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El bueno de Adrián

22 Ago

Las olas en la playa de Levante eran suaves y la arena fina tenía la temperatura perfecta para pasear descalzo cerca del mar. Sintiendo el agradable frescor entre sus pies, Adrián caminaba junto a una chica que había conocido a principios de verano. Esa era su primera escapada juntos. Por fin dejaba atrás una relación sin sentido con una pareja que no le dejaba dejarla. La mitad de la luna había salido a saludarles mientras decidían ir a tomar una copa al paseo marítimo.

Dos mojitos con mucha menta eran perfectos, igual que la noche que se había quedado para ellos. Aunque el destino aquella noche no estaba libre de cierta ironía. Al agarrar la puerta para salir a aliviar sus ganas de fumar, encontró algo que le cambió el gesto de la cara. Para él era algo, pero realmente era alguien. Era la novia de la cual pensaba que ya se había librado.

Para evitar la situación, decidieron salir con sus consumiciones de nuevo a la playa. Las hamacas apiladas durante la noche podían ser un buen sitio para sentarse. Adrián no podía dejar de pensar qué narices hacía su ex allí. Entre tanto su nueva amiga, que no sabía qué decir, le comentó que era muy guapa. Es mala persona y es peligrosa, pensó Adrián en alto para intentar acallar ese comentario tan poco afortunado.

Intentaron disuadirse del momento anterior entre los tragos con sabor a menta. Observaban el mar, perdiendo la mirada en esa media luna blanca partiéndose en pedazos al antojo del pequeño oleaje. Desde esa misma orilla vieron como un tipo de complexión delgada se acercaba poco a poco con la cabeza agachada. Qué curioso, parecía que iba en la dirección donde estaban sentados. Los últimos metros de este lo confirmaron.

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El tipo se paró delante, y les preguntó si tenían hielos. Adrián pronunció dos palabras para explicarle que no pero fue imposible pronunciar otra tercera. En ese momento el tipo le lanzó una torta con la fuerza de todo el cuerpo con la diestra. Seguidamente un puñetazo y otro, directos a la cara. Con el desconcierto no fue capaz de cubrirse en ningún momento. Logró incorporar el gesto de sentado tras el tercer asalto y no pudo decir palabra. Estaba noqueado. Los golpes habían sido fuertes, rápidos y secos en su semblante.

Si te mueves de aquí, haces algo o llamas a la policía vengo con una pistola y te pego un tiro. Esas fueron sus palabras. A continuación comenzó a alejarse hacia el paseo marítimo a la vez que un goteo incesante de sangre salía por la nariz de Adrián. Estaba convencido de que ese tipo se había equivocado. Algún tema de drogas, de dinero… Tenía que aclarar que había sido un error, que él no era. No cabía otra explicación y había que zanjarlo cuanto antes.

Adrián comenzó a correr más convencido cada vez tras su agresor. Este empezó a mezclarse con la gente del paseo marítimo y en ese momento los policías se dieron cuenta de la persecución y Adrián señaló a su agresor cuando la policía lo miraba.

Se sintió reconfortado por haber salido detrás y aún más porque la policía le podría cubrir si intentaban hacerle daño. Sobre todo si era con una pistola. Mientras explicaba al policía lo que había pasado, vio que otro agente traía al agresor, que volvía con la cabeza agachada.

De repente notó la presencia de su compañera de viaje. Ya estaba cerca de él. Se dio cuenta de que seguía sangrando y le pidió que fuese a buscar papel para taparse la hemorragia. Ella aún sin decir esta boca es mía accedió rápido.Tras ponerse el papel en la nariz para parar la sangre se dio cuenta de que había más policía unos metros detrás. Entonces reparó en que había gente que conocía. No podía creerlo. Al ver que Adrián se dio cuenta, se fueron acercando, como si salieran de la madriguera. De repente, contando al agresor, eran ya un grupo de cuatro personas que parecían conocerse todos entre sí. Dos chicos y dos chicas.

No podía ser que su ex y una amiga suya estuvieran detrás de eso. Pero sí, de repente todo tenía sentido. Sintió alivio despejando el pensamiento de que le hubieran confundido una banda de narcos. Pero esto era mucho más sórdido. Su ex estaba justificando a su agresor comentando que Adrián la trataba mal y la había pegado. Para él no era sorprendente, ya sabía cómo se las gastaba.

El agredido conocía a todos menos a su agresor. En ese momento escuchó la risa cómplice de su ex con un policía en el grupo de cuatro donde parecía muy convencida y cómoda con lo que maldecía sobre él. También los policías parecían entretenidos y jocosos con ella y sus historias. El otro chico del grupo, que el conocía, al notar su tensión tuvo un comportamiento curioso. Le dijo a la ex de Adrián que por qué habían venido si sabía que el andaba por aquí. A Adrián le pareció que lo decía solamente porque el estaba delante mirándolos. Es como si quisiera exculparse delante mía, pensó.

Solo quería vomitar y explicarle a todo el mundo lo que le estaba pasando. Gritar la verdad a los cuatro vientos. El chico que Adrián conocía se acercó y le llamó por su nombre. Le dijo que no pasaba nada. Pero su receptor no quería ni verle ni oírle cerca, solo podía pensar en lo cobarde que era. Para acabar con la situación optó por decir al policía que de momento lo iba a pensar si se decidía denunciarlos. Tuvo que tragar saliva para no escupir al conocido que asentía dándole la razón a Adrián cuando confesaba sus planes de no beligerancia. Eso le dolió más que el puñetazo.

Minutos después se estaban alejando de aquel barullo y de la policía, de la playa, del mar, del paseo y de la luna. Había pasado todo muy rápido. La noche ya no era tan amable. Miles de pensamientos pasaban rápidamente. En ese momento, su compañera de viaje rompió el silencio que mantuvo desde que había pasado todo. Qué locura.

Este relato participa en el concurso de #relatosdeverano de Zenda.

 
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Publicado por en 22 agosto, 2016 en Narrativo

 

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