chica colombiana estuvo contando un montón de cosas de allí. Tras no sé cuántas cervezas y varias horas (para que mirar el reloj), llegábamos a la conclusión de lo mal repartida que esta la riqueza. La verdad que no solo en Colombia, sino en toda América Latina y eso es una pena. Duele que un continente tan rico, con una gente de tan buena fe esté tan mal repartido. Sobre todo, porque la desigualdad genera una violencia que degrada los países. En San Andrés estuve menos tiempo. Es algo más grande que la otra isla e igual de cara, pero esta hasta arriba de gente, demasiado turística. Para salir de fiesta por la noche tiene movimiento.

La próxima parada, y por poco tiempo fue Medellín: territorio paisa. Visite la zona centro muy por encima ya que se hizo de noche rápido. Al anochecer fui el pueblito paisa: un sitio chulo y con buenas vistas. La ciudad es más moderna y funciona mejor que la capital. Es bonita, todo lo bonita que puede ser una ciudad. Rodeada de montaña verde, uno tiene muchísimas cosas que hacer. Mucha gente de allí dice que debería ser la capital. Tuve la suerte de conocer a una chica colombiana en el vuelo y quedé en la noche con ella y unas amigas. Me llevaron a una zona donde va la gente local a cenar y a tomar, al barrio San Juan. Era un barrio tranquilo y aunque me toco esperarlas un rato en la calle, mereció la pena. Comimos bien: mucha calidad y muy barato y después tomamos unas micheladas, que no es más que cerveza con jugo de limón recién exprimido y el vaso rodeado de sal. Estábamos en una terraza y a media noche empezaron a tirar petardos y fuegos artificiales como si no hubiera un mañana. Era la alborada, porque entraba el 1 de diciembre y estaban celebrando el inicio de la Navidad. Es curioso la historia de esta tradición. Por lo que he podido investigar y lo que me contó la gente de allí, viene porque en esta fecha los narcotraficantes y paramilitares repartían pólvora entre la gente para quemarla y disparaban al aire para celebrar el aniversario de la muerte de Pablo Escobar, que fue un 2 de diciembre. Después la gente se quedó con eso, y ahora es una tradición para dar la entrada de la Navidad. En toda Colombia, pero aún más en Medellín todo tiene conexiones con el narcotráfico. No se puede entender Medellín ni la misma Colombia, sin su “Robin Hood” paisa y el tráfico de cocaína.

Estando en Medellín, es buena idea acercarse a ver la zona de Guatapé y subir a la Piedra del Peñón. Te toma algo más de medio día, pero merece la pena. Los pueblos son muy bonitos y las vistas desde el peñón son espectaculares, parecen de película. Lo mejor que tiene Sudamérica, sin duda, a parte de la naturaleza brutal, son los pueblos y las zonas más rurales. La gente te acoge y caminas a cualquier hora por casi cualquier lugar tranquilo, sin miedo a que te roben o vayas a tener un rato desagradable. A la tarde ya de vuelta en Medellín, unas cervezas por la zona del poblado, donde me alojaba, eran lo justo para despedir la ciudad. Es un sitio super seguro también por la noche. Mucha marcha y demasiado extranjero. Salí con las amigas holandesas del hostel y nos lo pasamos muy bien. A medía noche taxi y para el aeropuerto. De madrugada salía mi avión a Bucaramanga.

Me contaron que Bucaramanga es una de las ciudades más seguras, bonitas y tranquilas del allí, pero no tenía ganas de comprobarlo. Donde estén los pueblos y las cosas pequeñas, que se quiten las megalópolis y las grandes masas. En las cosas pequeñas está lo más hermoso de la vida. Recién aterrice, taxi y para San Gil, la capital del deporte extremo en Colombia. Eran como tres horas y a mitad de camino, el taxista, que un minuto antes casi pilla un cordero, me sugirió parar para comernos uno, pero ya matado y cocinado. Paramos en una especie de bar de carretera que conocía. La verdad que nos pusimos finos y bastante barato. No tienen una gastronomía espectacular, sobre todo teniendo en cuenta que vengo de España, pero se come bien y bastante económico en general. Llegue a mi destino y rápido estaba dando vueltas y callejeando por el pueblecillo. Durante mi estancia de varios días allí hice un poco de todo: visité los pueblos de alrededor; increíble Barichara o las cascadas de Curití, conocí mucha gente, estuve bañándome en diferentes pozas donde hice amigos locales. El kayak en aguas bravas o cualquier otra actividad parecida es interesante.

El rollo de estos pueblecitos y zonas rurales me encanta por mil razones. Me quedaría allí a vivir sin mayor problema. Principalmente por la tranquilidad de la gente, del entorno y del ambiente y la vida que tienen. También por la sintonía con la naturaleza ¡Y por la cantidad y lo buena que esta la fruta! En San Gil tienen cada mañana un mercado enorme donde encuentras de todo, especialmente fruta. Tienen algunos puestos que por pocos pesos te preparan cada jugo y cada ensalada de frutas con cereales… Increíble. Los mejores desayunos del viaje, sin duda. Moverse entre los pueblos es sencillo y barato con las líneas de autobuses y si quieres adentrarte en zonas menos accesibles tienes agencias de aventura etc.

