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Archivo de la categoría: Viaje

Consejos a Sancho Panza

De los consejos de Don Quijote a Sancho antes que fuese a gobernar la ínsula.

«Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies[pavo real] de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.»

«Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a avergonzarte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.»

«Nunca te guíes por la ley del encaje[arbitrariedad], que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.»

«Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.»

«Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.»

«Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.»

«No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.»

«Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.»

«Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.»

«Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala»

«Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.»

«También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.»

«Jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos comparándolos entre sí, pues por fuerza en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado.»

 
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Publicado por en 27 agosto, 2025 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Cociendo en sus propios jugos

Fragmento de entrevista a Carlos Pauner. Alpinista profesional con los 14 ochomiles a la espalda.

— Tal vez una experiencia tan extrema, cambia tu manera de ver la vida…

— Hombre, cambia la manera de verlo. No por las montañas en sí, si no por desplazarte a esos lugares… Cuando te desplazas a Nepal, a China, a Pakistán y ves como viven nuestros porteadores que llevan treinta kilos con unas chancletas y no se quejan y no comen en todo el día, te das cuenta de que el ser humano es muy fuerte, pero que aquí en occidente nos hemos hecho demasiado blandos. Yo pongo la tele cuando llego aquí y veo a un hombre hecho y derecho llorando y me pregunto, ¿Se habrá caído de una grieta? ¿No habrá comido? No no, sigo indagando y veo que es porque lo han nominado en Gran Hermano… y digo, vete a la mierda. Vete a la mierda. ¿Dónde vamos así? Entonces el mundo de la montaña es un mundo de titanes, de gente valiente, de gente austera, de gente que no se queja de casi nada.

— Es que vivimos en una extra zona de confort.

— En una burbuja.

— Es que nadie en el mundo ha vivido mejor que nosotros en la historia.

— Pero a la vez peor. Nunca habéis sido menos libres de lo que sois ahora: yo he sido mucho más libre.

— Objetivamente somos los que más cómodos estamos.

— De hecho, la sociedad occidental está buscando y buscando continuamente la felicidad y no la encuentra. Y tiene el último modelo de coche, una ducha con agua caliente. Yo no hay dia en mi vida que no abra un grifo y solo de ver que sale agua, digo, joder que maravilla. Pero es que si lo giras sale agua caliente. Entonces tenemos todo y no tenemos nada. Te enseña mucho el estar en esos poblados con gente que no tiene nada como Nepal, que ves que cocinan y ves que felices son, como hablan, tienen tiempo, no tienen prisa para nada, todo les fluye ¿no?.  Entonces nosotros somos una sociedad que en ese aspecto estamos enferma. Porque no hay mayor grado de infelicidad que en occidente.

— Y es la mayor estabilidad del mundo con todas las posibilidades. 

— Con todas, incluso de imponer sus normas en otro sitio. Somos potencias no solo económicas, incluso militares. Podemos hacer lo que queramos y aún así dentro, solo tenemos problemas. El número de suicidios aumenta, depresiones, uso de fármacos… vamos un nepalí no conoce eso, no los hace falta. ¿Un fármaco para estar contento? Hombre no por Dios. Ellos están contentos cuando han hecho una buena cosecha, han llegado a su casa y tienen algo que traer para comer. Esa perspectiva creo que es importante porque al final te da la vara de medir de lo que es importante. 

— Te da el golpe de realidad de lo que realmente es la vida.

— Tú fíjate una niña de dieciséis años deprimida y teniendo que usar pastillas porque en internet la han bajado los seguidores o porque le han dicho que si es gorda o es fea. 

— Vivimos en un mundo cada vez más virtual, pero no de cara a la pantalla si no…

— No no, de cara a los demás. Cada vez nos importa más lo que los demás digan de nosotros. Por eso digo que somos menos libres ahora. Yo cuando era crío me importaban tres bledos lo que dijeran de mi. Yo me iba con mis amigos a escalar y nos importaba tres bledos el aspecto, el pelo, lo que llevábamos o no sé. No hacíamos mal a nadie además y hacíamos lo que nos gustaba. Esa libertad creo que era muy importante. Ahora está todo con más normas. Al final llegará un momento que vamos a tener que llevar una check list como en los aviones, para salir a la calle a ver si llevamos todo y todo correcto. Entonces occidente en ese aspecto está enfermo porque se está cociendo en sus propios jugos: idioteces. No puede salir un tío hecho y derecho lloriqueando porque le han nominado. No me jodas. Yo le pondría una semanita allí en Nepal con treinta o cuarenta kilos que llevan a la espalda con unas chancletas durante ocho horas, a ver que le parecía.

 
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Publicado por en 6 agosto, 2024 en Entrevistas, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

Huir de uno mismo…

Se podía escuchar el alegre murmullo saliente de la Plaza Mayor como telón de fondo. Estaba situada a un par de cuadras de donde ambos se encontraban. Sintiéndose más cercana, destacaba una guitarra española y la voz de un viejo entonando cantos de revolución. El viento suave y húmedo que desde el ático de la casa se advertía era agradable. Así son la mayoría de las noches en Trinidad.

Tras haber subido por las escaleras de madera que daban acceso a la parte alta de la casa, se encontraban ambos con una cerveza en la mano. Recostados en el muro que levantaba hasta la altura del pecho miraban al cielo limpio y estrellado. Ellos creerán rozarlo esa noche desde allí. Desde aquella casa vieja pintada de color salmón y combinada con blanco para jambas y bordes que configuraba el estilo colonial.

