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Archivo de la categoría: Vivencias

Mi patria digna

Mi patria comienza con los que viene a la vida. Los que me abrazaron y recibieron hace ya treinta años. O quizá, comience nueve meses antes. Varios estudios muestran que la personalidad comienza a gestarse en la tripa. A algunos de ellos ya he tenido que decirles adiós, pero siguen siendo mi patria. Viven en mí y siempre lo harán. Todo ese tiempo de infancia y de niñez con mis padres intentando y consiguiendo que mi hermana y yo fuéramos felices y fuertes en valores. Todo ese rato con mis abuelos jugando, aprendiendo y riendo… pasando días enteros en una atmósfera de amor y paz. De tierra firme. Todos esos momentos con mis primos. Aquel tiempo recorriendo mi pueblo, el campo y todos aquellos rincones hasta donde alcanzáramos en bici, corriendo o como se nos ocurriera, en aquel mundo de niños, que sólo era nuestro. Allí donde los adultos no entraban, ni deberían entrar nunca. Aquel mundo divertido de imaginación y aventura. A veces pienso, que quien no tiene pueblo, le falta algo. Perdíamos la cuenta de los días al vivir con intensidad cada momento y sin que hubiera otra realidad aparte de la presente. Suerte que esto, aún intento practicar con regularidad. Es importante hacer cosas de niños y sentirse como tal.

Esa es sin duda mi patria más pura, de ahí es de donde más profundamente vengo y pertenezco. No hay nada más cierto que la afirmación de que la patria es la infancia. De ahí me siento y ahí me reconozco. Quizá es estúpido decirse orgulloso de algo que ha sucedido sin que uno haga esfuerzo. Pero estoy orgulloso, pero sobre todo agradecido de mi infancia y mi familia; es una de las razones por las que soy como soy. Son dos términos que siento como si de un único elemento se tratara. Ese tiempo nos marca a fuego para siempre. Aunque también, mi patria está compuesta por otras muchas pequeñas cosas. Lo es el puñado de amigos que en cada etapa de mi vida han estado compartiéndola conmigo y yo he tenido la fortuna de acompañar. Unos entraron y se quedaron por más tiempo, mientras otros se fueron o me fui yo. Especialmente es un privilegio hacerlo con ciertos camaradas nobles, que entienden la vida, el tiempo que nos toca caminar juntos. Compartir barricada, conversaciones, reflexiones, dignidades.

La música tiene mucho más sentido si es compartida por un momento, un lugar, una persona, un afecto, con un beso y mil sonrisas. Hay canciones que uno no puede escuchar sin trasladarse a ese momento, a esa persona. Ahí también se encuentra un poquito de mi patria. Sentir la acción de esa música que te mueve por dentro, en lo más hondo. Que cae por tu cabeza como el agua caliente de la ducha en invierno. Que te cubre y rodea por completo el cuerpo y te hace vibrar y viajar. También en ocasiones me pasa con los olores.

Y por supuesto, los lugares. No estoy hablando de ningún país. Ni siquiera de una ciudad. Como mucho podría hablar de un pueblo. Mi pueblo y esa naturaleza que lo rodea. Algunas calles, esos pinos y montañas… Al fin y al cabo, de ahí soy y ahí me siento en casa como en ningún otro sitio. En pocos lugares descanso y duermo tan bien. Y muchos rincones… aquellos donde, por la compañía conmigo mismo a veces, o con otra persona, el tiempo se para. Dan perspectiva y eso te ayudan a comprometerte con la vida. Con lo central de la vida: lo que Pepe define como “La rueda humana”: Las relaciones afectivas, el amor, la amistad, las relaciones familiares y lo que da calidad a lo anterior: la relación con uno mismo. Conocerse a uno mismo y buscar tiempo para hacer y descubrir cosas que te hacen feliz. No hay que saberlo solamente, hay que sentirlo. Es por eso que aquellos rincones, son patria profunda también, por lo que para mí representan. Son cicatrices de vida ubicadas en diferentes lugares. Obvio, lo son los viajes. Especialmente los que uno emprende en sabia soledad, de los que nunca vuelve la misma persona. Todo aprendizaje vital es patria.

Obvio. Son los besos que nos dimos y las noches que dormimos. También las que no dormimos. Las que descansamos y las que no, porque el descanso está en la armonía, no en las horas de sueño. Cuando nuestra cama era Berlín y nosotros dos soviéticos. Lo que nos dijimos y lo que nos dijo el silencio y los abrazos de nuestras miradas. Los momentos que el idioma no tiene que ver con las palabras porque, además, a veces no es suficiente. También el paso del tiempo. Unas manos recorriendo una espalda. Una boca recorriendo un cuerpo. Arder, vivir y disfrutar. Una sonrisa, luego una risa, y otra… hasta el dolor de tripa. Y llorar…, de alegría y de tristeza. Descubrirse en el otro mientras nos descubrimos a nosotros, igual que un niño juega, sin saber que juega. Ese calor con el que a veces olvidas que fuera hace frío. Saberse de alguna patria personal, ayuda contra el frío de la vida.

La patria por construir es la vida que voy pisando al caminar. Los caminos que me quedan por recorrer. Lo vital que voy haciendo al vivir. Lo que aprendo al tropezar. Y cuando echo de menos mi patria, tiene que ver con el recuerdo de la mirada cómplice y las manos arrugadas y moteadas de mi abuela o de aquel abrazo con mi padre aquella mañana de invierno. También con el sentimiento de aventura continua de la niñez y del descubrir donde el miedo no cabía en el plan. De la seguridad y el calor familiar que no solo llevo dentro, sino que forma parte de mí. Tiene que ver con los silencios, con las miradas en una cama desnuda y la complicidad de dos cuerpos en armonía ávidos de la otra piel.

Creo que mi patria, no tiene bandera. No me importa demasiado. La mayoría de las veces sirven para separar personas y dividir. Por la estúpida razón, tan relegada a la suerte y al azar, de haber nacido en uno u otro lugar. Personas iguales que sienten igual, se emociona igual, y en definitiva son lo mismo. Pensar distinto esto último, me parece bastante peligroso. Puedo portar alguna bandera, pero jamás sería tan estúpido de matar por ella o de sentirme superior. Ninguna patria de banderas es tan importante como para ni siquiera discutir. Las personas de noble corazón y solidarias de verdad no miran banderas o nacionalidades: miran personas, porque saben que lo otro no es más que un invento, una mala fábula en el mejor de los casos. Me temo que hay demasiados personajes aprovechando ese sentimiento y sacándole rentabilidad desde bien antiguo. La mía no está fabricada en tela, está hecha más bien de sentimiento, de recuerdos, de piel y de miradas. De infancia. Por eso, si hay que construir patrias o banderas, se me ocurre hacerlo con mis mejores materiales, que nada tienen que ver con un trapo de colores. Porque las banderas sean de donde sean y representen a lo que representen, son todas “made in china”.

 
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Publicado por en 19 febrero, 2018 en Amor, Vivencias

 

Por Amor al Arte

Este fin de semana estuve en Sevilla de nuevo. Cuantas más veces estoy por la ciudad más me doy cuenta de lo que me gusta caminar y sentirla a cualquier hora del día. A parte del disfrute visual, de caminar, de beber y comer mucho y bien y visitar a la gente que tengo allí, es un lugar donde estoy a gusto y mi cuerpo me lo dice. Se me ocurren ideas e historias que escribir cuando la visito. Cuando en mi cabeza nace esa gana por escribir significa que ese lugar tiene algo especial para mí. No sé exactamente que será, pero algo hay por allí, que Sevilla me mueve por dentro y me toca. Por eso quizá es mi ciudad favorita en España.

El sábado a primera hora de la mañana estuve en el Alcázar. Se agradece que fuera bien temprano para poder disfrutar esa fortaleza sin que esté lleno de guiris o japoneses haciendo fotos y uno, por no molestar, tenga que moverse haciendo tetris. El lugar es maravilloso y en ciertas estancias por su arquitectura mudéjar me recordó otro lugar igual o más impresionante: La Alhambra, especialmente cuando pasamos al patio de las doncellas.