En cuanto a la vida nocturna, bastante entretenida. Una de las noches, que volvía de cenar hacia el hostel, me entretuve comprando una pulsera a un chico que las vendía en la calle. Resulta que me contó su historia; viajaba haciendo pulseras por Sudamérica. Al poco rato, estaba en la plaza del pueblo con una veintena de colegas suyos, unos vendían, otros tocaban algún instrumento y otros solamente viajaban. Fue curioso hablar con varios de ellos. Cada uno una historia y una vida distinta. Que vidas tiene la gente, ¡Cuantas opciones de vida hay! Conocí también a una niña gaditana que estaba con ellos. Estaba de visita hasta Navidades y lo pasamos genial. Intentamos arreglar el mundo, pero como es imposible, nos lo dejamos para otro día. Me emborraché con ellos y perdí la hora de vuelta a casa. Lo bueno de estar viajando es que esa hora no existe. Esa sensación de libertad y aventura de hacer en cada momento lo que la intuición te pide es muy grande. Con mucha pena y alguna contusión causada por el kayak, mi próximo destino era esa ciudad que al entrar al centro o al verla sobre el mapa, me recordó a Cádiz.

Uno puede pasearse virtualmente por épocas anteriores en esta ciudad muy fácilmente, algo que a mí me encanta hacer, sobre todo si has leído algo de historia del sitio. Es emocionante pasearse por aquel tiempo donde el imperio éramos nosotros y donde no se ponía el sol. Aquella ciudad fue uno de los puertos más importantes de comercio. Gran parte de la riqueza que entraba a España a Cádiz o Sevilla desde las américas, lo hacía desde aquí. Cartagena de Indias fue y es a día de hoy un punto estratégico que, aun con su excesivo turismo, merece ser la pena ser visitada. Ver el centro histórico rodeado por la muralla, cada callejón, su estética colonial tan colorida, las catedrales… todo. Yo no soy muy fan de las grandes ciudades, pero hay que reconocer que el centro histórico de Cartagena es tema aparte. También es tema aparte la humedad por toda la costa caribeña. Las playas cercanas son hermosas, especialmente en la península de Barú, pero deberían de cuidarlas mejor, en cuanto a limpieza y explotación turística. Tenía mis últimos días por la parte del caribe así que decidí subir hacia el norte. De paso por Barranquillas y llegar a Taganga, el pueblo de salida para el parque nacional Tayrona. El norte es un lugar más pobre, lleno de chabolas sobre todo en las afueras de los centros urbanos.

Santa Marta es la ciudad más antigua de Colombia, y para una mañana está bien. Desde la bahía se pueden visitar varias playas, el acuario y diferentes museos cogiendo una lancha. Pero lo mejor de aquella zona sin duda es el Parque Natural de Tayrona. Mi hostel estaba en Taganga y desde su pequeño puerto hacían salidas hacia el parque natural. El viaje es… curioso. Lo hice con más gente en una pequeña embarcación con un motorcillo de Yamaha y varias garrafas de gasolina que lo alimentaban. Todo muy rustico. La manejaba con mucha destreza nuestro capitán: Pirulo. A mitad de camino y en medio del mar, se quedaron un par de pescadores arpón en mano que venían con nosotros. Ningún viaje aquí se desaprovecha, y en barca tampoco. A la vuelta los recogimos con su botín. Las playas son espectaculares y si uno se encamina hacia adentro debe tener cuidado, la humedad hace que la sensación de cansancio te agote. Hay otras opciones de entrada al parque por tierra por diferentes caminos y carreteras y luego de recorrerlo a caballo etc. Mi tiempo llegaba a su fin y debía volver a Cartagena para coger el avión. Todo lo bueno se acaba, pero como dijo el gran escritor colombiano García Márquez: «No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió».

Con muchas cosas en el tintero, nuevas experiencias en la mochila y un poco de tristeza me metí en el avión. Colombia merece la pena verla por mucho más tiempo y yo me sentí muy bien allí, como siempre que voy a Sudamérica. No sé qué tiene, pero algo es. Muchos momentos estando allí son indescriptibles, increíblemente buenos y con una sensación de libertad y aventura brutal. Y claro, si hay aventura y batalla uno se siente muy joven. En tan solo dos semanas creo que hice un recorrido bastante completo, entre comillas, por el país. Se nota mucho la agilidad de viajar solo y conocí mucha gente de todo tipo otra vez. Tuve tiempo de leer, escribir y reflexionar mucho. La lectura, a parte de la guía del país, fue “El miedo a la libertad” de Erich Fromm, muy adecuado para un viaje en solitario y ser aún más consciente en la observación y la reflexión del entorno y de mi. A veces estaba leyendo y pensaba… ¡Joder lo han escrito para que yo lo lea en este momento! Ha sido un viaje realmente enriquecedor en lo personal, buscar la soledad en armonía es algo muy grande. Ayuda a crecer y madurar. Y todo eso a relativizar problemas, ya que si uno está a gusto consigo mismo, todo lo que ocurra en el viaje o en la vida, con un poco de flexibilidad mental, es bienvenido y tratado como reto u oportunidad.