El día entero y ahora la noche, la tercera juntos desde que sus caminos solitarios se cruzaron, habían transcurrido con normalidad. Días alegres caminando por la playa o cualquier otro lugar… y noches de ron y miel en sus labios con algo de fuego encendido que propagar entre sí. 

Después de un largo silencio la conversación tornó por cauces algo más profundos que los que hasta ahora habían transitado…

—¿Qué te da viajar sólo? —dijo ella en tono sereno y la mirada clavada en la luna llena que tenían de frente.

—Bueno… digamos que yo… o todos, vamos por nuestro camino. Encontrar gente…— incorporándose del muro, comenzó a gesticular lentamente. —Me permite acercarme a otros lugares. Entonces sigo sus caminos… me voy un rato por ese camino y aprendo cosas que yo no conozco y vivo cosas nuevas. Me ayuda a entender… Bueno a veces es muy divertido…

—Es cierto. Eso sucede… 

Ella seguía petrificada, con la cerveza en la mano y sin perder la mirada con la luna.

—¿Y tú, por qué viajas sola? —preguntó él mientras volvía a recostarse en el muro apoyando un solo hombro, ahora un poco más alejado y mirándola. 

—No lo sé… después de un tiempo… después de este viaje sola creo… —ensimismada, sin girarse para devolverle la mirada, la cual mantenía fija, hablaba como si más que dirigirse a él estuviese pensando en voz baja— que no puedo huir de mi misma… y seguramente no deba. De lo que me he dado cuenta, es que por mucho que uno pueda hacer diferentes cosas… y sobre todo, por muy lejos que una persona pueda viajar, nunca se puede huir de uno mismo.

Los dos eran jóvenes. Con aventuras por correr y con el sentimiento inagotable que apareja la mocedad. Pero las palabras que aquella noche pronunció ella no tenían tono ni fondo bisoño. Un momento de lucidez serena que él vió en ciertas mujeres a lo largo de su vida. Pero en ese momento era varón aún menguado para percibir la dimensión de lo profundo: la vida aún tenía que pasarle por delante para comprender. Las palabras que ella le había dicho aquella noche aparecieron en su cabeza alguna vez durante los siguientes años. Pero solo después de tiempo y vida comprendió contenido y continente. Aquella chica que empezaba a ser mujer le estaba dando una de las claves interpretativas más importantes de su vida.

 
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Publicado por en 1 mayo, 2024 en Narrativo, Viaje, Vivencias

 

No era el agua

Estoy aquí, detrás del conductor del autobús. Observando el vaivén silla arriba y abajo me pregunto si los pedales acompañan también hacia arriba y abajo. Me gusta imaginar que si, pero el mecánico que va en quinta fila levantándose del asiento se dirige mí; ¡Pero cómo va a ser eso posible!, mientras se ríe burlón. El primer asiento es cómodo, nadie se puede tumbar para atrás y molestarme y las vistas son bonitas. Empieza a anochecer. El día fue como el clima: agradable. Aunque desde la segunda fila me está corrigiendo el hombre del tiempo… parcialmente soleado, sin precipitaciones: un anticiclón a nivel de superficie.

De las primeras paradas ha subido y bajado algún guiri antes de dejar Maspalomas. Perdón: algún extranjero. No quiero cabrear con mis pensamientos al académico de la RAE que viaja en la tercera fila de la derecha. No solo hay que leer y escribir bien, también hay que pensar en esos términos. Asiente a su vez el conductor: hay que cumplir unas normas, porque si yo empiezo a conducir por la izquierda nos matamos todos.

Parece que no puede uno rumiar tranquilo… ¿verdad? Me pregunta el psicoanalista que ha subido en la parada anterior entrando a su vez en discusión con el filósofo, sentado al final del autobús que ríe con sorna. Menudo mezquino, sin el pensamiento no seríamos nada, le contesta. En ese momento dos asientos más adelante la risa ancha y sin sorna de un profesor se eleva sobre la anterior. Cuando ha terminado de reír plácido, lee en alto una cita del libro que lleva en el regazo: “Frecuentemente hay más que aprender de las preguntas inesperadas de un niño que de los discursos de un hombre.” Entre unos y otros se sigue repartiendo la discusión. O la disquisición, vaya uno a saber, porque con tanta gente hablando, no es sencillo enterarse de algo…

Se abren las puertas en San Agustín y sube una señora llorando. De repente se hace el silencio. Es una mujer negra, de unos cuarenta y algo. Menos mal que nadie me corrige con “de color”, se nota la tensión del momento. Se sienta en primera fila, igual que yo, pero al otro lado del pasillo. Los demás nos miramos sin saber qué hacer. Se la ve agobiada, con un llanto desbordado… De estas veces que te estás llorando encima y no puedes parar y que te da igual la situación porque acaba de reventar la presa y todo el agua se desborda. Alrededor continuamos sin saber qué decir. El autobús continúa su camino y ella después de un rato llora más bajito.

Creo que han pasado diez minutos desde que la señora que sigue llorando ha subido al autobús. El murmullo entre la gente a bordo ha vuelto, pero tan bajito que no se entienden apenas entre ellos. Prefieren el ruido a escuchar a la mujer. La cual acaba de coger el teléfono y está hablando con alguien. Su llanto aumenta como al principio. Le está explicando a la persona que tiene al otro lado como se le había muerto alguien al que cuidaba. Cada vez lloraba más alto.