Me acorde de la última de las tres veces que he visitado la Alhambra. Por las prisas tuve que comprar la entrada a última hora. Al comprar los tickets no puede hacerlo por la página web ya que estaban agotadas. Buscando por internet, encontré una web donde eran algo más caras y con visita guiada en grupo. La verdad que en un principio no era lo que más me apetecía ya que conocía el lugar, pero era la única alternativa que tenía.

Después de esperar un rato en la puerta nos repartieron los audífonos y dividieron los grupos para seguirlo en castellano e inglés. Para cada grupo se nos asignó un guía que se ponía un pequeño micrófono que como buenos corderitos debíamos seguir y escuchar. Por un lado, la idea no es mala, siempre viene bien que alguien que conozca aquello, y más en un lugar así, te explique el significado y te ubique temporalmente durante la visita, pero es cierto que, por otro, soy, a menudo, poco amigo de formar parte de rebaños.

No recuerdo su nombre, ya ha pasado un tiempo. Rondaría los cuarenta largos y aun podía adivinarse que había sido una mujer muy atractiva en su juventud. De figura delgada, con mirada amable, aún conservaba su belleza, sobre todo en su forma de andar y hablar. También en su cara. Hay ciertos tipos de actitudes en el corazón que hacen que un hombre o una mujer envejezcan con belleza. Al final, la cara es el puro espejo del alma. Pero todo esto y mucho más que podría decir sobre las tres horas que pudimos compartir, es ridículo comparado con los conocimientos que tenía de La Alhambra.

Desde que empezamos la visita hasta que terminamos descubrimos un montón de información gracias a ella. Pero lo mejor no era eso, tampoco. La manera y la emoción con las que entraba en cada palacio, jardín o estancia y contaba historias sobre aquel complejo enfrentado al Albaicín y al Sacromonte era increíble. Lo hacía además con una voz dulce y con ese acento embelesador granadino que era un placer para los oídos. Se movía ligera saludando por su nombre a todo el mundo, que estaban encantados de verla.

Nos explicó, entre otras muchas cosas, como, realmente la Alhambra habla a los que la recorren si saben interpretarla. Lo hacía con un tono amable y bromeando a cada rato, parecía divertirse ella sola y estaba encantada de estar allí. Los que intentábamos ir cerca de ella, cuando hubo ocasión le cosimos a preguntas, sobre todo curiosidades. Siempre sabia explicar perfecto cualquier duda y también contar una anécdota al respecto. Quizá es la mejor guía que haya tenido. Hubo un momento que alguien le preguntó, si no la cansaba hacer el mismo recorrido cada día. En ese momento, ella esbozó una pequeña sonrisa, entre picara y tierna, como si le agradara contestar a eso. Después, sin alterarse lo más mínimo en la forma y en el tono, le contesto con otra pregunta. ¿Como me voy a cansar de estar aquí? Esto es un privilegio, poder caminar cada día entre estas paredes y entre estos palacios… Estoy enamorada de Granada y aún más de la Alhambra. Y realmente, lo que decía era totalmente cierto. Estaba orgullosa. Feliz, como muchacha enamorada que no camina sino levita por cada rincón cantando de felicidad y sonriéndole a cada esquina.

Justo ahí, uno se queda pensando mientras se le dibuja una sonrisa en la boca. Primero, reconozco que tuve envidia de ella. Después me di cuenta que tuve envidia del trabajo que tenía. Pero finalmente me di cuenta de que el secreto del éxito, en general, es estar enamorado de lo que uno hace, aunque lo haga cada uno de los días de su vida. Aunque hay que reconocer, que recorrer aquel lugar y morar en Granada, ayuda mucho a vivir enamorado.

 
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Publicado por en 22 enero, 2018 en Amor, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

Colombia, el peligro es no querer marcharse

Aunque mi vuelo era directo a Bogotá los amigos de Iberia me hicieron cambiar de avión por overbooking. Al menos no me quedé en tierra, que era la último que quería ese sábado. Tras hacer una larga escala en Lima, llegue a mi destino ya pasada la medianoche, y con mi mochila aún en Madrid por si lo de llegar 8 horas después no fuera suficiente. Iberia siempre se supera. Suerte que a la noche siguiente llegó mi equipaje a Colombia. No me gustaba la idea de llegar tan tarde a Bogotá, pero no había más opciones. Después de hacer el papeleo de la maleta perdida cogí un taxi y fui directo al hostel.

La primera mañana en la ciudad hice un tour y recorrimos el barrio de la Candelaria. Es el centro histórico de Bogotá, donde está el Museo del Oro, el Museo de Botero, varias catedrales, edificios gubernamentales, Monserrate etc. La zona es muy bonita sobre todo si te gusta el estilo colonial con aspecto desgastado. Con precaución uno puede andar solo en la Candelaria por el día, incluso por la noche, siempre y cuando no de papaya y mire bien porque calles se mete. En el tour con la gente de Beyond Colombia pudimos recorrer no solo las calles, sino la historia del país. Los chicos del tour tenían muchísimo conocimiento y nos ayudaron con todas nuestras preguntas. La de Colombia es una historia de una violencia fundacional increíble, sobre todo en los años 80 y principios de los 90. Por suerte hoy en día ya no es así. En la plaza de Bolívar terminamos el tour, junto al famoso Palacio de Justicia y demás edificios públicos e iglesias. El mismo que Pablo Escobar mandó quemar con ayuda del M-19, donde fueron asesinados varios magistrados en 1985. Realmente la historia del país es… sencillamente salvaje. Bien verraca, como dicen allí. Ni siquiera los historiadores y la gente autóctona saben algunas cuestiones a ciencia cierta a día de hoy. Por la tarde fui a comprar algo de ropa, ya que no tenía mi mochila y antes de anochecer me subí a Monserrate para ver la puesta del sol. Es un lugar espectacular para ver la ciudad desde bien arriba. A la noche unas cervezas en la plazoleta Chorro de Quevedo escuchando a algún tertuliano callejero entre el olor a marihuana y a dormir al Hostel… era guapo y cutre, que es como debe ser un buen hostel, aparte de acogedor. Quizá tenía más días de visita, pero para mí era suficiente, me iba con buena impresión de la capital. Es una ciudad desordenada y caótica y su clima es bastante más fresquito que el resto del país debido a su altitud, pero merece la pena ser visitada al menos un par de días.

El siguiente destino era San Andrés y Providencia. Dos pequeñas islas enfrentadas a Nicaragua, pero que pertenecen a Colombia. Hablan en criollo, aparte del castellano y se sienten un poco menos colombianos. A nivel de playas para hacer snorkel y paisajísticamente es brutal, especialmente Providencia. Es muy tranquila y la zona interior de la isla tiene una montaña y es muy selvática. Días de relajación con gente acogedora. Una moto es perfecta para recorrer las Islas. Con decir que sabes manejar, no te piden ni el carnet. Conocí a un par de parejas españolas y una de las chicas era colombiana. Nos cruzamos varias veces en la isla, ya que no era muy grande…

Una de las noches estuvimos bebiendo birra y hablando sobre el país… fue interesante y divertido. La chica colombiana estuvo contando un montón de cosas de allí. Tras no sé cuántas cervezas y varias horas (para que mirar el reloj), llegábamos a la conclusión de lo mal repartida que esta la riqueza. La verdad que no solo en Colombia, sino en toda América Latina y eso es una pena. Duele que un continente tan rico, con una gente de tan buena fe esté tan mal repartido. Sobre todo, porque la desigualdad genera una violencia que degrada los países. En San Andrés estuve menos tiempo. Es algo más grande que la otra isla e igual de cara, pero esta hasta arriba de gente, demasiado turística. Para salir de fiesta por la noche tiene movimiento.