 
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Publicado por en 10 enero, 2018 en Narrativo, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

¿Cómo empezó esto?

Estaba allí sentado. Eran casi la hora de comer y no tenía hambre ni ganas de nada. De lejos, en apariencia era una persona más, incluso iba bien vestido. Sentado entorno a una mesa de Coca-Cola que utilizan los bares para poner sus terrazas se lo podía ver junto con un grupo de gente. Desde donde estaban sentados los demás, en la misma mesa, las apariencias, en esta ocasión, engañaban.

Tenía el jersey lleno de lamparones, la camisa por fuera y un pantalón vaquero que parecía curtido y oscuro sobre todo en la parte más baja por las copas y cervezas de toda la noche anterior. Barba de algún día de más y la mirada perdida y descolocada. Si alguien no lo conociera, podría suponer fácilmente que se trata de un sábado más largo de lo normal. Pero no, no era eso. No solamente.

Cuando abría la boca para hablar se podían descubrir más cosas. Especialmente dos. Que aún los efectos del alcohol y las drogas lo tenían atrapado, pero no sólo de esa noche. Es como, aunque suene extraño, tuviera experiencia en estar así. La otra era la boca descuidada y destrozada. Quizá la  boca mejor que un Yonki tirado de la calle, pero no mucho mejor. Era difícil e impactante ver una persona tan joven que apenas llegaría a los treintaicinco con los dientes así.

Su discurso terciaba entre lo bien que se lo pasaba, como si hubiera nacido para eso e intentar hacer gracias para los demás parroquianos que estaban frescos y despiertos. Cuando se sentó en la mesa con ellos, vino sin compañía. Seguramente de otro bar… ¿de dónde sino? Al ver a sus amigos de toda la vida se sentó en la misma mesa. Aún con ese estado tan degradado, tenía ciertas habilidades para hacerse querer y ademas no era ninguna mala persona ni tampoco peligrosa.

El primer rato fue divertido. El hacia el payaso y los demás se reían con él o de él. Eso no estaba claro, aunque parecía que en mayor medida, era con él. Después, los demás, se fueron callando y dejando de hacerle caso. Las payasadas eran repetidas y no hacían tanta gracia. Al fin y al cabo era lo mismo de siempre. Entonces volvieron a su conversación dominical entre ellos.

Al principio intentó y siguió hasta que se dio cuenta que ya nadie le miraba; ya nadie le hacía caso. En ese momento llego el camarero y uno de ellos levanto la mano para pedir otra ronda. Dos, cuatro, cinco… ¿Y tú que quieres? Si una cerveza también. Habían pedido también para él. Un minuto más tarde el camarero abrió con destreza un puñado de cervezas bien frías y dejo encima de la mesa varios cuencos con patatas revolconas. Una era para él, claro. Y los demás, que durante ese momento parecían tutelarle, le animaban, más que a tomar cerveza a que comiera. Incluso uno de ellos le pregunto si quería más, podía pedirle más comida. Dando las gracias negó el ofrecimiento.

Poco tiempo después, todos lo volvían a ignorar ya, como si no estuviera en la mesa para centrarse en sus conversaciones. El lleva un rato casi sin hablar. Qué curioso, pensó, estaba rodeado de gente que conocía, igual que durante la noche anterior, pero se sentía solo. Es como si para los demás no estuviera. Solo y cansado, cada vez se le cerraban más los ojos. Se sentía sucio, en la boda y por todo el cuerpo. De repente no encontraba la diversión en nada. Como cuando se va la luz en una noche de invierno. Pum.

En ese momento pensó… ¿Cómo empezó esto? Cómo había degenerado tanto algo que era divertido. Si él era el rey, el puto amo. El más respetado, el que más bebía, el que más ligaba… el que más todo. Y ahora qué. No sabría decir en que momento paso de ser algo divertido y que quería hacer, a ser algo que hacía casi porque el cuerpo le pedía para estar bien. Mejor dicho, para no estar mal.

De repente pasó un niño corriendo al lado de su mesa y se puso a jugar cerca suyo. El se quedo mirándolo. El niño lo miro. Cruzaron varias miradas. Un miedo le cubrió su cuerpo y le costaba trabajo pensar. Le costaba trabajo la vida. Es como si estuviera rendido. Pero ya en ese momento, sólo quería dormir. Dormir mil años con el solitario deseo de que el tiempo pasara, o quizá volviera hacía atrás.

 
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Publicado por en 24 noviembre, 2017 en Abstracto, Narrativo