Entonces, como yo, el mecánico, el hombre del tiempo, el académico, el conductor, el psicoanalista, el filósofo ni el profesor decimos nada, buscamos en mi mochila. Y ahora estamos sacado una botella de agua a la que apenas le queda la mitad. Un toque en el hombro de la señora, que seguía llorando, sirvió para que mirase. Miró. Esto es para usted, decía el gesto, acercándole la botella de agua que ella recoge. 

Ahora han pasado unos veinte minutos más, y la señora va a bajar del autobús. Se levanta, y me da las gracias con un gesto amable y cómplice. No ha bebido agua y quizá tire la botella sin probarla. Ninguno estamos hablando: solo yo pienso. Escucho el silencio que me deja comprender porque me daba las gracias. No era por el agua evidentemente, sino por el gesto. Lo que importa muchas veces es la intención… Por muy jodido que uno esté siempre tiene algo bueno que dar a los demás: por ejemplo, las gracias.

 
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Publicado por en 8 febrero, 2023 en Abstracto, Narrativo, Viaje, Vivencias

 

Siempre es la misma guerra

Hace poco más de una semana vi un video de Alona. Ella hacía tours en Kiev. En el vídeo, decía que todo estaba bien y tranquilo, como podía verse… gente en la calle y un pequeño parque dónde los niños jugaban. Conozco a Alona y a varias personas más con las que tengo contacto de las veces que estuve en Ucrania. Incluido un hombre llamado Kir que conocí volando desde Madrid y me ofreció literalmente las puertas de su casa en una barbacoa con amigos. Las veces que estuve en Kiev me sentí bien tratado por buena gente. Un lugar quizá con algunas dificultades económicas, pero gente agradable y que en general te ayuda. Un lugar donde se intenta vivir y salir adelante, luchadores y orgullosos de su tierra y gente honrada, con ese tipo de personas camine, comí y compartí mi tiempo. Cuando a uno le tratan tan bien fuera de casa se coge cariño y se mantiene el contacto.

Mi primera vez en Kiev me sorprendió. Es una ciudad abierta al mundo, moderna y vieja a la vez, con el encanto que eso conlleva. Que tiene de todo, bonita y acogedora por la que apetece caminar entre su gente que vivía tranquila. Andar desde la Plaza Kontraktova al Museo de la Gran Guerra era un placer para la vista. Paseando por la plaza del Maidán desfilaban un numeroso grupo de soldados: era el aniversario de la revolución del 2014. Me llamó la atención porque todos eran muy críos. Dispuestos eso sí, sin hacer spoiler ya, a luchar por su país y morir, vendiendo cara la piel. Intenté hablar y ver los puntos de vista de la gente de allí, comprender el nacionalismo y ese orgullo patrio que realmente me pareció sano. Ese orgullo por su país y por que los extranjeros lo visitásemos me resultaba acogedor y para muestra de ello el regalo de este libro. Sentí estar rodeado siempre de buenas personas. Años después quizá les comprendo mejor y me duele pensar a donde van con esta invasión…

Guerras cruentas y estúpidas como esta van unas cuantas, y no hace falta irse a la Segunda Guerra Mundial, ahí están los Balcanes o Afganistán. Lo que pasa es que esta vez sí me toca personalmente y eso me hace de alguna manera sufrirlo, sentirme triste y también comprender un poco más que implica una guerra y qué factores la envuelven y observar cómo algo que está en aparente normalidad y calma puede volverse el infierno mismo en cuestión de días. La fragilidad de la vida, que siempre estuvo ahí.

La guerra es gente a uno y otro lado que se matan sin conocerse. Odios nacionalistas (no confundir con sano sentimiento de patria) metido en los pueblos por unos y otros jefes de la tribu que poco o nada les importa la vida de los “suyos”. Más bien hacer negocio maniqueo de ese sentimiento nacionalista que actualmente se vertebra en estados-nación. Leerlo desde una u otra óptica (occidental o rusochina) es siniestro por como adjetivan desde los medios y excusan unos y otros, cuando hace un mes podían besarse la boca. Y es que una vez que alguien empieza una matanza así, todo lo demás no importa. Es claro que el invasor es la Rusia dirigida por un psicópata llamado Putin. Que Zelenski se está portando y está dando la cara, como todo el pueblo Ucraniano, que son los que van a pagar los platos rotos en una batalla totalmente desigual de fuerzas.

¿Los intereses de los países de la OTAN? ¿Y Europa? Al principio parecía que iban a dejar sola a Ucrania después de jugar con ella durante estos años. Que si ahora si, que si ahora no… ¿Acaso países colindantes con Rusia no son miembros y no pasa nada? ¿No son los países soberanos para decidir? Creo que a todos nos alegra saber que Europa tiene al menos capacidad de reacción contra un ganster cuyo único objetivo parece que es desestabilizar y ocupar un país soberano. Nadie aquí a estas alturas es inocente, aunque es evidente quien a comenzado la sangría

Hay mil ópticas geopolíticas, ópticas de ejes (izquierda-derecha, prorruso, étnica), estratégicas, por la cual entender el posicionamiento de todos los actores, desde la OTAN, Europa, Putin, los nacionalismos excluyentes, los grupos paramilitares, la asimilación de la historia en los diferentes pueblos, las expectativas de futuro que prometen las diferentes economías, los Yanukóvich, Timoshenko, Poroshenko… Podemos hacer análisis por horas y horas desde las diferentes ópticas y correlaciones de fuerzas entre estados y sus asociaciones. Ese tablero de ajedrez mundial de poder e interés económico transnacional que se dirime siempre casualmente lejos de los interesados y cerca de los lugares más desfavorecidos que poco o nada tienen que decidir. Porque ya no nos sirven las etiquetas de eje izquierda-derecha o comunista-capitalista, cada vez es más claro que se trata de correlación de fuerzas. De: «lo hago porque puedo», la ley de la jungla, sea o no ético o legal. Pero por lo que veo, todo siempre tiende a explicar y justificar a uno u otro actor o acto, nada más. Es lógico porque toda acción tiene una reacción: la ecuación que tiende a balancearse. Y así debe ser.