La próxima parada, y por poco tiempo fue Medellín: territorio paisa. Visite la zona centro muy por encima ya que se hizo de noche rápido. Al anochecer fui el pueblito paisa: un sitio chulo y con buenas vistas. La ciudad es más moderna y funciona mejor que la capital. Es bonita, todo lo bonita que puede ser una ciudad. Rodeada de montaña verde, uno tiene muchísimas cosas que hacer. Mucha gente de allí dice que debería ser la capital. Tuve la suerte de conocer a una chica colombiana en el vuelo y quedé en la noche con ella y unas amigas. Me llevaron a una zona donde va la gente local a cenar y a tomar, al barrio San Juan. Era un barrio tranquilo y aunque me toco esperarlas un rato en la calle, mereció la pena. Comimos bien: mucha calidad y muy barato y después tomamos unas micheladas, que no es más que cerveza con jugo de limón recién exprimido y el vaso rodeado de sal. Estábamos en una terraza y a media noche empezaron a tirar petardos y fuegos artificiales como si no hubiera un mañana. Era la alborada, porque entraba el 1 de diciembre y estaban celebrando el inicio de la Navidad. Es curioso la historia de esta tradición. Por lo que he podido investigar y lo que me contó la gente de allí, viene porque en esta fecha los narcotraficantes y paramilitares repartían pólvora entre la gente para quemarla y disparaban al aire para celebrar el aniversario de la muerte de Pablo Escobar, que fue un 2 de diciembre. Después la gente se quedó con eso, y ahora es una tradición para dar la entrada de la Navidad. En toda Colombia, pero aún más en Medellín todo tiene conexiones con el narcotráfico. No se puede entender Medellín ni la misma Colombia, sin su “Robin Hood” paisa y el tráfico de cocaína.

Estando en Medellín, es buena idea acercarse a ver la zona de Guatapé y subir a la Piedra del Peñón. Te toma algo más de medio día, pero merece la pena. Los pueblos son muy bonitos y las vistas desde el peñón son espectaculares, parecen de película. Lo mejor que tiene Sudamérica, sin duda, a parte de la naturaleza brutal, son los pueblos y las zonas más rurales. La gente te acoge y caminas a cualquier hora por casi cualquier lugar tranquilo, sin miedo a que te roben o vayas a tener un rato desagradable. A la tarde ya de vuelta en Medellín, unas cervezas por la zona del poblado, donde me alojaba, eran lo justo para despedir la ciudad. Es un sitio super seguro también por la noche. Mucha marcha y demasiado extranjero. Salí con las amigas holandesas del hostel y nos lo pasamos muy bien. A medía noche taxi y para el aeropuerto. De madrugada salía mi avión a Bucaramanga.

Me contaron que Bucaramanga es una de las ciudades más seguras, bonitas y tranquilas del allí, pero no tenía ganas de comprobarlo. Donde estén los pueblos y las cosas pequeñas, que se quiten las megalópolis y las grandes masas. En las cosas pequeñas está lo más hermoso de la vida. Recién aterrice, taxi y para San Gil, la capital del deporte extremo en Colombia. Eran como tres horas y a mitad de camino, el taxista, que un minuto antes casi pilla un cordero, me sugirió parar para comernos uno, pero ya matado y cocinado. Paramos en una especie de bar de carretera que conocía. La verdad que nos pusimos finos y bastante barato. No tienen una gastronomía espectacular, sobre todo teniendo en cuenta que vengo de España, pero se come bien y bastante económico en general. Llegue a mi destino y rápido estaba dando vueltas y callejeando por el pueblecillo. Durante mi estancia de varios días allí hice un poco de todo: visité los pueblos de alrededor; increíble Barichara o las cascadas de Curití, conocí mucha gente, estuve bañándome en diferentes pozas donde hice amigos locales. El kayak en aguas bravas o cualquier otra actividad parecida es interesante.

El rollo de estos pueblecitos y zonas rurales me encanta por mil razones. Me quedaría allí a vivir sin mayor problema. Principalmente por la tranquilidad de la gente, del entorno y del ambiente y la vida que tienen. También por la sintonía con la naturaleza ¡Y por la cantidad y lo buena que esta la fruta! En San Gil tienen cada mañana un mercado enorme donde encuentras de todo, especialmente fruta. Tienen algunos puestos que por pocos pesos te preparan cada jugo y cada ensalada de frutas con cereales… Increíble. Los mejores desayunos del viaje, sin duda. Moverse entre los pueblos es sencillo y barato con las líneas de autobuses y si quieres adentrarte en zonas menos accesibles tienes agencias de aventura etc.

En cuanto a la vida nocturna, bastante entretenida. Una de las noches, que volvía de cenar hacia el hostel, me entretuve comprando una pulsera a un chico que las vendía en la calle. Resulta que me contó su historia; viajaba haciendo pulseras por Sudamérica. Al poco rato, estaba en la plaza del pueblo con una veintena de colegas suyos, unos vendían, otros tocaban algún instrumento y otros solamente viajaban. Fue curioso hablar con varios de ellos. Cada uno una historia y una vida distinta. Que vidas tiene la gente, ¡Cuantas opciones de vida hay! Conocí también a una niña gaditana que estaba con ellos. Estaba de visita hasta Navidades y lo pasamos genial. Intentamos arreglar el mundo, pero como es imposible, nos lo dejamos para otro día. Me emborraché con ellos y perdí la hora de vuelta a casa. Lo bueno de estar viajando es que esa hora no existe. Esa sensación de libertad y aventura de hacer en cada momento lo que la intuición te pide es muy grande. Con mucha pena y alguna contusión causada por el kayak, mi próximo destino era esa ciudad que al entrar al centro o al verla sobre el mapa, me recordó a Cádiz.

Uno puede pasearse virtualmente por épocas anteriores en esta ciudad muy fácilmente, algo que a mí me encanta hacer, sobre todo si has leído algo de historia del sitio. Es emocionante pasearse por aquel tiempo donde el imperio éramos nosotros y donde no se ponía el sol. Aquella ciudad fue uno de los puertos más importantes de comercio. Gran parte de la riqueza que entraba a España a Cádiz o Sevilla desde las américas, lo hacía desde aquí. Cartagena de Indias fue y es a día de hoy un punto estratégico que, aun con su excesivo turismo, merece ser la pena ser visitada. Ver el centro histórico rodeado por la muralla, cada callejón, su estética colonial tan colorida, las catedrales… todo. Yo no soy muy fan de las grandes ciudades, pero hay que reconocer que el centro histórico de Cartagena es tema aparte. También es tema aparte la humedad por toda la costa caribeña. Las playas cercanas son hermosas, especialmente en la península de Barú, pero deberían de cuidarlas mejor, en cuanto a limpieza y explotación turística. Tenía mis últimos días por la parte del caribe así que decidí subir hacia el norte. De paso por Barranquillas y llegar a Taganga, el pueblo de salida para el parque nacional Tayrona. El norte es un lugar más pobre, lleno de chabolas sobre todo en las afueras de los centros urbanos.

Santa Marta es la ciudad más antigua de Colombia, y para una mañana está bien. Desde la bahía se pueden visitar varias playas, el acuario y diferentes museos cogiendo una lancha. Pero lo mejor de aquella zona sin duda es el Parque Natural de Tayrona. Mi hostel estaba en Taganga y desde su pequeño puerto hacían salidas hacia el parque natural. El viaje es… curioso. Lo hice con más gente en una pequeña embarcación con un motorcillo de Yamaha y varias garrafas de gasolina que lo alimentaban. Todo muy rustico. La manejaba con mucha destreza nuestro capitán: Pirulo. A mitad de camino y en medio del mar, se quedaron un par de pescadores arpón en mano que venían con nosotros. Ningún viaje aquí se desaprovecha, y en barca tampoco. A la vuelta los recogimos con su botín. Las playas son espectaculares y si uno se encamina hacia adentro debe tener cuidado, la humedad hace que la sensación de cansancio te agote. Hay otras opciones de entrada al parque por tierra por diferentes caminos y carreteras y luego de recorrerlo a caballo etc. Mi tiempo llegaba a su fin y debía volver a Cartagena para coger el avión. Todo lo bueno se acaba, pero como dijo el gran escritor colombiano García Márquez: «No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió».