Pero conociendo todas las realidades mencionadas arriba y muchas otras, se me ocurre algo más sencillo. Mucho más sencillo: La narrativa de lo que está pasando con las personas. Quitando cada una de las etiquetas, capas u ópticas por las que mirar de las que arriba se mencionan. Hola Kapuscinski.

Siempre es la misma guerra. Lo que hace poco más de una semana era un país y una ciudad tranquila como Kiev donde la gente hacía su vida, se ha convertido en un escenario de guerra donde un ejército profesional arremete contra todo un pueblo para someterle y eliminarle. Para aniquilarlo sistemáticamente sin miramientos. Se derriban edificios residenciales y mueren civiles a miles ya en este momento. Se aplasta la vida. La gente pasa frío y comienza el desabastecimiento y se duerme bajo tierra, recién nacidos incluidos. El odio toma y tomará el control para permitirles seguir adelante en ambos bandos y las heridas calan en las entrañas de las personas delante de tanta destrucción, sangre, fuego y basura. Viva la muerte… muera la inteligencia: la barbarie. Vidas y proyectos de vida que tardaran mucho en volver a lo que eran, si es que lo hacen. Heridas que con el tiempo y dificultad sanarán. Todo esto… ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Otra región más del mundo desestabilizada por la decisión de un tirano? ¿Cuando se impongan con la fuerza que harán? ¿Cuanto tiempo durara ese conflicto post guerra? ¿Hasta que punto degradara la convivencia y por cuanto tiempo? ¿Para qué? (Otra vez). Todo esto en pleno siglo XXI, es evidente que es más que evitable. La vida de las personas es más importante que cualquier otra cosa. La vida esta en la paz. Y esa, y me temo que por un rato largo, se la han robado al pueblo Ucraniano. Aunque espero que antes o después salgan de este invierno al que se les esta subyugando. Y ahora que venga cualquier imbécil con su teoría del teorema a analizar o a justificar. Aquí cada uno tenemos nuestra cuota de responsabilidad y no se libra ni el que apunta. Este mundo lo hemos hecho y lo hacemos todos. Aunque no cabe duda que el primer y principal responsable es Putin y su psicopatía narcisista. Esperemos que le borren de la ecuación lo antes posible, porque su soberbia junto con su poder, puede ser muy dañina convirtiendo la vida de mucha gente en una pesadilla.

Dejo para terminar el post que Alona subió en su cuenta de Instagram hoy y mando mucha fuerza para ella, a la buena gente que conozco de allí y a todos los ucranianos que tanto están perdiendo y les están arrebatando en tan poco tiempo: 

“Hace una semana yo vivía alegremente, estaba segura de que esté conflicto bélico jamás iba a suceder pero me equivoqué. Es increíble cómo en pleno siglo XXI se continúen repitiendo errores del pasado… Mi vida ahora dió un giro, todos los ucranianos vivimos 24/7 escuchando las noticias, dormimos en fríos refugios y nuestro reloj despertador es el terrorífico sonido de la sirena de guerra. Toda mi vida se resume en mi mochila, perdí mis pertenencias más preciadas. Es por qué lo único que les puedo decir a todos ustedes… ¡Amigos, valoren cada momento de su vida, porque nunca se sabe cuándo puede cambiar por completo!”

 
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Publicado por en 2 marzo, 2022 en Politica, Viaje, Vivencias

 

Rikardo con K y Portugal

Hace poco estuve de visita en Lisboa. No conocía la capital lusa y durante unos días pude disfrutar de una ciudad bonita, viva y con una orografía que te dejará agujetas si no tienes las piernas en forma. Con ese toque decadente que le da un punto especial a sus avenidas y a sus callejones. ¡Una ciudad llena de luz! Poblada con un poquito de gente de a pie y otro poquito de gente más mundana. Las capitales tienen gente de todos los lugares y eso las hace culturalmente ricas y abiertas al mundo sobreto y como es el caso, si son puerto de mar. Pero ya fueran locales o extranjeros, gente amable en general fue lo que me encontré.

Lo mejor de la vida, como una vez me dijo una amiga, somos las personas y es verdad. Lo mejor y lo peor, ¡claro! Pero ahora viene un ejemplo de lo positivo. La cuestión es que de eso va la pequeña historia que quería contar. El segundo día fuimos a Belem e hicimos un Tour. Nuestro guía era nada más y nada menos que Rikardo con K. Fue fácil desenmascarar su origen por el acento, era Colombiano y sabía mucho de historia. Pero lo mejor de todo ¡Era filósofo!. No lo había pensado nunca, pero no se me ocurre un guía mejor para enseñar la historia de un país que un filósofo que sabe de historia.

Paseamos por el Palacio y el Monasterio que miran al río, por donde volvían los navegantes. Después estuvimos en el Monumento a los Descubridores y terminamos en la famosa Torre. Rikardo nos fue explicando acerca de la historia de Portugal y de lo que íbamos visitando. Aquellos días en Lisboa y durante el tour fui consciente de la gran riqueza cultural y la historia que tiene el país y de su orgullo por esa aventura de navegación durante nuestro llamado Siglo de Oro. Aquellas hazañas que alumbraron un nuevo mundo. Que fue quizá, la llegada a América, el acontecimiento más importante de la historia, al menos de occidente. 

Comentó Rikardo, como buen guía, las partes más y menos bondadosas de aquella conquista y su punto de vista como persona que ha leído historia y como latinoamericano. No hace falta estar de acuerdo, pero sí me pareció interesante y enriquecedora su opinión. El tour lo hizo muy divertido y a parte de contarnos los sucesos y las aventuras, siempre dejaba hueco para alguna reflexión después de terminar cada explicación. 

Mi sensación, no solamente durante el tour de Rikardo, es algo que comentó y que se le atribuye al maestro José Saramago: «España y Portugal son como dos hermanos siameses unidos por la espalda que no se han visto la cara». Y quizá es eso, o al menos haya parte de eso. Los designios de la historia, los nacionalismos, tanto lusos como hispanos, nos han hecho a los españoles ignorar Portugal de alguna manera. Que ambos nos miremos con cierto desdén. Realmente desconozco cómo nos miran a nosotros pero puede que sea similar. En cualquier caso el nacionalismo (como cualquier otro) portugués, se funda mediante épicas y enemigos externos y eso hace bastante referencia a la época de Felipe II. Seguramente ese imaginario no ayude allí. Tampoco nuestro escaso imaginario, más bien indiferencia ayuda aquí. Que dañinos son para todos siempre los nacionalismos, sean de donde sean y especialmente al mundo que alumbra, que requiere ya de soluciones transnacionales, del globo entero, para temas como el cambio climático, la pandemia o lo migración. No se pueden dar soluciones individuales a problemas que son colectivos. Pero este, es sin duda harina de otro costal.

Rikardo, que ha vivido en ambos países, es latino y sabe interpretar la historia nos invitó a algo que uno siempre debe hacer cuando viaja, si es que quiere viajar de verdad: mezclarnos con la gente, para ver y sentir que en realidad tenemos un maravilloso mundo común que compartir, algo que no pasa en el resto de Europa, especialmente de pirineos para arriba, y un maravilloso mundo por descubrir de la cultura, la cocina y la historia del nuestro querido país vecino Portugal. Y dicho sea de paso, que bonito suena el sueño de dejar de darnos la espalda para empezar a mirarnos a la cara, dándonos cuenta del gran potencial de convivencia que sospecho que tenemos, apartando nacionalismos y estupideces de índole similar.

Terminó el Tour y nuestro amigo nos dejó con una reflexión interesante que pego a continuación mientras las pequeñas olas chocaban contra la torre de Belem. Después nos dió las gracias uno por uno porque… ¡Se había aprendido todos nuestros nombres! Y no éramos pocos. Desde aquí saludarle y agradecerle por esa delicia de tour y sobre todo por ser buena persona y por su disposición y por llenarnos de presente con su reflexión, ‘Juan de Ávila’, como él me mencionó.

“Los seres humanos estamos atrapados entre dos tiempos sobrecogedores y metafísicos. El tiempo de la historia de la especie que como individuos nos hace diminutos. Siglos de avances de lo humano que podemos contar y revivir en unas pocas horas cómo hemos hecho hoy. El otro; el tiempo de la naturaleza y del universo ante el cual somos si acaso un leve parpadeo. Atrapados entre el pasado que se nos escapa y el universo que nos supera ¿qué nos queda? Lo único que tenemos para controlar es el instante presente, en donde caben aprendizajes, alegrías y emociones sin par.”

La web de tours para la que trabaja:

https://es.takefreetours.com/lisbon-free-walking-tours

 
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Publicado por en 12 diciembre, 2021 en Historia, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

Llorar

«Llorar es el momento en que te das cuenta de que las emociones que sientes son demasiado grandes para estar contenidas en tu cuerpo y te das cuenta de que lo necesitas para salir físicamente de tus límites.
Llorar es darse cuenta del límite físico de nuestro cuerpo que no nos permite abrazar el mundo, las personas lejanas o las que ya no están entre nosotros.
El llanto es darse cuenta de que somos desastrosamente y maravillosamente humanos y que lo mejor que podemos hacer es VIVIR cada momento al máximo, sin perjuicio de nosotros mismos y de los demás.
Es vivir tratando de dejar que nazcan flores por donde dejamos nuestras huellas.»

Silvia Bartoli, Agosto de 2018.

 
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Publicado por en 30 noviembre, 2021 en Abstracto, Viaje, Vivencias

 

La honestidad y el mar

Iba paseando por la playa, mirando la inmensidad del mar y despidiendo el día. Así me vino a la cabeza el final del poema de Invictus: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Con esa voz casi ronca y el tono pausado de Morgan Freeman de la película de Mandela.

Alcanzar ese punto de autoconsciencia requiere franquear eventos fuertes en la vida. Superar cosas feas de verdad. Circunstancias que te obligan a hablar y enfrentar a la persona que llevamos adentro sin escapar ni tapar un poquito. A entender nuestros pensamientos, sentir todo y ahondar en ese ser complejo que somos, desde la curiosidad. Creo que se trata de un ejercicio de honestidad con uno mismo siendo condición de posibilidad para llegar a la humildad.