Con muchas cosas en el tintero, nuevas experiencias en la mochila y un poco de tristeza me metí en el avión. Colombia merece la pena verla por mucho más tiempo y yo me sentí muy bien allí, como siempre que voy a Sudamérica. No sé qué tiene, pero algo es. Muchos momentos estando allí son indescriptibles, increíblemente buenos y con una sensación de libertad y aventura brutal. Y claro, si hay aventura y batalla uno se siente muy joven. En tan solo dos semanas creo que hice un recorrido bastante completo, entre comillas, por el país. Se nota mucho la agilidad de viajar solo y conocí mucha gente de todo tipo otra vez. Tuve tiempo de leer, escribir y reflexionar mucho. La lectura, a parte de la guía del país, fue “El miedo a la libertad” de Erich Fromm, muy adecuado para un viaje en solitario y ser aún más consciente en la observación y la reflexión del entorno y de mi. A veces estaba leyendo y pensaba… ¡Joder lo han escrito para que yo lo lea en este momento! Ha sido un viaje realmente enriquecedor en lo personal, buscar la soledad en armonía es algo muy grande. Ayuda a crecer y madurar. Y todo eso a relativizar problemas, ya que si uno está a gusto consigo mismo, todo lo que ocurra en el viaje o en la vida, con un poco de flexibilidad mental, es bienvenido y tratado como reto u oportunidad.

 
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Publicado por en 10 enero, 2018 en Narrativo, Reseñas, Viaje, Vivencias

 

La lengua de las mariposas

Hace un par de días vi un video que empezaba con un pequeño fragmento de “La lengua de las mariposas”. Es una película que todo el mundo debe ver, especialmente si piensa dedicarse a la educación o está interesado en el asunto. La vi el año pasado para hacer un trabajo para Historia Social de la Educación. Lo cierto es que me encantó la película de José Luis Cuerda, que a su vez está basada en un libro de relatos de Manuel Rivas titulado “¿Qué me quieres, amor?”.

Cuenta la historia de un profesor, que por encima de todo ama su trabajo y a sus chicos y de la familia de uno de ellos. Don Gregorio es ese maestro bueno, que todos conocemos y hemos tenido alguna vez. Una persona amable, atento y muy entrañable que tiene una gran dedicación a sus alumnos y a la escuela con un gran compromiso con la comunidad educativa del pueblo. Es la imagen de la vocación que intenta inculcar el amor a la naturaleza, los libros y la poesía. Es un hombre liberal y republicano que cree realmente que el arma para llegar a la libertad es la enseñanza, la cultura y la educación de sus alumnos.

El relato está ambientado en 1936, cuando la república democrática está a punto de terminar debido al alzamiento. La película avanza y la relación entre alumno y maestro se estrecha y traspasa la escuela. En uno de estos momentos donde el maestro le dice: “Los libros son como un hogar, en los libros podemos refugiar nuestros sueños, para que no se mueran de frío.” Como agradecimiento del padre, que es sastre, le hace un traje a Don Gregorio, y en esa misma escena, entre alfileres le confiesa a su mujer: “Los maestros no ganan lo que tendrían que ganar, ellos son las luces de la república”. Y es que, si algo tuvo realmente bueno durante esta etapa, fue esa apuesta por la educación pública.

Todo tiene un final y a Don Gregorio le llega el momento de la jubilación. El alcalde del pueblo le hace una fiesta de despedida en su honor. La gente del pueblo se congrega para homenajearlo y agradecerle. Este es uno de los momentos más bonitos de la película. El maestro lee una cita y añade unas palabras: “Si le cortan las alas, ira a nado. Si le cortan las patas se impulsará con el pico… ese viaje, es su razón de ser. En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro…Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. Nadie les podrá robar ese tesoro.” Después de este discurso la ovación es general.

Poco a poco nos acercamos al final, que se precipita rápidamente. En la Coruña se levantan los militares. En ese momento, la familia del pequeño empieza a tirar todo tipo de carnets u objetos que guarden cualquier relación con la república o con cualquier tipo de ideología progresista y democrática. La madre coge a Moncho y le advierte sobre que él no debía decir nada sobre el traje que su padre le había hecho al maestro.

Al día siguiente llegan las tropas y ocupan el ayuntamiento. La escena final muestra cómo van sacando a los republicanos, delante de todo el pueblo y se los llevan en una camioneta para fusilarlos. La escena final es realmente demoledora. Van saliendo y sus vecinos les insultan, para intentar demostrar que ellos están con el golpe militar y que no son republicanos. Pero cuando sale Don Gregorio por la puerta y se encamina a la camioneta ante el pasillo humano del pueblo, es realmente duro. Los padres que tanto lo admirar, terminaron insultándole para justificar su posición ante los golpistas he incitan al niño a hacer lo mismo, que finalmente accede.

Tristemente a mucha gente lo toco hacer esto, por pura supervivencia. Donde se juzgaba a la gente por sus ideas y no por cómo eran como personas y el posicionarte de un lado o de otro de la trinchera (ideológica), según la circunstancia, te salvaba la vida. El hecho de que se lleven a Don Gregorio a esa matanza, delante de todo el pueblo, ejemplifica el triunfo de la opresión y el final de la libertad. La derrota de lo racional. Sin entrar a valorar las matanzas que ambos bandos acometieron, en el frente y en la retaguardia, al enemigo de turno, ya que mucha gente, según en dónde les pilló de ese bando debían ser.

Esta historia, tan triste y gris, es historia de aquel intento de la república de utilizar la educación como arma del pueblo y no como arma política. Aquella Institución Libre de Enseñanza y la libertad de cátedra… pedagogos, investigadores, filósofos y literatos, entre ellos, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, María Montessori, León Tolstoi, H. G. Wells, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Azorín… Fue una vez más una ocasión perdida en nuestra historia. Otra más. Que por causas que no vienen a cuento, se fue a la mierda. Literalmente.

Pese a todo, es una película que transmite un mensaje muy positivo sobre la educación y la escuela y esa relación alumno−maestro. Alguien que estimula el amor por el aprendizaje y por apelar al espíritu crítico como guía y analgésico para la vida. Ese profesor de noble corazón, bien formado, leído, profesional y sin marcas ideológicas. Que, aunque tenga sus propias ideas, sea capaz de dejar a los chicos fuera de esas ideas. Que sepa convertir a sus alumnos en ciudadanos críticos y lucidos, que les de capacidad de debate y de análisis. Que los vaya llevando hacia terrenos intelectualmente intensos. En ese territorio estaremos más cerca que todo, especialmente el futuro, merezca la pena.

 
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Publicado por en 22 junio, 2017 en Amor, Vivencias

 

Aquellos lugares

Todo el mundo tiene ese o esos lugares. Lugares que son solo tuyos, o vuestros. Solo entre comillas claro. Algunos se pueden visitar con cierta frecuencia, otros están un poco más lejos… Sentarte y mirar el horizonte en ese sitio donde parece que todo es más fácil de pensar y repensar. Para mi normalmente están relacionados con vistas que te elevan y te dejan ver la ciudad, o mejor, el campo desde un ángulo privilegiado. Como mirar un problema con perspectiva, que te permite tomar distancia. A veces puedes estar durante horas, en silencio, disfrutando de donde estas. Solamente contigo mismo o con otras personas.

El agua corriendo del río con una montaña al fondo, una noche de playa con la luna arriba, sentado en las dunas de un desierto viendo el sol que llega o que se va, mirar la inmensidad de la ciudad o del mar… Te sientas y miras, no hace falta nada más. Se termina el ruido y todo se vuelve silencio en tu cabeza. Un silencio que cae en forma de losa sobre tu cabeza, que va enervando relajación por todo tu cuerpo. Es paz mental y física.

Hay lugares donde se ven unas escenas buenísimas como en las estaciones de trenes y sobre todo en los aeropuertos. Muchas veces cuando estoy en uno, me detengo un rato a observar a la gente. Despedidas para un fin de semana, para un mes y para un hasta la próxima, que no se sabe cuándo será. Reencuentros de todo tipo, tan emocionantes y curiosos como el de un perro esperando a su dueño. Besos. Muchos besos y abrazos. Unas veces de observador y otras veces vividos en primera persona. Realmente un aeropuerto no es solo donde parten y llegan aviones. Es la puerta que te permite cambiar de mundo en unas pocas horas. Cada aeropuerto es un pequeño micro mundo donde miles de vidas se entremezclan. Es ese lugar que te lleva a casi todos los demás lugares.

Muchas veces me pregunto, porque ante esos lugares nos entra esa paz. Hay algunos que es como si estuvieran fabricados para nosotros. Nunca he sabido exactamente porque es. Donde ya no es lo que ves, sino quien eres tú en ese lugar. Cómo te sientes, con que ojos miras la vida, con qué cuerpo sientes la vida. No tienen, al menos para mi, nada que ver con lujos, ni sitios espectacularmente grandes o rimbombantes. Es donde me sentí y me siento muy vivo, libre, tan… bien. Es donde observar la belleza con suma facilidad. La belleza de la vida.