Por otro lado, la escalada de técnica, médica y de confort alcanzados en este último siglo ha sido notable y ha contribuido a que vivamos mejor materialmente y duremos más años. El ser humano ha creado este mundo de manera prodigiosa pero la misma ecuación ha traído de la mano debilidad, estupidez y desvirtuación. Vaciando el respeto a nuestra propia naturaleza y alzándonos como dioses y prostituyendo palabras como libertad o amor. Otro ejemplo que se me ocurre es la idea de considerarse únicamente individualista dada nuestra esencia humana. Me parece de sujetos poco observadores de su persona y de las que les rodean. No estamos fabricados para eso; la ciencia y la evolución así lo demuestran. No el sistema imperante, que de manera cada vez menos subliminal nos indica lo contrario y nos va despojando de conceptos colectivos. Afortunadamente la vida y la naturaleza siempre imponen sus reglas y nos dan lecciones de humildad. Lecciones que a mi a veces me hacen falta.

Esto no implica que le podamos dar un cierto rumbo y contenido determinado a nuestra vida, siendo elegida conscientemente por nosotros. Quizá bajar al infierno y volver a subir a la tierra es necesario para emprender este viaje de comprensión profunda. Madiba estuvo casi treinta años en la cárcel. Parece que le dio tiempo a pensar y a entender las claves de la propia libertad frente a todos los eventos indeseables que la vida le fue poniendo. Ahí está el margen de dignidad, no está en otro lugar. La libertad parece estar en el cultivo de lo de dentro.

Parece razonable ganarse ese margen desde la soledad y la reflexión profunda, de manera sosegada. Sin recorrer ese camino, uno difícilmente estará en disposición de otorgar a los demás limpiamente esa honestidad. Elegir con autonomía y de manera consciente las personas, valores y conceptos que pueblan la vida de uno y cómo relacionarse con ellos. Desde la ternura hacia uno mismo sin quitar un gramo de realidad. Sin añadir un gramo de sobreactuación ni soberbia. Desde el equilibrio y la virtud, que ya manejaron los griegos, dónde el centro de la vida era el hombre. En un diálogo constante con nuestras fortalezas y debilidades. Mirando los caminos posibles pero también la finitudes.

Por eso, cuando paseaba por la playa, pensaba que posiblemente para ser deshonesto con alguien, no hace falta mentirle o engañarle con otra persona. El hecho de permanecer en contacto y próximo a alguien sin hacerlo desde la propia autonomía y honestidad ya nos posiciona de manera indecorosa. Ya sean parejas, amigos o familiares. Y lo que das a los demás te lo acabas dando a ti mismo. ¿O quizá suceda al revés? Quién sabe.

Pienso que también es deshonesto querer ver, saber y poseer todo, incluida la verdad. Es etero e imposible. Intentarlo es una jodida desventura. Así que espero que quede claro que esto es simplemente mi opinión y aún convencido de lo que escribo, estaré seguramente equivocado en algunas cosas. 

Pero en cualquier caso, sentir y pisar despacio la arena de la playa y ver el sol ponerse en silencio me ayuda a ser honesto. Porque la naturaleza, que es nuestra casa y de la cual formamos parte desde el principio de los tiempos, nos pone en escucha directa con nosotros mismos. No se trata de desconectar, la palabra es conectar.

Fuerteventura, Mayo de 2021.

 
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Publicado por en 11 mayo, 2021 en Amor, Viaje, Vivencias

 

Viajar por los lugares más bonitos

¡Chaf! Adrían abrió la lata de cerveza mientras su amigo disfrutaba ya del primer sorbo. Como ellos decían, era el sonido de la felicidad. Enfrente, el sol se hundía en la medianía de dos laderas provocando un chorro de luz que recorría el valle de abajo a arriba. Estaban sentados en el suelo, observando en silencio.

— ¿Cuántas veces hemos estado aquí tomando cerveza? No me canso nunca de venir. ¿A ti te pasa lo mismo? Tú que viajas tanto por todos sitios…

— Bueno, llevo un tiempo sin viajar, igual que tú. Igual que todos — Sonreían y casi reían mientras cruzaban miradas de complicidad.

— Debes haber visto puestas de sol espectaculares… Venga dame envidia. 

— He visto puestas de sol y sitios de la ostia. Sería falsa humildad decir lo contrario. He tenido mucha suerte en poder viajar tanto. Y te digo una cosa, aún así, nunca me canso de este paisaje de nuestra tierra. Sobre todo si es con una cerveza y contigo tío.

— ¿Qué pasa, te me vas a declarar a estas alturas de la película o que? Mira que estoy muy sensible… No me quieras engañar sólo para un rato.

Empezaron a reír los dos mientras el sol seguía bajando y el chorro de luz apuntaba cada vez más arriba. El día se iba apagando. Después de un rato, las risas se fueron también apagando y volvió el silencio, acompañado de la solemnidad que acompaña el crepúsculo. 

— La verdad — Ya en tono reflexivo Es que he conocido lugares increíbles, que te dejan literalmente sin palabras. He viajado mucho… sitios que merece la pena ver al menos una vez en la vida. Pero después de años haciéndolo, te das cuenta de que lo más bonito de viajar son las personas. Eso es lo más bonito de la vida. Las personas con las que tienes el privilegio de cruzarte y compartes… Con las que compartes un lugar increíble pero también una cerveza en un bar humilde. Es ahí también donde está el viaje y el paisaje. Y eso sí está al alcance de todos. Los mejores lugares, los más bonitos… la mayor parte de las veces son las personas. Me encanta viajar y supongo que seguiré haciéndolo con la calma que los años me ponen encima. ¡Pero te lo juro tío! A veces nos volvemos locos en coger trenes y aviones para borrar sitios de una especie de lista…, y no nos damos cuenta de lo que tenemos en la puta cara.

 
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Publicado por en 17 marzo, 2021 en Amor, Narrativo, Viaje

 

Disney no ayuda al buen vivir

Hace menos de año que mi prima estuvo en México por varios meses y después volvió a España. Al poco tiempo hubo una comida familiar. Ella nos contaba que estando allí había estado mala, necesitando hospitalización y tratamiento. El caso es que no le recibía el especialista sí no le abonaba antes la visita. El seguro, que era de los mejores el que ella había contratado, les pagaba tarde y mal y los especialistas se negaron. No podía moverse de la cama y su compañera tuvo que coger su tarjeta de crédito, darle su código PIN, bajar a sacar la tela y pagar. El dinero por delante, sino ni médico ni medicinas ni nada. Porque con las medicinas le pasó lo mismo y tuvo que gastarse unos 300 euros. Otro persona, que estaba comiendo con nosotros dijo: “No me lo creo, eso es imposible.” Dicho completamente convencido. “¿Si no tienes dinero cómo te van a dejar morir? Eso es imposible.” Pero sí. No te atienden, no te dan medicina. Y si te mueres, te has muerto. Sencillamente así.

Y es que, como le decíamos, es lo normal. Nadie grita allí por eso “¡Qué horror!” “¡Qué injusticia!” “¡No se puede permitir!” “¿Cómo ocurre esto?” En la mayor parte del mundo pasa eso cada día y es asumido sin mayor trascendencia. Por supuesto no pienso que este bien, pero es una realidad aunque suceda a nuestra espalda. En determinadas ocasiones lo he visto personalmente. Viajar no sólo sirve para ver lugares bonitos: estar en ciertas partes del mundo te permite observar, si te preguntas lo indicado y te mezclas con los locales, como vive la gente de verdad. Es decir, que es la normalidad de la mayoría de la gente de este planeta. Y es que, amigos, nosotros no vivimos como esa mayoría. Eso no es un problema: el problema es que no tenemos consciencia y presente de ello. El norte de América, gran parte de Europa, la esquina donde está Japón, Australia y algún rincón más. Juntos son un porcentaje pequeño de países y de población en el total.

Hace poco el presidente de un país centroafricano, decía que no sabían si tenían muchos o pocos infectados o muertos. No tienen medios para curar ni para hacer test. El que viva vivirá y el que muera por coronavirus morirá como otro cualquiera. Este tipo de situaciones no es algo nuevo allí. Es el día a día. Sólo cuando se ha dado en el primer mundo es, digamos, un problema oficial y tenemos la ilusión de que hemos descubierto que existe la muerte tras la esquina cuando siempre estuvo ahí. Hable el otro día con una persona que vive en Ecuador. Me comentó que según llegó el coronavirus allí la ministra de sanidad dimitió de facto. Que están encontrando cadáveres en las casas y en las calles. No hay ninguna asignación presupuestaria para este tema. Una pequeña muestra: “Guayaquil” en google, servirá de ejemplo.

Estudiando el desequilibrio cognitivo, aprendes que para que algo mute, cambie o evolucione, es necesario una inestabilidad dentro de la área de desarrollo próximo. Los coach chupis modernos lo llaman en otros contextos; salir de la zona de confort, para provocar esa inestabilidad. Confort es una palabra que puede definir los lugares desarrolladas que comentaba arriba, el primer mundo, del cual formamos parte. Creo que justo eso nos ha distanciado de la realidad de la vida: olvidar su fragilidad inmutable. Mientras vivíamos calentitos y seguros, parafraseando a Pérez-Reverte, en un Disney de diseño, estábamos olvidando las reglas de vida. Donde toda brizna de realidad poco bonita vive a la sombra en una cultura del producir y consumir de manera rápida, feroz y sin sentido en todo ámbito vital, robándonos los espacios que debemos darnos para estar en el sentir y el vivir.

Nuestra propia estabilidad gracias a la evolución técnica, que por cierto es una maravilla y nos alarga y facilita la vida, nos ha alejado y nos ha dejado indefensos. Quizá es la razón de que mucha gente está ahora perpleja ante la situación o no sea capaz de entender su alcance y analizarla con perspectiva. Porque en nuestro Disney, acurrucaditos, hemos olvidado la realidad: que existe el dolor inevitable, la muerte, el desastre, como un proceso más y totalmente natural de la vida. Perdiendo así las herramientas para afrontarlo con lucidez y llaneza. Ya que este sentimiento o estremecimiento que recorre especialmente la parte desarrollada del planeta, nos ha hecho, de golpe y sin vaselina, saludar la realidad. Una realidad que ahora cuesta enfrentar. También podría explicar esto el caso del primer ministro de Reino Unido que seguía dando la mano en hospitales orgulloso de ello hace semanas, en plan ¿Cómo va a pasar algo malo aquí? ¿Cómo va a ocurrir un desastre? ¿Estamos locos o qué? ¡Sólo es una gripe! Ayer ingresó en la UCI. Ese distanciamiento, esa sociedad menor de edad, no nos ayuda a vivir y a morir con dignidad. Mucho menos, a entender que hacemos aquí.