A medida que voy viajando, descubro algunos rincones que esconde una magia especial para mi. Por lo que allí sucedió y cómo yo lo viví. Y me pasa algo con estos sitios… y es que aún no se si volveré. No por la lejanía, claro, ni tampoco por que no pueda. Es simplemente porque la manera que me abrazo allí la vida, o mejor, como yo lo sentí, fue tan grande que a veces pienso que si vuelvo y no es igual se me estropeará aquel sitio que tanto salvaguardo en mi memoria y en mi corazón. Pero supongo que finalmente me podrá la curiosidad de comprobarlo y acabaré estropeándolos… o no, y como dice Sabina, volveré a aquellos viejos sitios en lo que con tanta energía amé la vida.

 
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Publicado por en 14 mayo, 2017 en Amor, Vivencias

 

En Avila… cómo en casa

Este lunes estuve en Ávila. Tuvimos la suerte de un día de sol para visitar la ciudad mi madre y yo. Es un sitio especial para mí, no solo porque estudié un año allí sino porque me retrotrae a mi infancia bastante. Es además es una ciudad muy agradable para la vista, con sus murallas, iglesias, conventos y catedral, que transmite tranquilidad. Creo que es un privilegio pasear por sus calles. El asunto es que íbamos a comprar algo para mi cumpleaños que fue a principios de mes, pero realmente no tenía muy claro que quería.

Andamos pues, desde el parque del recreo por la avenida de Portugal y rodeando la muralla entramos por la puerta de Alcázar. Continuamos por dentro hasta el Mercado Chico y volvimos dirección a la Catedral. Al dejar el edificio para salir de la fortaleza, hacia la Plaza de Santa Teresa, lo hicimos dejándola de costado por una de mis callejuelas favoritas. Perfecta para emboscadas o retos de honor a capa y espada en su día. Lugar estratégico donde aprovechar la cercanía de la catedral para acogerse a sagrado. Justo ahí se encuentra un bar con un patio interior perfecto para comer o tomar un vino, sobre todo en las noches de verano. Calle Cruz Vieja, para más seña.

En todo este recorrido, vimos tiendas pero nada me llamaba la atención especialmente. Así que continuamos andando por la pequeña calle de San Millán, que desemboca en una de las puertas del que fue mi colegio por un año: El Diocesano. Época donde mi ateísmo se consolidó. Justo en esa calle nos escapábamos a comprar las gominolas y demás, que comíamos de crío.

Se sucedieron más recuerdos en mi cabeza. Recordé cuando íbamos con mis padres, sobretodo a principio de cada curso, a comprarnos la ropa de deporte para ese año. Chándal, zapatillas… lo que nos hiciera falta. A unos metros de la puerta del dioce, en Deportes Sánchez. Recuerdo perfectamente los dependientes y la tienda. Entonces me di cuenta que necesitaba unas zapatillas para correr y al decírselo a mi madre, decidimos caminar unos metras hasta la allí.

Me alegraba la idea ya que hacía mucho tiempo que no íbamos. Continuamos y al doblar la esquina, sorprendido, vi la enorme cristalera de la tienda pero esta vez llena de muebles. Que rabia… le dije a mi madre que no sabía que habían cerrado. Ella me dijo que no, que solamente habían cambiado de local y estaba unos pocos metros más arriba en la acera de enfrente. Efectivamente era así. Era un poco más pequeña, pero ahí estaba.

Desde fuera observé que uno de los dependientes, el más joven, seguía allí trabajando. Atento a la puerta y a la gente que entraba para atenderla, con una mirada atenta y amable. Al pasar dentro me sonrió y le hable a cerca de mi regalo. Me aconsejó sobre las zapatillas, igual que lo hacía hace años con mis padres. La verdad que da gusto cuando te atienden y te aconsejan bien. Una vez elegidas, mientras las envolvía y me comentaba que me podía hacer un descuento, me dijo que nos conocía y se acordaba de nosotros. La verdad que me hizo mucha ilusión. Para mi es fácil recordarle, pero el habría tenido muchísimos clientes en tantos años… Cómo diría Manquiña… profesional, muy profesional.

Continuamos hablando de temas más banales y finalmente nos despedimos con un apretón de manos y una sonrisa. Al alejarnos de la tienda me daba cuenta de lo que realmente se pierde con los tristes y enormes centros comerciales. Que te conozcan y reconozcan, que te aconsejen o el hecho de conocer la persona de la tienda es mucho más cercano y mejor. Tiene su puntito el tener una conversación agradable con un conocido mientras compras. Además la pasta se la queda él y sus socios, cosa que me alegra. No van a una multinacional que mal paga a sus empleados, que encima les obliga a sonreír aunque tengan dos mil clientes al día los cuales además no han visto y seguramente no vuelvan a ver. Así que con esa buena sensación nos cogimos el coche para volver al pueblo. No sin antes parar a tomar un pincho en Rivilla, como mandan las buenas costumbres.

 
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Publicado por en 23 marzo, 2017 en Reseñas, Vivencias

 

¿Nos gusta la basura?

A juzgar por lo que se ve, puede parecer lógico pensar, que nos gusta la basura. Ejemplo son los vídeos chabacanos de internet o las fotos poco agradables que circulan por todas las redes, la comida rápida, las relaciones sociales a través de una pantalla, la tele basura… Incluso la aceptación del trabajo basura. Buena parte de lo peor lo representan los shows de televisión, por llamarlo de alguna manera. El contenido es el nulo contenido en los cerebros de los participantes. Sirva también de ejemplo los vídeos como “Caranchoa”.

No veo la tele a menudo, y estos programas no los veo nunca, pero hace unos días, encendí la tele y ahí estaba. Normalmente me precipito sobre el mando para cambiar de canal. Pero esta vez no, me senté a verlo durante cinco minutos. Para poder saber exactamente de qué hablo.

Después de estar un rato las ganas de vomitar me llegaron y apage la tele de nuevo. No digo que hubiera mayor o menor contenido, directamente no había contenido. Era una sinrazón de argumentos, donde unos a otros se faltan al respeto sin educación. Además parece que, cuanta menos educación, mejor. Claro, la estética, como dice aquella canción, “silicona y abdominales”, más marcada imposible. No entiendo cómo alguien puede sentarse a ver esto. No lo pillo. Pero sucede. Ahí están las audiencias.

Pasa lo mismo con la comida rápida, con la retórica facilona, con la música machista y sin calidad musical o con las relaciones artificiales. Ya sean porque tienen su existencia a través de aparatos electrónicos o porque se establecen por finalidades de interés, dinero o cualquier otro móvil.

Afirmaciones como “la ópera es insoportable”, “no entiendo para qué leer” o “que coñazo el teatro”.  Realmente, si no te enseñan a escuchar ópera, seguramente la escuches y te parezca una basura y prefieres escuchar Reggaetón. En los años 60, los obreros al salir de la Fábrica de la Fiat acudían a las plazas para escuchar ópera. Verdi era popular. En nuestro siglo de oro español, cuando la gente veía a Calderón o Lope les faltaba tiempo para cuadrarse. Eran conocidos y reconocidos socialmente.

Realmente me niego a pensar que nos guste la basura. Aunque lo consumamos, porque una televisión basura pertenece, a una sociedad basura, a unos políticos basura etc… Pero me niego a pensar que nos guste verdaderamente. Más bien es un asunto de educación. De hacer pedagogía de las cosas con calidad y fondo.

Cuando se nos oferta solamente basura, o en una proporción muy grande, podemos caer en esa dinámica. Pensar que eso es lo que debemos consumir. Y peor, que es lo que nos gusta o nos debe gustar. A todos los niveles, cultural, social, alimentario… Y es mentira. La mala comida no te aporta los nutrientes necesario y te hace obeso, igual que la mala cultura te entorpece el entendimiento y por lo contrario te aleja de la emancipación. De una vida más sabia. No es que te deje equidistante, es que te aleja.