Llegados a este punto, creo que se van evidenciado cosas. Una muy importante es que el sistema de salud pública, la ciencia y la investigación son prioridad. Que hay que dotarlos de los máximos medios. Otra es que vivimos en Disney, pero sobre todas las cosas queremos seguir viviendo ahí. Ciegamente y pese a todo seguimos confiando en Disney, creyendo que en una situación realmente prolongada todo va a seguir funcionando chupi. La sociedad que se niega a madurar… no se si es por miedo, por dinámicas de sociedad acomodada o porque no sabemos hacerlo de otra manera. Aunque si esto es lo bastante agónico y pudiera serlo, lo estúpido y superfluo acabará, espero, cayendo por su propio peso. No puedo dejar de pensar en mi ya ex compañero de piso. Me decía hace dos semanas que había que ser positivos y que esperaba que en unas semanas terminase todo. No le dije lo que pensaba por respeto y porque yo a veces soy lo que el estaba siendo en ese momento: estúpido e incauto. Decir que eso es ser positivo es desvirtuar el lenguaje. Prefería seguir engañándose en Disney a mirar a la realidad. Y eso es bastante peligroso porque la realidad siempre llega. Por eso es tan importante la educación: cuando se educa a los niños en esa burbuja, les quitamos los mecanismos defensivos que son necesarios para afrontar y entender las realidades que la vida tarde o temprano les pondrá.

Otro tema que reflexiono estos días es nuestra condición de seres gregarios. Necesitamos de la sociedad; necesitamos un médico que nos cure, un mecánico para que nos arregle el coche o al personal de limpieza o distribución de alimentos etc. En nuestra burbuja de felicidad de plástico y pose, hemos aumentado el punto imbécil y egocentrista. Esas redes solidarias que nuestros abuelos tenían para sostenerse ha disminuido, especialmente en ciudades. Nuestro curriculum y foto de perfil a engordado pero lo sustancial se ha difuminado. Hemos pervertido la escala de valores de nuestra condición. Ahora reflexionamos sobre la importancia de la sanidad, de los camioneros y sus suministros etc. La importancia de estar cerca y poder tocar, besar y abrazar a nuestros seres queridos o podernos despedir de ellos. Una vida sana es y será alrededor de esto; no está en otro lugar. Algunas de estas cosas habían caído en el olvido. No es una cuestión de vivir en el paleolítico, es un ejercicio de vivir en equilibrio y conciencia con nuestra propia naturaleza.

Para terminar positivo, cuento algo que viví sobre ese sentido de solidaridad. En Ecuador justo ahora hace tres años de ese viaje, al no ser un país grande el plan era atravesarlo con un coche. Nosotros íbamos hacia Guayaquil para bajar a las playas. Hay sólo una o dos carreteras que cruzan, debido a la orografía. Si a mitad de camino quieres ir por otro lado, igual tienes que invertir diez horas más en dar la vuelta. Hizo viento y llovió a muerte los días anteriores con movimiento sísmico incluido (un día más en Ecuador). Se nos iba complicando la carretera. Fuimos por tramos donde se había quedado un autobús por el desprendimiento de más de la mitad de la calzada. El temporal las había reventado. Se veían auténticos despeñaderos con mucho peligro de desprendimiento. Daban bastante miedo ir con el coche. Atravesamos varios con cuidado pero llegamos a uno que nos bajamos del coche. En una curva, un río había desbordado y bajaba el agua a con mucha fuerza cruzando la carretera. Dar la vuelta y diez horas más era inviable; se iba a hacer de noche. Pasaban 4×4 despacio y las motos. Meternos con un pequeño chevrolet no nos convencia. Pasó un rato y no habíamos conseguido decidir. En eso llegó un chaval con su chica, los dos en la moto. Se bajó y habló con nosotros. Paso con la moto varias veces hasta encontrar las zonas más altas para pasar con el coche detrás. Con un solo conductor, lo vaciamos para quitarle peso y elevar la suspensión. Yo pase el río colgado en una camioneta con las mochilas encima. Nos escoltó y nos ayudó a colocar piedras en otras zonas embarradas etc. Estuvo acompañándonos un par de horas largas. Si no es por él no se como se nos hubiera dado, pero como dicen allí, creo que la hubiéramos pasado bastante peor. Al final para agradecérselo les invitamos a una cerveza porque nos hizo un favor enorme y pudimos charlar un rato. Nos contó sus planes de vida y nos aconsejo sobre los peligros en Guayaquil y la zona de playas. La vida allí transcurre distinta.

Esto me hizo pensar y sobre todo sentirme bien. Allí, debido a que no hay tanto desarrollo y la posibilidad de desastre es más evidente necesitan esa solidaridad compartida. Ayudar y que te ayuden es el pan de cada día. Tienen presente la naturaleza del asunto: que se necesitan, que necesitan esa red de solidaridad. Recibirla y ser parte de ello me ayudó a ser más consciente. Quizá, en parte, estamos en eso ahora en el mundo “desarrollado”. Reaprender a valorar lo central de la vida. Y también volvernos a recordar que todo, incluido este coronavirus, tiene un final.

 
 
 
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