Se trata de no ir a lo fácil ni a lo inmediato. No basta sólo con entretenerse. Finalmente estas son las palabras; facilón y rápido.. De plantearse en qué gastar mis horas y como. Basado en un diálogo constante con nosotros mismos y nuestras afinidades. Intentar dar un porque mayor a lo que sea hace. Es decir, que trascienda del momento puntual.

Una distracción rápida y sencilla de hacer, la cual no tenemos que trabajar de alguna manera puede frenar esa idea o sensación inevitable de que tarde o temprano nos vamos a morir, pero no aporta un poso sólido que nos permita esa belleza vital. Ese sentido que trasciende a seguir la rueda social sin parar a mirarnos. En cambio, si lo hacen la literatura, el pensamiento, el aprendizaje de un instrumento músical, la conciencia de vida y la de solidaridad, disfrutar de la naturaleza y con ella, una conversación profunda con otros o con uno mismo…

“Vive como si fueras a morir mañana, pero estudia como si fueras a vivir eternamente”. Isidoro de Sevilla.

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Publicado por en 19 enero, 2017 en Abstracto, Amor, Vivencias

 

Cuba libre, Gracias

No es fácil escribir ni ordenar todo lo que me pasa por la cabeza de estas tres semanas espectaculares recorriendo la isla de Cuba. Creo que un buen comienzo sería diciendo gracias. Gracias por vuestros valores. Por ser, como ellos dicen (cosa que yo también pienso), nuestros hermanos. Porque realmente nos quieren. Ciertamente te sientes muy poco «Yuma» cuando estás por allí, te sientas a hablar con ellos, a comer, tomar una cerveza o dormir unas noches en su casa. No solo compartimos lengua, sino pasado y cultura. El castellano es nuestra patria común. Por supuesto no solo en Cuba, sino en toda Latinoamérica. Una patria común de quinientos millones de hispanohablantes.

Cada ciudad y pueblo del país con sus museos, en especial la Habana, permite viajar en el tiempo desde el siglo XV hasta hoy. Entender que fue España y que mereció la pena, con lo bueno y lo malo que allí llevamos. También entender porque son y porque somos, los españoles, como somos. Desde la época colonial, hasta el día de hoy, pasando por supuesto por la revolución que pese a todo vertebra gran parte de la identidad del país. Como mola ver en persona la estación de radio rebelde utilizado por el Che en el museo de la revolución. Las cosas están cambiando despacio, pero el pasado no se puede cambiar, creo. No estoy convencido de esto último, porque allí leí “1984” de Orwell. Y si, es posible que Colón tuviera razón, cuando llegó por primera vez ese 28 de Octubre a la isla: «La tierra más hermosa que ojos humanos hubieran visto».

La Habana te deja, especialmente con sus antiguos coches americanos, trasladarte unos cuantos años atrás, algo más de medio siglo. Es la ciudad que lo tiene todo sin tener nada. Es pasear horas y horas por sus calles, sin más destino que perderse, tú y la ciudad, para que, en el momento menos pensado, te vuelvas a encontrar. Te vuelvas a encontrar contigo, con la habana y con una solidaria condición humana que conquista tu sonrisa. Cualquier cosa puede suceder, cualquier cosa puede existir, si estás listo para descubrirlo. Pocos lugares son tan contradictorios. Incluso… casi tan contradictorios como nosotros mismos. Un final del día mirando al Malecón desde la Fortaleza de San Marcos bebiendo Guarapo recién exprimido con un poco de ron es un regalo a los sentidos.

El lugar más alejado de mi casa donde me hospedado es Viñales. Unos 7.500 km. Quizá uno mis lugares favoritos de la isla. Un sitio con una naturaleza riquísima, rodeado de pozas y cuevas envueltas por los «mogotes» que rodean el valle. Perfecto para la bici y para hacer algo de escalada. Es curioso. Estando tan lejos, me he sentido tan bien como en mi casa, siendo parte de la familia. Eso es mejor que todo el valle entero. Solo se puede pagar con el mismo cariño y respeto hacia ellos. Gracias por acogerme, por cuidarme y hacer mi estancia allí aún mejor. El calor familiar es algo grande, no solo en Viñales.

También gracias por algo tan maravilloso que he podido hacer tantas veces. Hablar con la gente relajadamente, con espacio y tiempo, entre personas que quieren compartir, conocer y contarte. Esas conversaciones tan enriquecedoras con la gente local… Conversaciones que surgen en cualquier lugar y se demoran horas. Es un privilegio enorme haber podido compartir vida y opiniones con gente tan distinta en edades, pensamientos y modos de vida. Es aprender y entender de primera mano, sin que nadie te lo cuente. También con otros viajeros, sobre todo los que viajan de verdad, para vivirlo, no solo para verlo. Los que viajan para vivirse. Gracias por todas y cada una de esas conversaciones y momentos. Ya sean en español, en inglés (prometo mejorar), en italiano (prometo contestar una palabra en italiano) o en la lengua favorita de los guías turísticos cubanos: «Espanghis».

Por la calma de Bahía de Cochinos y sus playas transparentes llenas de corales y peces, perfectas para hacer kilómetros en bici en busca de otro rincón más para hacer snorkel hasta que el sol se vaya. Por la primera derrota americana allí. Por los zumos de fruta bomba. Por los reencuentros y los nuevos encuentros allí y que se irían sucediendo en los diferentes destinos. Por aumentar, una vez más, mi gama de grises, algo que ocurre cada vez que uno viaja, con los ojos despiertos, el cerebro abierto y unos libros entre las manos. Eso hace entender mejor la vida y el lugar del mundo en el que vive. Por las horas de lectura, ¡Que placer tener tiempo para leer y para escribir!. ¡Que placer tener tiempo para vivir!.

También porque recordarme que esperar colas (Banco, CADECA o hasta en los baños), puede llegar a ser algo terapéutico. Aunque al principio no lo sientas. Es recordar algo que todos sabemos pero olvidamos cada día: que la vida está aquí y ahora, sin prisas. Con el que tenemos al lado, ayudando y sirviéndote de su ayuda. Como dice un buen conocido; la vida está en los ojos del otro, en la piel del otro. Esa es la conexión real y auténtica. El tacto y su placer, como dicen los chikos del maíz. Sentir la vida transcurrir tranquilamente, no hace falta mucho más.

Relajarse en la incertidumbre. Suena bien. En Cuba todo es posible, pero nunca sabrás cuándo ni cómo será. Como ellos dicen, «no es fácil». En un país tan seguro como este, no existe la certeza tampoco. Aprender a vivir con ello es convivir con nuestra naturaleza. No es un lugar para ir con prisas y eso es de agradecer.

Por permitirme viajar por los lugares más oscuros de mí y también los más amables. Por no dejarme huir. Por dejarme descubrirme. Por enfrentarme a mí mismo y permitirme pensar mi mundo y mi vida. Hacerlo desde la perspectiva real y tranquila que me permita ser feliz. Repensar tu vida y replantearte todo. Una buena respuesta; ¿Porque no? Increíble.

Por elegir cada momento para mí y disfrutarlo como si no existiera otra cosa en el mundo en ese instante. Saborear la vida como algo finito, pero sin agobios. Por dejarme llevar por otros también, decidido antes por mí, para descubrir otros caminos. Así es cuando todo es posible, hasta enamorarte en cada momento de la vida sintiéndolo por tu cuerpo y tu cabeza. Por la necesidad de reinventarse en cada momento como hacen los autóctonos. Vivir es un reinventarse diario. Por levantarte y pensar en el día como una aventura que tú vas a crear y cabe todo. Por sentirlo tanto, tanto como el aire fresco acariciándote la piel en las noches trinitarias. Ahí cambia el mundo, porque tu estas cambiándolo para ti. Joder, como mola.

Por dejarme descubrir que cuando vives, sobre todo con intensidad, entiendes que no hay tantos héroes omnipotentes y que los mitos, solo están existen en la mitología. A relativizar y a sospechar lo estúpido que es endiosar o odiar nada por muy desconocido o valorado que sea. Es mejor el respeto y la comprensión.

Por el sentimiento de volver a la única y verdadera patria: la infancia. Hacer y sentir cosas que te transportan al pasado debería ser algo obligatorio en nuestras vidas. Por sentir que valgo lo que valgo por como soy, por quien soy, sin importar nada lo que tengo. Porque yo ya lo sabía, pero en Cuba es más fácil sentirlo.

Por la luna llena de Trinidad que conecta personas. Por su puesta de sol desde la playa, algo espectacularmente bonito. Por poder tocar en el proyecto de banda callejera con la vida más corta de Trinidad. Por bailar el «Baby Girl» dentro de una cueva llena de ron. Por la cerveza bucanero y por la cristal, los mojitos, los cubalibres y la canchánchara. Porque la comida sabe a comida y la fruta sabe a fruta. Por esa naturaleza virgen que haga que media isla sea patrimonio. Que nunca lleguen allí los ladrillazos por favor. Por las risas y las sonrisas. Por como transcurre la vida allí.

Por ser un único país del continente Americano con cero niños durmiendo en la calle y sin desnutrición infantil. Por la sanidad y la educación, impensable antes. Todo esto tras un bloqueo de mas de medio siglo. Con luces y sombras. Es dignidad.

Por ser así, y porque los cambios sean progresivos. Al ritmo cubano. Como mucha gente quiere allí. No perder la identidad es importante. Sin identidad no somos nada. Por ser el verano del invierno.

Por todo esto y mil cosas más Gracias. Nos volveremos a ver. Hasta la victoria, siempre.

valleviñales

 
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Publicado por en 29 noviembre, 2016 en Abstracto, Amor, Historia, Viaje, Vivencias

 

Un libro en la selva

Entro al metro tras salir de la oficina pensando que casi podría repetir de memoria los ruidos que escucho hasta coger el tren. Primero el que compra oro, luego el que vende carteras para el abono… Siempre los mismos soniquetes. Madrid en verano es para los que no nos queda más remedio. Los olores se multiplican, los trenes pasan cuando quieren. Es un enorme engrudo oscuro que por el día recoge el calor y por la noche lo suelta a modo de calefactor. Por si el sol no hubiera sido lo bastante percutor.

Pese a todo, es una ciudad espectacular. Como dicen, de Madrid al cielo, aunque no sé si todo el rato. Los museos con El Prado a la cabeza. Los jardines del retiro, el Madrid de los Austrias de la plaza de la Villa y Teatro y Palacio Real. La Latina y el rastro. El barrio de las letras, donde se forjó la lengua española. Allí vivió, en unas pocas manzanas, la mayor concentración de talento literario que hubo jamás, cuando Madrid fuera la capital del mundo. Lope, Calderón, Cervantes, Góngora y tantos otros. El Madrid del barrio de Malasaña. Incluso a veces es Madrid río también.

Es fácil adivinar que esta ciudad tiene mil caras, pasadas y presentes. Algunas también menos amables. De gente automatizada y robotizada corriendo en todas direcciones. El Madrid impersonal, que no siempre pero existe. Solo con tiempo para tener prisa. Es difícil a veces llevar un ritmo tranquilo, parece que la ciudad te lo impide. Y más aún disfrutar de las cosas si uno va corriendo. Poco ayudan las calles sucias patrocinadas por vecinos incívicos.

banco

Una dosis elevada me lleve el otro día sin tener gana de ello. No por nada en particular, sino por la suma que colma el vaso. La gente que empuja al entrar al vagón o los que no te dejan bajar porque se montan sin cederte el paso. Los que no te lo agradecen cuando tú lo haces. Los que hacen esa sinfonía, tan poco agradable, para acabar escupiendo en cualquier lugar como ya venían anunciando. Niños chillando y no tan niños con la música en el móvil para que lo escuche todo el tren. Y tú, mientras, intentando leer. Que ya no es por el ruido, sino por el veneno que le recorre a uno de todo lo anterior.

También máquinas estúpidas jugando y perdiendo el tiempo con máquinas inteligentes. No es difícil saber a quién se le otorga cada adjetivo. Consumidores de tiempo que no se reconocen entre iguales. Palabras como educación o civismo no se encuentran. Ratas y cloacas, mejor. Con toda esa serie de ideas rondando la cabeza, el nivel de mala leche, asco o vete a saber, subía. Ahora no era de Madrid al cielo, ahora era de Madrid a cien kilómetros. Por lo menos. Que ganas de salir corriendo de aquí y alejarme, pensaba. Y qué ganas de tirar de metralleta.

Pero al salir del metro observe algo que me cambió el gesto. Una chica joven sentada en un banco a la sombra de un árbol. Su aspecto físico y su planta, inmejorables. Brillaba incluso bajo aquella sombra. Especialmente por algo: estaba leyendo. Tenía un libro abierto entre sus manos. No fui capaz de leer la portada, por curiosidad. Tranquila, quizás esperando a alguien pero sin pinta de estar estresada por ello, disfrutando de su lectura y de estar ahí sentada. Y justo ahí, tú te quedas mirando con admiración, mientras te alejas y sientes como mitigan tus ganas de metralleta. Cómo te reconcilias con Madrid y con la vida. Que la belleza exterior puede aparejar también la interior. Confiando en que detrás del mundo de plástico, apariencias, prisas y consumo absurdo aún existe otra cosa. Pero sobre todo, pensando que si hay gente que lee, significa que hay esperanza.

 

 

 
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Publicado por en 5 septiembre, 2016 en Amor, Narrativo, Vivencias

 

Una enamorada y un amante bailan por Sevilla

Como cuenta Reverte al principio de La piel del tambor, nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla. Tiene razón. Caminando por la noche, observando la giralda iluminada tenía la sensación de estar en un cuento. Te invita a pasear y perderte por ella entre la calidez de su gente. Por cada una de sus calles. Ese blanco y dorado de sus edificios bajo los cuales incide un espléndido sol andaluz.

La Sevilla testigo del tiempo que no ha perdido la memoria. Su arquitectura da fe de ello en el casco antiguo más grande de España. El Guadalquivir, por donde vino todo, atestigua nuestros lazos con América Latina y el nuevo mundo. El puerto de Indias convirtió a la ciudad en el centro financiero y mercantil de la época.

Tiene algo. Sus callejones se descubren a cada momento y te transmiten vida y tranquilidad. Desde la calle Betis se muestra un retrato para recrearse.

Aunque siempre he considerado a Andalucía como un amante en el que  puedes escapar de  la mediocridad de Madrid, que te hace envolverte en su arte y su alegría, y enamorarte de sus calles y ciudades, en mi primera visita fugaz a Sevilla (y al contrario de lo que suele ocurrirle a quien pisa por primera vez la ciudad), ésta no me enamoró.

Nunca he sido muy afín a los señoríos y las galas, y recorrer la ciudad hispalense significa moverse entre mujeres de mantilla y peineta y  señoritos con pinta de toreros, trajeados y peinados, que se mezclan entre el aroma a incienso y las procesiones, que te hacen sentir que vives en una Semana Santa constante en cualquier época del año.

En aquella visita, por más que lo intenté no encontré la sintonía, no podía fluir tranquilamente en la vida sevillana; había cosas bonitas, si, pero no sentía la belleza. Asique después de haber pasado algunos días sorteando a  las vendedoras de romero de los alrededores de la catedral me fui. No me llevaba una parte de la ciudad conmigo, no sentía nada especial después de haber estado allí. No quería a Sevilla, pero a Sevilla le gusta que le quieran, asique me hizo volver para quedarme algún tiempo después. Así pude aprender a mirarle con otros ojos, porque a Sevilla no se le puede mirar de cualquier manera, a Sevilla hay que mirarla con pasión.

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Las dos veces que la he visitado, al llegar, la ciudad estaba plácidamente dormida, con un murmullo tranquilo. De noche. Sus edificios, reposando en un reflejo naranja de foto. Como es costumbre en mi vida, busco una primera vez para las cosas antes de que se haga demasiado tarde. Tocaba por fin descubrir Sevilla. Además, en algunas ocasiones es mejor si lo haces con una persona con experiencia para serpentear entre sus edificios.

Transitamos por el centro de la ciudad, con un sol generoso, que la iluminó para nosotros. Tan generoso que no nos abrasó. Alguna que otra iglesia, hasta llegar a la plaza de la catedral nos regalaron las primeras vistas amables. Tras subir a la Giralda para observar la ciudad desde un lugar privilegiado acabamos colándonos en el barrio, sin duda, más bonito. Porque callejear, ya que no se puede hacer otra cosa, por Santa Cruz, es un placer para los sentidos. Sobre todo para la vista y el olfato.

También lo es acabar en una de sus mesas con una jarra de vino manzanilla andaluz tan típico, para calmar nuestra sed y picar algo disfrutando del vaivén del aquel sitio. Tras pasarlo tan mal entre trago y trago, llegamos sin darnos cuenta a la tarde. Paseamos entre las sombras de los parques cercanos al Alcázar tratando de evitar un sol hercúleo y cruzando un par de calles llegamos a un sitio espectacular y único en su género. Mi guia trataba de sorprenderme y lo conseguía con bastante facilidad.

Uno nunca sabe lo que le va a deparar la vida, y como a quién no quiere caldo le dan dos tazas, el destino quiso que me tuviera que trasladar a Sevilla durante un tiempo indeterminado. Al principio, reacia a todo lo nuevo que me rodeaba, no conseguía la manera de adaptarme e integrarme en el entorno. Incapaz de entender el acento cuando algún conductor de autobús o camarero me hablaban, me movía constantemente desde Sevilla Este hasta el Centro, sin saber dónde pararme  y sentarme a disfrutar de cualquier sombra, tan codiciada en el calor abrasante de aquel Agosto.

Sin embargo, poco a poco, el día a día sevillano fue conquistándome, la alegría de la gente se me contagiaba, mis pies empezaron a acostumbrarse a las calles, mi cuerpo al calor, mis ojos a la Giralda y mi alma a Andalucía.

Y aunque con el tiempo fui adaptándome y viviendo en paz con la ciudad, aún recuerdo la primera vez que ésta consiguió dejarme realmente con la boca abierta.

Todavía puedo sentir la sensación de asombro y expectación por el paisaje que se iba apareciendo a mi alrededor a medida que iba cruzando las dos torres que dan entrada a uno de los lugares más impresionantes que he podido visitar.

Tuve que mirar dos veces porque no podía creer lo que mis ojos veían. Los colores, la arquitectura, el agua y el sol se combinaban a la perfección dejando un mosaico de formas que a día de hoy sigo sin poder describir con palabras. Sin embargo, desde el momento en el que pisé esa plaza, supe que había encontrado mi pequeño sitio en Sevilla, un lugar donde pasar las horas sin más que hacer que mirar de un lado a otro, y disfrutar de la belleza que Aníbal González construyó para nosotros.

A día de hoy, una de mis cosas favoritas cuando enseño a alguien la ciudad es ver su cara cuando les llevo aquí. Todavía no conozco a nadie que no se haya quedado alucinando al conocer la Plaza de España. Sigue siendo mi lugar favorito de Sevilla, y creo que lo será para siempre.

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Con permiso de la salmantina, la de Sevilla es espectacular. “És lo mejor que tenemos”, advertía una mujer de allí la noche anterior. Ya estábamos dentro para aseverar sus palabras.

Buscar tu tierra representada entre cada una de las provincias allí presentes, es una actividad constante en ese semicírculo entre dos torres que mira al Guadalquivir. Símbolo de abrazo con los antiguos territorios americanos. Con esa patria común de casi quinientos millones de hispanohablantes.

Una enamorada de la ciudad me desveló una historia allí, en el instante que subíamos a esa especie de mirador dentro de la Plaza para elevar nuestra mirada. Conocimos el lema de la ciudad y su porqué: NO8DO (No me ha dexado), por el apoyo de la ciudad a Alfonso X.

Y esque eso es viajar con sentido. Conocer que cada lugar que pisas y recorres tiene vida pasada. Dotar todo de sentido. Una historia que hace al lugar ser como es. Es imposible explicar Sevilla sin su historia, al igual que pasa con España. Se trata de amueblar los lugares que descubres con la memoria, su biografía y sus leyendas. Es la mejor manera de respetar los lugares y fluir por ellos: conociendo su historia.

Fluir tanto y notar como se dibuja en tu cara una sonrisa de complicidad al ver una cuadrilla, con una guitarra y un par de “bajos” improvisados. Dos cubiteras metálicas hacían las veces de instrumento en La Cigala de Oro. Tocando sin más motivo que la alegría de vivir y estar. Así comprendí que Sevilla tiene realmente un color especial y mucho arte, en primera persona. Si tuviera que definirla, sería así.

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Poco a poco, los Domingos por Triana empezaron a convertirse en mi momento preferido. Cada vez que cruzaba el puente parecía entrar  a otra época, a otro mundo. Triana huele a flamenco y a pescaito frito. El barullo de la calle por el día te hace perderte aún más en ella. Es la esencia de Sevilla, el barrio por excelencia. Las macetas con las flores, las guitarras, las terrazas, los balcones…

Los trianeros dicen que Triana no es Sevilla, que es otra cosa, y yo, creo que la una sin la otra y la otra sin la una, nunca hubieran sido lo que son.

Aunque siempre me ha parecido que la noche hace aparecer un halo de misterio y magia sobre cualquier lugar que cubre, a medida que pasaba el tiempo me fui dando cuenta de que a Sevilla la noche le sienta especialmente bien. Caminar por sus callejas cuando ya no hay luz puede convertirse en uno de los paseos más especiales que jamás podrás hacer.

Encontrarte de lleno con la giralda iluminada, tomar algo al lado del rio mientras contemplas en el agua el reflejo de la torre del oro, un paseo en barco por el Guadalquivir, una cena en Santa Cruz…Es la magia hecha ciudad.

¡Y la feria! Uno nunca ha vivido Sevilla si no ha ido a una feria…Los  trajes de gitana, las flores en el pelo, el vino fino…quedarse embobado viendo bailar a todo el mundo, escuchar “Sueña la margarita con ser romero” hasta volverse loco.

Una vez que cruzas la portada, dentro del ferial, debes estar preparado para el derroche de arte y alegría que se vive en cada caseta.

No conozco la feria, por falta de tiempo. Dos ocasiones. Sólo dos fines de semana han hecho que me convirtiera en un amante fugaz. Pero un buen amante, creo. Ya hace algo más de un año de la primera visita y fue hace muy poco la segunda. Aún quedan cosas por ver. Mejor así. Eso no es tan importante y me valdrá de excusa para volver a ser, al menos una vez más, amante de Sevilla. Lo importante no es lo que queda por ver, sino por vivir. Porque todo aquello, es un lugar para vivirlo y sentirlo. De manera tranquila, dejándote seducir por aquel microclima.

Recuerdo nítidamente el sentimiento al dejar la ciudad. Las dos veces. Fue el mismo y en el mismo lugar, en Santa Justa. “No me quiero ir de aquí”, pensaba, mientras el sentimiento de pena recorría mi cuerpo como un pequeño escalofrío. Quizá es un placer irse con ganas de no querer largarse de un lugar. Suena raro, muy raro, pero es cierto.

Aún así, ni siquiera me enfade ni me entro demasiada coraje. Abracé aquel sentimiento, porque sabía que me volvería a llevar hasta allí. Creo que uno no se despide para siempre de Sevilla. Intuí entonces que de ésta ciudad, no se puede ser un mal amante que la abandona durante mucho tiempo.

Justo hoy, mientras escribo esto, hace un año que dejé Sevilla para volver a mi casa. No pude despedirme de la ciudad, aunque en el fondo creo que es que no quise.

Contra todo pronóstico me dolía decirle adiós.  Poco a poco me había ganado, y me había convertido en alguien que antes no era. Aprendí a amar a Sevilla.

A veces me despierto pensando que sigo alli, pero me asomo a la ventana y la Almudena me recuerda que no. Y creo que siempre me quedará dentro un trocito de ciudad por lo vivido, y seguiré echando de menos el acabar todas las fiestas bailando sevillanas aunque no me sepa ni la primera, echaré de menos los “mi arma” y el rebujito, las mantillas, las peinetas y las flores en el pelo, los Domingos por Triana, y las noches de paseo…

Y desde entonces ya no puedo considerar a Andalucía como un amante con el que escapar de vez en cuando…Sevilla se merece más que eso…a Sevilla hay que quererla… Sevilla, cuánto te quiero.

Fdo. la enamorada y el amante,

Miriam O. y Juan P.

avila

 
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Publicado por en 23 junio, 2016 en Amor, Historia, Narrativo, Viaje, Vivencias

 
 
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